domingo, 20 de noviembre de 2016

La casa

Francisco Febres Cordero
Domingo, 20 de noviembre, 2016 - 00h07


El administrador encarga al ingeniero la remodelación de la casa que tiene a su cargo. El ingeniero calcula que los trabajos van a costar veinte mil dólares, más o menos.
–No hay problema –le autoriza el administrador al ingeniero– comienza.
El ingeniero arma una cuadrilla de confianza, con un maestro mayor, sus dos hijos y un compadre.
Unos días después, el maestro mayor le dice al ingeniero que hay que contratar por lo menos dos cuadrillas más porque “chuta, solo los cuatritos no nos avanzamos”.
El maestro mayor va donde su cuñado y le pregunta: ¿Estás con chamba? No, loco, le responde el cuñado. Tonces ven, le dice el maestro mayor. Y el otro va, con tres de sus hijos y unos amigos que también estaban sin chamba.
–No nos va a alcanzar la plata, le dice el ingeniero al administrador. Calculo que con unos treinta mil más salimos.
–No hay problema, le dice el administrador.
–Uta –le miente el maestro mayor al ingeniero– la tubería ta hecho es flecos, hay que cambiar todita.
–Ve, Lucho, le dice el maestro mayor a su cuñado, anda a comprar tubería en la ferretería esa que sabemos, que te den de la más barata pero al precio de la cara. Ya sabes, loco.
–Nos va a faltar plata, le dice el ingeniero al administrador.
–¿Cuánto?, pregunta el administrador.
–Por lo menos unos 40 mil más, porque hay que cambiar la madera apolillada, que es toda.
–Ve, Lucho –le dice el maestro mayor a su cuñado– anda a comprar madera, pero en ese aserradero que sabemos. Y diunechas, pasas viendo baldosas. Compra unas diez mil, aunque hemos de necesitar solo quinientas, a lo mucho. Ya sabes. Y unas veinte moladoras también comprarás, pero traerás dos nomás y las que sobran las guardas en tu casa, junto con la madera buena, porque la que dijimos que está apolillada, no está.
–Vamos a necesitar unos cincuenta mil más –le dice el ingeniero al administrador– porque hay que cambiar el tumbado, el cableado eléctrico y los baños.
–Ve, Lucho –le dice el maestro mayor a su cuñado– ahora anda a comprar mil metros de cable, quince lavabos, cuarenta escusados, veintiocho duchas, pero donde sabemos.
–Vamos a necesitar unos treinta mil más –le dice el ingeniero al administrador– para arreglar la cisterna.
Y así hasta que, por fin, la casa quedó remodelada. El administrador la inauguró con gran pompa. El ingeniero incluyó la obra en su hoja de vida. Los jefes de la cuadrilla se compraron autos y, con los materiales sobrantes, se hicieron casas nuevas.
Todo era éxito, hasta que alguien advirtió a los dueños que al administrador le habían robado a manos llenas ante la pasividad del ingeniero que, siendo el responsable de la obra, no hizo nada por evitar el atraco.
Dicen las malas lenguas que el ingeniero también sacó una gruesa tajada aunque, así no fuera culpable por acción, lo es por omisión.
Ahora todos andan nerviosos, asustados: el administrador, por haber gastado sin límite y, creyéndose millonario, dejar a sus mandantes endeudados hasta el cogote; el ingeniero, por todo lo que se dice sobre él y también por no haber sabido controlar la obra y permitido que la plata se festinara a discreción; y los de la cuadrilla, porque poco a poco van apareciendo las trapacerías de esos cuatro que se convirtieron en cuarenta, como en el cuento de Ali Baba. (O)

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