El correísmo descansó en paz. ¿Y del post-correísmo qué?
Por José Hernández
Este ejercicio bien vale un entierro. Por ejemplo, se puede dar el correísmo por fenecido. No es mera suposición: ya está en la pendiente descendiente. Nunca volverá a la cima. Nunca volverá a la popularidad que tuvo. Tampoco a los días gloriosos en que hasta las críticas de buena fe sonaban a herejías lanzadas en púlpito de catedral.
Es hora de hablar del post correísmo. De visualizarlo. De prepararlo. Muchos -si se oye el eco de las protestas- creen que es más perentorio dar buena cuenta de este gobierno. Es su derecho. No se ve, no obstante, cómo las preguntas obvias pueden resolverse solamente con marchas callejeras: ¿cómo se piensa ganar a este Presidente en las urnas? ¿Cómo quedará el país? ¿Qué márgenes de maniobra tendrá el próximo gobierno? ¿Qué tareas tendrá que cumplir y cómo se logrará un consenso nacional alrededor de esos mandatos?
Si se piensa en que solo queda año y medio para producir, eventualmente, un giro electoral, pues una pregunta no calza con la urgencia de ciertos políticos -pocos por suerte- preocupados por apurar la salida de Correa: ¿cómo hacer que los ciudadanos saquen el máximo provecho de las movilizaciones callejeras? ¿O es lícito creer que basta con que llegue a Carondelet cualquier otro político con tal de que no sea de Alianza País? ¿Volver a 1997 y cambiar a Bucaram por cualquier Alarcón?
Ocho años de correísmo -diez en 2017- son muchos años. Muchas utopías han tomado cuerpo y muchos sueños han terminado en pesadilla. Nada, o casi nada, ha sido decantado. La vieja izquierda está con Correa o creyendo que él falló por no ser lo suficientemente radical. ¿Las derechas aprendieron algo del pasado y del correísmo? ¿Y los ciudadanos? ¿No actuó este Presidente con su apoyo? ¿No le dieron todos los poderes e incluso lo facultaron a meter la mano en la Justicia? ¿No cerraron los ojos mientras él estiraba más allá de lo tolerable los límites de la ética, la decencia, el sentido común, el derecho, la lógica, los derechos humanos?
Si no hay lecciones, no habrá aprendizaje. No habrá reencuentro con los valores democráticos. Ni superación de la matriz velasquista. Ni conquista de las fortalezas de una ciudadanía madura y activa. Tras diez años de un salvador supremo, el país debe decidir si opta por una República de ciudadanos o si sigue en este círculo trágico de buscar figuras providenciales, entregarles todos los poderes y luego botarlas.
Diez años de autoritarismo repiten viejos ciclos: ¿No es hora de sopesar por qué Correa, a pesar de todo, es un producto parido, en menor o mayor grado, por casi toda la ciudadanía? ¿No es hora de examinar por qué la vieja derecha y la vieja izquierda comparten, en los rasgos esenciales, el modelo autoritario? ¿No es el momento de analizar por qué Ecuador ha tenido tantas leyes y constituciones y tan poca institucionalidad y ciudadanía?
Y tratándose de un balance, es imposible pensar en reemplazar al correísmo sin saber cómo quedará el país en 2017. ¿Qué hará otro gobierno con un presupuesto absolutamente insostenible? ¿Tendrá piso político para focalizar algunos subsidios y desaparecer el resto? ¿Qué deberá hacer con la burocracia que dejará el correísmo? ¿Qué medidas tendrá que tomar un gobierno no correísta para reinstalar la confianza y atraer inversionistas nacionales y exteriores? ¿Cómo fortalecerá la dolarización?
Cada pregunta desborda el marco técnico. Cada pregunta implica un margen político que requiere, como es obvio, haber sido previsto, debatido y consensuado. Cada pregunta implica una mayoría política nacional para desmontar el modelo autoritario. E implica un acuerdo político inclusivo sobre los derechos de las minorías que han sido castigadas por este gobierno en nombre de una mayoría tan silenciosa como reaccionaria. Solo así se podrá hablar de una democracia rejuvenecida tras la larga y triste noche correísta.
Preparar el post correísmo, visualizarlo… requiere paciencia para debatir y sobre todo para entender que una década de un poder autocrático no se supera devolviendo el reloj a 2007. No habrá cambio si el viraje electoral, que se avizora en las calles, no se sustenta en un programa ciudadano, concebido por ellos, razonado por ellos, consensuado entre ellos.
Cuando se piensa en el volumen de cosas que es necesario decantar, para que esta vez la sociedad sí se asiente en deberes y derechos y no solo en un movimiento cargamontón contra el gobernante de turno, no parece que año y medio, hasta las elecciones de 2017, sea demasiado. ¿Cómo, en esas circunstancias, sacar provecho a estos meses de movilización callejera? ¿Cómo pasar del debate insulso con los troles del gobierno, a densificar la conciencia pública y enriquecer la esfera pública? ¿Cómo incluir en el debate esta dimensión de autocrítica y aprendizaje entre ciudadanos que hoy no toleran a Correa lo que ayer admitieron aplaudiendo o mirando hacia otra parte? ¿Cómo transformar la rabia en propuesta? ¿Cómo mantener inquebrantable la voluntad de enterrar el autoritarismo y, al mismo tiempo, evitar la violencia como un valor intrínseco de la sociedad madura, tolerante y democrática a la aspiran los ciudadanos?
Estar en la calle es un deber democrático. Pero también lo es preparar el post correísmo: ese es el diálogo contrarreloj que el país tarda en plantearse.
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