domingo, 20 de septiembre de 2020

 

POR: Patricio Matute García

Publicado en la revista El Observador (abril de 2020, edición 116) 

 


Un cuencano: Príncipe del Pasillo Ecuatoriano
El poeta Gonzalo Zaldumbide decía de este lugar de Ecuador: «Ciudad cargada de alma», también ha sido denominada: «Atenas del Ecuador», «Ciudad Universitaria» o «Capital del Deporte Ecuatoriano», por sus dotes artísticas, académicas y deportivas, innatas. «Cuenca de los Andes», la nueva ciudad, es todo un mundo que canta y encanta, denominada por la Unesco, en el año 1999, «Patrimonio Cultural de la Humanidad».

La particular forma cantarina de expresarnos con dulzura, mucho cariño y respeto, nos hace especular que los cuencanos «hablamos-cantando», seguramente por la influencia de la lengua sustrato kañari del pueblo originario que habita esta región. Desde tiempos inmemoriales, este suelo, -sede de la Confederación de Pueblos y Capital alterna del Tawuantinsuyo-, fue esfera de una excelsa práctica de pensamiento ideológico, diplomacia política, agroecología, tecnologías, arquitectura y comarca de excelsos cultores de las artes y las artesanías, muchos de ellos trasladados como amawtas al Cuzco para que impartan sus conocimientos entre las panacas reales de los incas.

Con el paso del tiempo, «La Ciudad de los Cuatro Ríos» es cuna de excelsos poetas, literatos, escultores, pintores, luthieres y músicos como: Rafael Sojos Jaramillo, Corcino Durán Carrión, Luis Arcentales, Alfonso Andrade Chiriboga, Carlos Ortega Hinostroza, Aurelio Alvarado Sempértegui, Víctor Pozo, Aureliano Márquez, Rafael Carpio Abad,  Julio Pesántez, dúo Strobel-Maldonado, Ángel Pesántez, Rosalino Quinteros,  Trovadores del Azuay, dúo Romanceros del Ande, Quinteto del Recuerdo, Carlos Mosquera, Daniel Pinos Guaricela o Francisco Paredes Herrera, a quien motejaron: «El Príncipe del Pasillo Ecuatoriano» o «La Máquina de Hacer Música» por la prolífica producción musical.

En Cuenca, era muy especial sentir los pasillos a cada paso, se escuchaban muy temprano en la mañana en los mercados de abastos; al medio día los amplificaban las radioemisoras: Tarqui, Popular Independiente, Cuenca; al caer la noche se percibían en varios lugares, desde los talleres artesanales, hasta la recónditas cantinas de trastienda. Quien daba un «sereno musical» a la amada, con un buen pasillo, casi garantizaba un amoroso noviazgo y hasta un posible matrimonio.

Origen del singular pasillo ecuatoriano
Este ritmo musical, -hijo del mestizaje y varias influencias indoeuropeas-, tiene un compás de 3/4; para que tenga real valía debe tener tres elementos destacados: poeta (letrista), compositor (músico) e interprete (cantante, dúo, trío, orquesta sinfónica). En el siglo XIX llega desde Europa a América, afincándose en Colombia, pasa luego a Panamá y Venezuela, muy pronto se establece en Ecuador, donde es considerado el “sentimiento nacional porque representa la ecuatorianidad”, de acuerdo a la investigadora Ketty Wong. Este ritmo tiene varias influencias europeas: vals vienés, passepied francés, fado portugués, zortzico español, y ritmos autóctonos ecuatorianos: yaravíes, danzante, yumbo, toro rabón y hasta los tonos del Niño, como lo señala el investigador José María Vargas.

Épocas y compositores del pasillo ecuatoriano
Desde la llegada del pasillo al país, ha adquirido diferentes particularidades sonoro-musicales, traducidas en varias épocas: clásico, popularización, época de oro, «bolerización», «rocolización» y experimentación contemporánea.

Este ritmo se ha convertido en el termómetro socio-ideológico-político, pues denota las diferentes formas de composición musical, creación literaria e interpretación. Así lo atestigua el pasillo clásico de salón en la época colonial, embebido entre el protocolo y la riqueza, interpretado con violín y piano, imitando al horizonte cultural europeo. Sin embargo cuando sale de las salas burguesas y llega a las retretas de las plazas, las Bandas militares que lo tocan, se encargan de popularizarlo y acercarlo al pueblo. Pero con la interpretación de guitarra y voces y la vigencia de la Revolución Liberal, en la segunda década del siglo XX, adquiere los matices de querencia nacional, pues es practicado en todas partes, así se convierte en canción bandera de las emblemáticas serenatas en su época de oro, donde adquiere la carta de mestizaje, conjugando la dualidad andina: «siendo triste vivo alegre» /amor-desamor, connotando signos de la urbanidad matizados con la ruralidad.

Para el año 1950 el pasillo se masifica porque es gravado en acetatos, también hay programas de radio con su corte interpretativo, nacen las primeras figuras que interpretan pasillos, como el dúo Benítez y Valencia. En los años 60, de forma singular, se da su «bolerización» por la introducción del trio musical integrado con guitarras, requinto y voces, influencia venida desde el Cine mexicano, y la música azteca, tan popular en aquella época. Quizá el cantante y compositor Julio Jaramillo, fue una muy calculada creación musical, por su enorme potencial musical, acompañada por la producción serial de discos y la compra fanática de sus adeptos que sentían como un humilde zapatero, «hijo de barrio periférico», triunfaba en América, cantando lo cotidiano del pueblo.

En los años 1970-1980 acontece la «rocolización del pasillo» por la entrada de las rocolas en las cantinas, unas máquinas que ponchaban discos a cambio de introducir monedas de baja denominación; además hubo la influencia social de la migración interna y externa, así como la urbanización y modernización del territorio con el dominio de la explotación petrolera y los nacientes ministerios bajo el sínodo de la subalternidad pequeño burguesa y sus formas de consumo socio-cultural. ¿Se imaginan la identificación del pueblo con la música rocolera, que al final de cuentas es una mescla de pasillo ecuatoriano, bolero caribeño y valsecito peruano? Segundo Rosero, es el cantante de pasillos ídolo de este período.

Desde las épocas de los años 90 y 2000, el pasillo ha sido cuestionado en: vigencia y olvido, letra y composición, promoción cultural, difusión en los medios masivos de comunicación, emplazamiento de Festivales, así como en la contemporización musical y en varios acápites: morales, clasistas sociales e inequidades de género. Hoy hay poca renovación musical y creación de repertorio, pero existe experimentación, como buen augurio.

El Príncipe del Pasillo Ecuatoriano
Francisco Paredes Herrera, músico y compositor, nace en Cuenca en el año 1891 y fallece en Guayaquil en el año 1952. Su obra popular y académica es inmensa, también fue compartida con otros músicos ecuatorianos: Nicasio Safadi, Carlos Rubira Infante, Carlos Amable Ortiz, Enrique Espín Yépez o Segundo Cueva Celi.

Francisco Paredes Orellana, padre de Pancho Paredes, fue su primer maestro en calidad de músico y director coral, él inició al niño en la práctica de guitarra, concertina y armónium. A los 17 años fue Ayudante de la Dirección de Bandas Musicales de Cuenca, a los 23 años había compuesto 60 obras. En 1922 es nombrado, director artístico de la «Fábrica de rollos para pianola del almacén de música Feraud Guzmán». En 1936, tiene el título de Profesor de Música de las Escuelas de Guayaquil, desde esa época y hasta su deceso, trabajó incansablemente en su vocación: componiendo música, en presentaciones artísticas y como pedagogo musical.

Obras de La Máquina de Hacer Música
1919, es el año en el que Paredes Herrera, compuso en Cuenca el pasillo «Alma en los Labios», después de leer en Diario El Telégrafo, la muerte trágica del poeta modernista, Medardo Ángel Silva. “El pasillo no es una música trágica, sino más bien es el sentir de la letra hecha dentro de un contexto, el poeta tuvo un desencanto amoroso; por eso nuestro país es idealista: todo nos gusta, todo nos emociona, y el pasillo más que triste está compuesto en su mayoría, en armonía menor”, comenta la pedagoga musical Ana Paredes, su nieta, en el Museo: Príncipe del Pasillo Ecuatoriano, ubicado en Cuenca.

Otras obras destacadas son los pasillos: «Anhelos», y «Horas de pasión», con letras del mexicano Juan de Dios Peza; «Rosario de Besos», pasillo, con letra del colombiano Libardo Parra Toro; «Tu y Yo», pasillo, con letra del gualaceño Manuel Cuello Noritz, que en 1964, ganó el Premio en la Segunda Feria de la Canción Iberoamericana, con la interpretación magistral de los hermanos Miño Naranjo. También compuso el pasillo «Manabí», con letra de Elías Cedeño Jerves; y «Unamos los corazones», pasillo con letra del colombiano, José María Tres Palacios, entre tantas obras destacadas.

Amistad prodigiosa entre creadores

El poeta y ensayista cuencano, Rigoberto Cordero y León, -dada su amistad con el Príncipe del Pasillo Ecuatoriano-, escribió una remembranza, de la que destacamos un fragmento:
“Pocas hermandades del alma como la mía con Pancho Paredes. En Cuenca, nuestra ciudad natal, y en Guayaquil, donde transcurrieron los días de nuestra juventud, él se sentaba al piano todas las mañanas, para que le oyera yo sus creaciones musicales, discutía las letras que le estaba poniendo a sus músicos, y esperábamos que vinieran a los ensayos cantadoras de teatrillos de trasbarrios, flores de conventillo, muchachuelas de arrabal, una variada colección de «musas del arroyo». El Músico tarareaba el acorde, el Poeta le ponía palabras y la voz dulce y perfumada de Zazá, o la voz amorosa y extranjera de Bruma, o las voz doliente y cristalina de Ruiseñora, cantaba el nuevo Pasillo, el nuevo Valse, el nuevo Pasodoble que harían estremecer los arrabales de la ardiente y amada Guayaquil. Pancho Paredes conocía la música universal, la conocía a fondo. No obstante, la música popular ecuatoriana, la que gime en los indianos yaravíes, la que solloza en las quenas interandinas, la que padece en los acordeones pueblerinos, la que sufre en las guitarras y en las bandurrias trasnochadas, era la de su predilección”.

El pasillo ecuatoriano, sigue siendo la banda sonora de Cuenca, que recuerda, a cada paso, a uno de sus hijos predilectos: Francisco Paredes Herrera. Cuando esta urbe cumple el Bicentenario de su refundación, caminamos entre vuelos de palomas por la pequeña plazuela y un busto dedicado al músico, casi ubicada junto al río cantarino Tomebamba, de donde seguramente tomó el estético sentimiento humano: querendón del terruño y la naturaleza, del que tanto se influenció.

//Si eres el sol sempiterno de mi anhelo, ¿por qué no matas el hielo de este invierno?//, como profetizaba Manuel Cuello Noritz, mientras sonaban las notas del pasillo ecuatoriano Tu y Yo, con aires de opereta italiana, muy a lo maestro /músico /académico /cuencano: «Panchito-Príncipe-Máquina musical».

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