martes, 27 de marzo de 2018

La antipolítica en el Ecuador: un filón que no se agota
En el Ecuador del poscorreísmo, la antipolítica de la autodenominada Revolución Ciudadana, que demolió el sistema de partidos, satanizó el debate y el diálogo político, vendió el tópico de que la "opinión publicada" carece de legitimidad, desvirtuó las ideologías hasta convertir en doctrina del Estado una suerte de ortodoxia católica mezclada con retórica de la izquierda tradicional, está lejos de haber sido desprestigiada.
26 de marzo del 2018
POR: Fermín Vaca
Periodista político. Es editor de PLANV. Ha trabajado en los principales periódicos de Ecuador en la cobertura de política y actualidad. 
Siguen pensando que, al final de cuentas, la nuestra es una sociedad autoritaria en la que el discurso de la mano dura, de la impo-sición desde el poder, de suprimir el debate abierto para reempla-zarlo por la verdad única, nunca va a pasar de moda".
Los movimientos de antipolítica, con su crítica a los esquemas ideológicos tradicionales, a las figuras de carrera de la política y su tendencia a legitimar el irracionalismo autoritario, están de plena moda.
En la Italia contemporánea, la figura de Silvio Berlusconi, un empresario de Milán que accedió al poder en los noventa sin un discurso ideológico claro, parecería haber sido superada, pero nuevas formaciones, como el Movimiento 5 Estrellas, han cosechado lo que sembró el polémico Cavalliere. Su siembra fue la crítica a la política tradicional, y lo que entre nosotros podría considerarse populismo: una amalgama de posturas incompatibles, que no discrimina entre izquierda y derecha y que, a la hora de ampliar oportunistamente su base política, no tiene ningún escrúpulo en el uso de un discurso camaleónico.
En el Ecuador del poscorreísmo, la antipolítica de la autodenominada Revolución Ciudadana, que demolió el sistema de partidos, satanizó el debate y el diálogo político, vendió el tópico de que la "opinión publicada" carece de legitimidad, desvirtuó las ideologías hasta convertir en doctrina del Estado una suerte de ortodoxia católica mezclada con retórica de la izquierda tradicional, está lejos de haber sido desprestigiada.
Eso explica que, sin haberse cambiado siquiera de ropa, políticos que formaron parte de la filas de la antipolítica correísta sigan reivindicando las mismas categorías que ayudaron al correato a encumbrarse. Desde la crítica a los partidos, pasando por la "troncha", hasta la relativización de los conceptos ideológicos, por un discurso moralista anticorrupción, hasta la defensa, tácita o expresa de la retórica antiprensa y antidebate público de Rafael Correa, muchos políticos siguen creyendo que la fórmula exitosa del correato, que le permitió encaramarse en el poder durante una década prácticamente sin contradictores, puede seguir siendo un recurso que tenga impacto electoral.
Solo en su afán de hacer antipolítica se explica que varios sectores sigan en la defensa tácita de la Ley de Comunicación y de la Supercom. Le apelan, esperando reciclarlo, al sentimiento de crítica a los medios que el correísmo rentabilizó durante su administración atrabiliaria. Siguen pensando que, al final de cuentas, la nuestra es una sociedad autoritaria en la que el discurso de la mano dura, de la imposición desde el poder, de suprimir el debate abierto para reemplazarlo por la verdad única, nunca va a pasar de moda.
Y como no quieren inventar el agua tibia, los cuadros de la antipolítica, forjados al calor de la supuesta revolución de las manos limpias y los corazones ardientes, se ponen intransigentes en que desmontar la mayoría de las leyes abusivas del correato es afectar el supuesto enfoque de "derechos" con que el irracionalismo sentimental que Correa esgrimía con frecuencia hizo aceptables a la mayoría de las normas dudosas a las que dio fuerza de ley.
Los políticos de la antipolítica, entonces, tampoco tienen problema alguno en mezclar categorías incompatibles. Saben que, hablando en la misma oración para izquierdas, centros y derechas se ganan un posible voto. Aunque los abusos y la corrupción del correato están frescos todavía en la memoria colectiva, quieren descargar todas las culpas sobre el ex autócrata, reivindicando principios que, en realidad, son solo sofismas.
Si en la Italia del Movimiento 5 Estrellas los gestos, las acciones y las posturas que sembró Silvio Berlusconi todavía producen votos, muy pronto veremos cómo la antipolítica correísta, reencauchada y remozada, volverá a terciar electoralmente, apostando sin rubor al populismo abusivo y la demogogia infinita del caudillo, aunque para ello se cambien de nombre.

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