JUAN CUVI
La asambleísta Gina Godoy acaba de dar en el clavo. Con sus últimas declaraciones ha establecido, con insuperable transparencia, cuál es la visión de la sociedad que tiene el oficialismo: todo aquel que cuestione, critique o se movilice en contra del Gobierno está trastornado por el odio, enajenado por el alcohol, alterado por sustancias misteriosas (ante la falta de especificación podríamos suponer que estas sustancias incluyen desde una gaseosa hasta hongos alucinógenos). En pocas palabras, incapacitado para razonar. Al insufrible moralismo que contiene esta visión hay que añadirle un burdo maniqueísmo. Se sesga por completo la realidad. Todo queda en blanco y negro. No se ve, por ejemplo, que durante ocho años –y no únicamente en las sabatinas– el Presidente ha destilado resentimiento e inquina en forma permanente, sistemática y avasalladora; ni que el aparato de propaganda del gobierno ha provocado el mayor ilusionismo colectivo de la historia ecuatoriana. Para descubrir odio y enajenación la asambleísta Godoy no necesitaba ir a la tribuna de la avenida De los Shyris. El incidente no merecería más que comentarios de peluquería si no fuera por el momento en que se produjo. Desde la execración oficial se procede a excluir del diálogo nacional a uno de los actores mejor identificados y más dinámicos de las protestas de junio. Como no es posible marginarlo desde la ideología o lapolítica, toca hacerlo desde la moral, desde un puritanismo hipócrita. Por eso, justamente, el diálogo convocado por el gobierno nació chimbo: porque implícita y explícitamente segrega, margina, relega, estigmatiza, condena. Se inició con las cadenas infamantes contra los opositores y continuó con la persecución judicial a Roberto Aguilar, con el bochornoso episodio de sacarse los cueros tributarios al sol entre Nebot, Lasso y Correa, con las amenazas subliminales desde el poder. Hasta la visita del Papa pretende ser utilizada como somnífero para apaciguar las legítimas demandas de la ciudadanía y de las organizaciones sociales. Son estas las que deberían encabezar la realización de un auténtico diálogo democrático, incluyente y equitativo. Pero al pueblo no hay que escucharlo, hay que domeñarlo, reza la última consigna del correísmo. ¿Cuántos otros actores sociales y políticos serán excluidos del diálogo mediante estos mecanismos marrulleros? Pues los que sean necesarios para asegurar el monólogo. Para la foto el régimen ya dispone de una prensa sumisa, de organizaciones sociales sumisas, de grupos políticos sumisos, de instituciones estatales sumisas. Por ahora lo que requiere –como ya lo sospecha mucha gente– es ganar tiempo, recuperar el resuello perdido con tanto susto, reorganizar sus entumecidas bases clientelares. Tarea imposible, una vez que la población despertó del letargo.
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