sábado, 31 de marzo de 2018

Frontera norte: el relato del gobierno es crudamente chato

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Los atentados, los ataques, el secuestro de periodistas de El Comercio… La convulsión que hay, en general, en el frontera norte ha puesto al gobierno de Lenín Moreno frente a un problema heredado de lustros. En eso, el Presidente de la República dio en el clavo al señalar la permisividad del gobierno de Correa: desmantelamiento de Fuerzas Armadas, de los servicios de inteligencia, helicópteros que se caían, radares que no funcionaban… Todo eso ha dado lugar a que en esa frontera el Estado no ejerza la plena soberanía y que el fenómeno del narcotráfico se extienda en el país.
Sin embargo, los ministros César Navas, ministro del Interior, y Patricio Zambrano, ministro de Defensa, están construyendo un relato, que suena coherente, pero que es extremadamente inquietante porque está formulado en estos términos: lo que ocurre en el norte es el coletazo del proceso de paz en Colombia. Estamos absorbiendo las consecuencias de grupos de disidentes de las FARC, unos 2000, que no se acogieron a ese proceso.
Se entiende que los dos ministros, que responden por la vida de sus hombres en uniforme en la frontera, expliquen lo que coyunturalmente están viviendo. Además, no es difícil graficar la desidia del gobierno colombiano en la frontera con Ecuador: es obvio que el orden que imperó durante décadas frente a la frontera ecuatoriana lo impusieron los delincuentes de las FARC. Y que solo ahora, el gobierno de Colombia piensa en serio cómo recuperar el departamento de Nariño y algunos otros que estuvieron gobernados por la guerrilla.
Sin embargo, el relato que intenta posicionar este gobierno, bajo la consigna de unidad nacional, tiene enormes peligros. Adjudicar las amenazas que hacen pesar grupos terroristas en esa región al coletazo del proceso de paz en Colombia, es diluir los factores del problema y desconocer su historia. Esto no empieza tras el proceso de paz en Colombia. Es exacto decir que se agudiza; se extrema, pero ese problema ya era crítico en esa zona durante el gobierno de Rafael Correa. Y existía antes de Rafael Correa.
Poner el énfasis en la desidia de Colombia en esa parte de la frontera es una verdad histórica. Pero no sirve, como está sirviendo en el relato del gobierno, para llevar a la opinión nacional a enfocar solamente las repercusiones del problema. Es evidente que Ecuador ha tenido más Estado que Colombia en la zona. Pero no ha hecho real presencia y desde hace lustros también dejó la iniciativa a los señores de esa guerra que han traficado, extorsionado a comerciantes y agricultores, corrompido funcionarios, generado todo tipo de redes, amedrentado a fiscales y jueces y dividido el norte en zonas de influencia. Hay documentación periodística desde hace una década, en casos más, que dan razón al Presidente cuando habla de permisividad del antiguo gobierno (y de otros) en toda la frontera norte.
El relato que el gobierno quiere posicionar no solo es inexacto: nutre el mito, mito mentiroso, de un país impoluto y víctima de los dos productores de droga más importantes del mundo. El peligro está en creer que el problema del narcotráfico es tan distante del país como la Patagonia. Ese relato es inexacto y falaz. Porque desconoce que –por las razones que sean– en el país existen desde hace lustros estructuras y organizaciones dedicadas al narcotráfico que tienen entronques con carteles internacionales. El problema del norte, que se manifiesta en las formas criminales que el país condena, también es una realidad en Manabí y en otros lugares del país.
Dicho de otra manera, ese problema puede tener, según las regiones y las coyunturas, manifestaciones diferentes. En el norte en este momento, involucra a grupos disidentes de las FARC que hoy protegen al narcotráfico. En otras regiones, asume otras formas. Pero este ya es un problema ecuatoriano y es un grave problema porque el narcotráfico tiene una capacidad colosal de desestabilización institucional, de corrupción y de peligro para la seguridad pública. El relato del gobierno invisibiliza esa realidad y repite, conceptual y políticamente, lo mismo que hizo Correa en su gobierno: echar la culpa al Estado colombiano (que es voluminosa) y hacer creer a la opinión que este es un problema exógeno que altera la tranquilidad del país en forma absolutamente coyuntural.
En Francia dicen que un tren puede ocultar otro tren. Aquí el norte y el secuestro de dos periodistas y el chofer de El Comercio pueden ocultar el problema silencioso y profundo del narcotráfico que ya es una realidad en otras zonas del país. El relato del gobierno no permite mirar con igual acuciosidad en los dos frentes. Y políticamente solo se está haciendo lo que mejor registra en las cámaras de televisión.

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