viernes, 3 de julio de 2015

¿Por qué Rafael Correa sigue pedaleando en el vacío?

Por José Hernández

¿Y el golpe de Estado, José Serrano? Esa fantasía no es novelesca. La inició Rafael Correa y hace parte de un mecanismo de supervivencia de regímenes autoritarios: la mentira. El circuito es predecible porque ha sido utilizado hasta el cansancio. Un gobierno autócrata y populista no usa la razón. Explota la adhesión afectiva del electorado. Lo extorsiona emocional y sentimentalmente. Lo enreda en sus falacias. Lo engaña.
Correa ha jugado a ser padre, líder, amigo, pana, salvador… Ha timado a sus seguidores vistiendo el traje de víctima propiciatoria. Ha usado el síndrome de orfandad clamando que lo van matar. Y ahora recurre al síndrome del ausente gritando que lo van a sacar del puesto que él cree suyo para siempre. En eso estriba el embuste del golpe de Estado.
La mentira -y la mentira absoluta- prueba el vacío conceptual, político y ético en que pedalea el gobierno. Correa liquidó el pensamiento político en Alianza País al personalizar el proyecto político. El poder es él. El Estado es él. El gobierno es él. El único vocero autorizado es él. La credibilidad es él. La gestión es él. ¿Alternativa a Correa? Él mismo. La construcción mediática de ese ser-supremo movilizó todo el aparato del Estado. Y mientras hubo plata y la propaganda surtió efecto, ese ser-supremo se movió en un espacio híbrido entre realidad y ficción.
Correa se acostumbró a mentir. A inventar o negar evidencias sin parpadear. Para él se reservó el papel de mito. Para los otros incluyó fiscales, jueces, tribunales de la inquisición. No solo aniquiló el pensamiento político: prescindió de la realidad. La reemplazó por una construcción ideológico-mediática que el aparato de propaganda esparce.
Hasta hace pocos meses le resultó tan efectiva que cabe preguntarse si ellos mismos no son víctimas de su invento. ¿José Serrano creía realmente que el 2 de julio habría un golpe de Estado? ¿O construyó ese escenario para dar gusto a Correa que sí lo creía? ¿O ninguno de los dos lo creía y quisieron hacérselo creer a sus seguidores? ¿O nadie se lo cree pero montan esa cortina de humo para, eventualmente, justificar una política represiva?
La respuesta puede ser todo a la vez. Autoalienación, cinismo, teatro de la peor especie, mentira, maquiavelismo… El hecho cierto es que el correísmo huyó de la realidad-real hacia una realidad-mitómana. Y quiso instalar ahí la opinión ciudadana. ¿Recuerdan a Maduro movilizando tropas para resistir el ataque de Estados Unidos tras las sanciones a siete funcionarios chavistas? Dar por sentado que el presidente Obama enviaría Marines a Venezuela lucía, de por sí, descabellado. Ponía en evidencia los molinos de viento fabricados por el propio régimen. Pero Maduro, para victimizarse, no escatima esfuerzo alguno por ridículo que sea. Su fuerte es empujar el corcho hasta lo grotesco.
Correa y Serrano llegaron ya a ese punto. Los chistes que hay en las redes sobre lo que ingirieron muestra la estupefacción que provocan sus afirmaciones. Gina Godoy suscita rabia; Correa y Serrano ira pero también risa. Las facturas del desgaste son voluminosas: el mito de Correa, gran demiurgo, se desmorona. Su realidad-mitómana ya no convoca. El respeto que merece su función se hace agua. La desconexión entre el gobierno y la ciudadanía movilizada está en un punto que parece irreversible. ¿Qué le queda?
Correa, basado en su supuesto carisma y el poder de su metalenguaje, apostó, como Maduro, por la medición de fuerzas en la calle. Creyó que siempre estaría frente a 4 pelagatos y que las movilizaciones de burócratas y gente contratada, lo favorecerían. También aquello está en crisis. Ahora ya no cuenta -como se ha visto en estas semanas- con capacidad logística para responder, pues solo una pequeña masa de su electorado es militante y el volumen de movilizados en la calle lo desbordó. Y, sobre todo, no se ve convicción en los funcionarios obligados a salir a la calle. En este punto también hay grandes diferencias con lo que sucede en Venezuela.
La del 2 de julio no será la última alharaca de golpe de Estado. Pero sí es una muestra de que la mentira y el chantaje afectivo hecho al electorado correísta tienen serios límites. Normalmente esto debiera obligar al Presidente a abandonar la realidad-mitómana en la que vive, asumir la realidad-real y redescubrir la política. Es la forma de evitar la última carta que ya jugó Nicolás Maduro sin resultado favorable para sus fines y con un alto costo para Venezuela: la violencia.
Esa carta, que asoma, tampoco le sirve: aceleraría sin retorno su hundimiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario