domingo, 30 de agosto de 2015

La democracia (débil) en América




La década de prosperidad fomentó un clientelismo destinado a perpetuar a los Gobiernos en

el poder. Pero hay esperanza: la sociedad civil, cada vez más vibrante, toma las calles. De

Quito a Caracas, de São Paulo a Guatemala



La democracia decae. Así lo sugieren desde hace algún tiempo elClub de

Madrid, Freedom House y el National Endowment for Democracy, entre otros. Al

concluir la tercera ola, hemos sido testigos de una paulatina “recesión

democrática”, en palabras de Larry Diamond. La prolongada crisis económica

europea, el resurgimiento de los nacionalismos y los partidos xenófobos, el fracaso

de la primavera árabe y, como contraparte, la estabilidad alcanzada por diversas

autocracias hablan de un clima global inhóspito para la democracia.

En América Latina es más que eso, sin embargo. La narrativa de los ochenta estuvo

marcada por los derechos humanos y la transición. El argumento de los noventa fue

sobre las democracias delegativas, iliberales e híbridas, construcciones

conceptuales que enfatizaban la robustez de los procesos electorales, no obstante

sus déficits en las áreas de derechos ciudadanos y separación de poderes. Ese

lenguaje es hoy insuficiente: la noción de recesión democrática no describe la

regresión autoritaria en curso.

Dicha regresión no puede comprenderse desconectada del efecto de precios

favorables de la última década. A muchos gobiernos democráticamente electos, el

boom de las materias primas les aseguró términos de intercambio históricos y

recursos fiscales sin precedentes. Los usaron para aumentar la discrecionalidad del

Ejecutivo, financiar máquinas clientelares de profunda capilaridad en la estructura

social y extendidas en el territorio y, de este modo, buscar la perpetuación en el

poder. Es paradójico que la prosperidad de este siglo haya dañado las instituciones

democráticas más que la crisis de la deuda y la hiperinflación del siglo anterior. Eso

invita a repensar la teoría.

La clave de este deterioro ha sido la reforma constitucional, un verdadero virus

latinoamericano que no reconoce fronteras ni ideologías. Lo hicieron los de la

izquierda, los de la derecha y los (mal llamados) populistas. Lo hicieron todos, y

todos con el objetivo de quedarse en el poder más tiempo del estipulado al llegar al

poder. De un periodo a dos, de dos a tres y de tres a la reelección indefinida. La

regresión autoritaria se ha hecho así inevitable. Un presidencialismo sin alternancia

no puede sino adquirir rasgos despóticos.

No es la reforma per se el problema, sino que la constitución se convierta en un

traje a la medida del presidente de turno, un conjunto de normas con su apellido y

escritas con su pluma. La pérdida de la neutralidad de las reglas de juego diluye la

noción de igualdad ante la ley y erosiona la separación de poderes, el debido

proceso y las garantías individuales, principios que le dan sentido a vivir en

democracia. No sorprende entonces las subsiguientes restricciones a la libertad de

prensa y la intimidación a jueces y fiscales independientes, prácticas frecuentes en

la región. Es el menú completo de la manipulación.

La democracia es un contrasentido en ausencia del Estado de Derecho. Es difícil

impartir justicia y proteger libertades y derechos sin una normatividad jurídica

objetiva, neutral, impersonal y equitativa. Ni que hablar de la capacidad decreciente

del Estado para monopolizar los medios de la coerción, cuya consecuencia

inmediata ha sido la exacerbación del crimen organizado y la corrupción, síntomas

gemelos de la degradación institucional.

Es casi un nuevo tipo de régimen político que ha tomado forma. En él, la corrupción

es, justamente, el componente central de la dominación. Es mucho más que el acto

ilegal de quedarse con dineros públicos. La corrupción hace las veces de partido

político: selecciona dirigentes, organiza la competencia electoral y ejerce la

representación—y, sobre todo, el control—territorial. Cristaliza de este modo la

post-democracia latinoamericana.

El reto del futuro es que el ciclo económico ha cambiado. La desaceleración

producirá un crecimiento más que modesto en los próximos años, y ello sin contar

los serios problemas macroeconómicos de algunos países; Venezuela, Argentina y

Brasil, en orden de gravedad. América Central tendrá desequilibrios en el sector

externo por la disminución del subsidio de Petrocaribe y la merma de las

exportaciones a Venezuela. El Caribe, a su vez sobre endeudado, sufrirá los

aumentos de tasa de interés en Estados Unidos.

Las dificultades económicas pondrán presión sobre el sistema político. Si, además,

el poder de las instituciones democráticas está diluido, la volatilidad

macroeconómica bien podría derivar en una intensificación del conflicto social. Las

voces que más se escucharán serán las de las nuevas clases medias, esos 70 millones

de personas que dejaron la pobreza pero que son especialmente vulnerables ante

cambios bruscos en la economía y el empleo. El gran desafío provendrá de la

población joven, más educada que sus mayores pero también más desempleada. No

es casual que ellos sean los más desafectados del proceso político. La frustración

social podría generalizarse.

O tal vez no y, por el contrario, allí resida la gran oportunidad, la consecuencia no

buscada (concepto acuñado por el gran Albert Hirschman) del boom y el

clientelismo redistributivo. Ocurre que esas nuevas clases medias ya no quieren ser

clientes, súbditos, piezas desechables de la maquinaria de la perpetuación. Son

ciudadanos, reclaman sus derechos, detestan la corrupción, demandan calidad

institucional, tienen voz y capacidad de acción colectiva, resisten la posdemocracia.

Eso es lo que se ve en estos días en las calles de São Paulo, Caracas, Quito, Ciudad

de Guatemala y San Miguel de Tucumán.

América Latina sigue siendo ella misma: poco Estado, un fragmentado sistema

político, instituciones inexistentes y mucha, muchísima sociedad civil, cada vez más

vibrante. Después de la ola bolivariana y tanta perpetuación habrá que volver a

empezar. La buena noticia es que es en esas calles latinoamericanas donde soplan

los nuevos y buenos aires democráticos del futuro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario