viernes, 4 de diciembre de 2015

La crónica de un día con historia
La crónica, minuto a minuto, de Roberto Aguilar, quien permaneció, sin moverse, las diez horas que duró el debate legislativo de las reformas constitucionales.
03 de diciembre del 2015
ROBERTO AGUILAR
7H00
Rafael Correa critica a la Asamblea de 1998 por haberse encerrado en un cuartel para redactar una Constitución. Los suyos, por supuesto, son incapaces de hacer algo parecido. Ellos no se mudan a un cuartel para reformar la suya: al contrario, mudan el cuartel a la Asamblea.
Los primeros cinturones policiales, los escudos, las vallas antimotines atadas con alambres entre sí, para configurar defensas infranqueables, se disponen en las esquinas del parque de El Arbolito, a razón de un centenar de uniformados por esquina.
Desde ahí hacia la Alameda, cada esquina es un fortín. Son miles. Y son intransigentes: los carnés que acreditan a sus portadores como periodistas son, para ellos, argumentos menos decisivos que las banderas verdeagüita a la hora de franquear el paso. Cuando por fin los periodistas reciben autorización para entrar, las barras altas ya están llenas de masas correístas venidas en buses de provincias.
Alguno de esos militantes pasaron la noche frente a la Asamblea, en la calle Piedrahita, junto a la tarima que levantaron a las seis de la tarde para animar la celebración de la predecible victoria. Otra vigilia, pero de la oposición, tuvo lugar a pocas cuadras, en El Arbolito. La diferencia entre una vigilia y la otra fue la atención que la primera recibió con fondos del Estado. Como los soldados de la patria hoy trabajan como empleados del partido de gobierno, un camión militar cargado de colchones fue distribuido a media tarde entre ellos, para su mayor comodidad. A las seis y media de la mañana ya estaban lo suficientemente despejados como para bailar El chulla quiteño con el asambleísta de gobierno Holguer Chávez, que llegó con banda propia.
07h30
La sesión arrancó con 23 minutos de retraso y 112 asambleístas presentes: quórum sobrado. Buena parte de la oposición cumplió su amenaza de no asistir. Sólo los asambleístas de Pachakutik y Madera de Guerrero ocupan sus posiciones. Los escaños de Creo, Avanza y Sociedad Patriótica permanecen vacíos. Del lado gobiernista, la participación de asambleístas alternos no parece haber sido necesaria. El ambiente es festivo entre ellos: risas, abrazos, parabienes.
La presidenta Gabriela Rivadeneira abrió la sesión con sentidas palabras que quiso a la altura de tan histórica jornada. “Un saludo muy especial –dijo con la retórica de ínclita mujer ubérrima que la caracteriza– a todos los ecuatorianos y ecuatorianas que desde todos los rincones de la patria ecuatoriana han venido a apoyar esta resolución histórica para la construcción del nuevo Ecuador”. Agradeció a los que se encuentran en exteriores, “protegiendo la democracia y la ampliación de libertades”.
De pie aplaudieron los correístas tan original sentencia. 
La lectura del informe para el debate, un fárrago de 204 páginas, arrancó de inmediato. Algo quisieron oponer los de Pachakutik, que se pronunciaron a gritos desde sus escaños. Los acallaron con la lectura del artículo 136 de la ley orgánica de la función legislativa: “mientras se discute una moción no podrá proponerse otra”.
Y así quedó encaminado este asunto. La secretaria, Libia Rivas, es un tigre para la lectura. O mejor: un guepardo. Avanza a ritmo de vuelta a Francia. Dentro de cuatro horas, las 204 páginas del informe habrán pasado como un suspiro.
08h30
Afuera, por llenar de vallas el espacio los policías han vallado hasta el enorme solar de estacionamiento del edificio de la Asamblea. Aquí se anda por la orillita. Una carpa gigantesca presagia la farra inevitable. En la calle Piedrahita, las masas verdeagüita ya están de fiesta. Son algo más de 500 personas “de acento costeño”, como decían las viejas crónicas regionalistas de sucesos, salvo que en esta ocasión es estrictamente cierto.
La tarima ya está ocupada y activa. Una oradora bajita vestida de negro y blanco arenga a la multitud para que aguanten: “recuerden que la jornada es extensa”, dice. A sus espaldas, una pantalla gigante de alta definición, conectada en circuito cerrado, reproduce lo que ocurre en el salón del pleno: ahí aparece Livia Rivas, la secretaria, desgañitándose en la lectura.
Pero el volumen está en off. Nadie la escucha. Nadie quiere hacerlo. Ya la oradora presenta a un grupo de “gente linda de Río Verde”, provincia de Esmeraldas, que ha venido “a deleitarnos con cánticos de guerra en esta mañana histórica”. Cuatro morenos enormes y pintones se preparan con el guasá y los cununos.
Otra fiesta, esta sí incontrolable, se vive en el antiguo salón del Senado, ese otro hemiciclo que reproduce en miniatura la geometría del salón del Pleno. Ahí, los escaños de escritorio y sillón blando y mullido han sido sustituidos por sillas de velorio que copan el espacio. Entre ellas evoluciona un centenar de privilegiados militantes verdeagüita a quienes les fueron franqueadas las puertas de la sede legislativa. Lo mismo que en la calle, nadie presta la menor atención a la expeditiva, vertiginosa lectura de la secretaria de la Asamblea, visible en pantalla gigante. Aquí los militantes de zonas rurales y clases bajas viven lo que podría interpretarse como su cuarto de hora de gloria: la ocupación de un espacio de poder. La algarabía es incontenible. Los militantes se turnan para ocupar los sillones de la tribuna de autoridades, que no ha sido levantada, fingiendo poses de poder y representando su propia visión del parlamentarismo: chorreados sobre el asiento, con los pies sobre escritorio, o de pie con el dedo erguido en gesto de oratoria velasquista. El resto ríe y grita entre las sillas. La escena recuerda a aquella otra, clásica, protagonizada por Pancho Villa y Emiliano Zapata, cuando se tomaron el palacio del Zócalo. Salvo que estos militantes, una vez concluida la ilusión de la conquista revolucionaria, volverán a los buses que los trajeron.
09h30
La lectura vertiginosa del informe no conoce respiro. La secretaria no se da tiempo ni para sorber un trago de agua. El aburrimiento se tiende sobre el hemiciclo legislativo como una cortina verdosa y oscura. De vez en cuando, alguna frase chispeante llama la atención de los presentes. Como cuando Livia Rivas, corredora de fondo, lee: “Todos seremos partícipes de nuestra propia historia y no como antes que nos daban haciendo, nos daban diciendo y hasta querían hacernos creer que nos daban pensando”. Hasta los correístas disimulan una sonrisa. O cuando dice, citando a Rosa Medina, de 83 años: “Dios les pague a los señores militares por ocuparse de nosotros”.
Entre los asambleístas se arman y se desarman los corrillos, ora gozosos, ora circunspectos. Se acercan y se alejan con los teléfonos en la mano, tuitean, guatsapean, feisbuquean… Gabriela Rivadeneira, collar rojo de cuentas indígenas, túnica blanca salida de las telúricas manos de alguna bordadora imbaya, lleva más de un cuarto de hora departiendo con Diana Peña.
Marcela Aguiñaga, blusa verdeagüita, deja pasar el tiempo con la mirada perdida en sus laberintos interiores. Emplumado y enternado, Carlos Viteri no cesa de teclear con las dos manos. Fernando Bustamante, cual diablo en botella, se sienta y se levanta, se sienta y se levanta, da unos pasos hacia un lado, da unos pasos hacia el otro, amaga, recuerda algo urgente, se lanza sobre sus carpetas, mira al techo… Algunos desfilan en torno a María Augusta Calle, que parece haber mudado su curul al escaño de las autoridades. Otros aprovechan el momento para dar rienda suelta a su mediopatía en el vestíbulo, donde los esperan las cámaras y los micrófonos de los medios correístas. La entrevista que ha concedido Marllely Vásconez a El Ciudadano TV dura tanto tiempo que da la impresión de que el canal oficial piensa dedicarle un especial de domingo: “Aquí vamos a estar en esta Asamblea Nacional –dice la asambleísta, y este es un mensaje a los opositores– siempre con las puertas abiertas, para que se sumen, no para tirar piedras”.
En el pasillo, Luis Fernando Torres conferencia largo rato con sus asesores: juntan sus cabezas en discretísimo diálogo, intercambian unas pocas frases, se yerguen, echan mano de sus teléfonos, tuitean, mensajean, guatsapean, feisbuquean… Por lo demás, ya casi no quedan asambleístas de oposición en sus curules. Apenas tres o cuatro. Faltan todavía tres horas tendidas de lectura, sin descontar el sprint final de la lectora.
 
10h30
Visita inesperada: Doris Soliz aparece en el vestíbulo de la Asamblea, envuelta en un chal verdeagüita de artesanal raigambre azuaya, y concita la atención de un tropel de periodistas que le tienden el micrófono con la vana esperanza de que sus declaraciones arrojen alguna novedad, alguna idea importante, alguna pista política, algo… En su lugar: “Lo que aquí llama la atención –dice– es la doble moral de la oposición. Pero no nos engañan, aquí lo que no les gusta es un proyecto político que ha dado a todos los ecuatorianos y ecuatorianas bla bla bla…”.
En la sala de sesiones, un ejército de meseros de camisa blanca acaba de repartir un refrigerio frugal, diríase espartano: un vasito plástico con agua y una canastita de mimbre o paja con frutos secos.
En el pasillo, Virgilio Hernández y el azuayo Diego Vintimilla intercambian impresiones mientras se cuidan las espaldas. Por ahí entran y salen periodistas y ellos bajan el volumen de sus voces.
Mientras tanto, en el costado izquierdo del hemiciclo, reservado para la minoría de asambleístas de oposición, ha tenido lugar el primer y hasta el momento único encuentro en la cumbre por sobre el muro: los correístas Fernando Bustamante y Miguel Carvajal dialogaron larga y serenamente con la gente de Pachakutik: Lourdes Tibán, Pepe Acacho, César Umajinga…
Las anécdotas salerosas ayudan a los presentes a salir de su marasmo. Empiezan en algún corrillo entre parlamentarios y periodistas y luego circulan por el hemiciclo como fuego que se prende en gasolina. Ahora todos aquí comentan sobre la caída, real o ficticia, de Andrés Páez en la calle Tarqui. Que si se rompió los pantalones, que si se fue de oreja, que si se levantó airoso y digno, se sacudió el polvo del casimir recién planchado y siguió su camino… Que si intervino la Cruz Roja y le puso una curita infantil con dibujitos de tiras cómicas. Quién sabe. Por aquí nadie lo ha visto.
Se dice también que la lectura del informe no incluirá anexos, sistematización de observaciones y otras menudencias. De ser así, esto durará mucho menos de lo esperado.
 
11h30
En efecto: los anexos no fueron incluidos en la lectura. Siendo las 10h46, entre los aplausos del respetable y con la boca seca, Livia Rivas termina su maratónico performance.
Gabriela Rivadeneira pide a la escolta legislativa que permita entrar al hemiciclo a todos los asambleístas, “independientemente del partido al que pertenecen”. El solo hecho de que un llamado semejante sea necesario es un fiel reflejo de cómo son aquí las cosas.
Tiene la palabra el asambleísta ponente, Juan Carlos Cassinelli, presidente de la comisión encargada de tramitar el proyecto de reformas. La sala se oscurece. En la pantalla gigante que cubre pudorosamente el mural de Guayasamín, que buena falta le hace ser cubierto, Cassinelli proyecta una serie de láminas (la mayoría de ellas ilegibles) a través de las cuales expone los antecedentes de reformas constitucionales aprobadas por distintos parlamentos del mundo.
Dice “jornada histórica”, dice “transparencia y pluralidad”, dice “no es nada novedoso reformar la Constitución, lo inédito es la forma en que lo estamos haciendo”. La primera parte de su discurso está orientada a justificar el procedimiento.
Dice “socialización”, dice “amplia participación”, dice “diálogo ciudadano en territorio”.
Luego expone el contenido de las reformas una por una, pero no siempre lo hace con argumentos jurídicos, ni siquiera políticos, sino con el lenguaje que al correísmo le es más propio: la propaganda. Pide que se proyecte un video: es un segmento de una lacrimógena pieza de la Secom.
Las láminas que se alcanzan a leer son del mismo tenor. Eslogan: “El pueblo será quien decida en las urnas a sus representantes, a través del voto popular”. Es el estilo de redacción de un zapato.
En ocasiones se pone didáctico: “¿Se vuelven bomberos los miembros de las Fuerzas Armadas? Nooo se vuelven bombeeeros. Es una labor com-ple-men-ta-ria”. Está clarísimo: labor complementaria puede ser cualquiera. Cargar colchones, por ejemplo.
Entre videos propagandísticos, frasesitas chanclocefálicas, pastillas informativas y otras bagatelas, la disertación que compone Cassinelli constituye un auténtico manual de reformas constitucionales para dummies.
 
12h00
44 minutos habló Cassinelli. Inmediatamente empieza el debate. Dada la modalidad de votación adoptada, según la cual se tratarán todas las reformas en paquete, cada asambleísta inscrito dispone de diez minutos para analizar los 16 cambios a la Constitución: a razón de 37 segundos y medio por reforma.
A Cassinelli le toma la posta su compañera de bancada Soledad Buendía, quien se ha preparado para este día histórico: lleva su discurso escrito pero casi casi aprendido de memoria. Algunas cosas se olvida y debe consultarlas en la pantalla. Donde dice “Estado laico”, por ejemplo.
Se explaya en la defensa del proceso de diálogos “en territorio” y dice “Es de trascendencia el papel de permanente e intensiva socialización”. Dice “El país cambió”. Dice “Hoy el pueblo es el que gobierna”. Cita a Lucy Castillo de Calacalí. Cita a Andrea Andagoya de Nanegal. Y ya es tarde para cuando Gabriela Rivadeneira, desde la curul presidencial, le recuerda que le queda un minuto: ya no dijo nada. Y eso que se tomó dos.
Luis Fernando Torres es el primer asambleísta de oposición que toma la palabra. Su discurso es una descalificación política de las reformas y del procedimiento adoptado para su aprobación. “Estoy aquí dando la batalla democrática”, empieza diciendo. Y en clarísima alusión a los ausentes: “Hubiera sido una cobardía no estar aquí”. Las barras correístas lo tratan de acallar a gritos y silbidos. Mientras él habla, ellas permanecen activadas. No han venido aquí para escuchar. ¿A quién se le ocurre? ¡Si apenas es el Parlamento! Le abuchean hasta cuando habla de melcochas y alfeñiques, imagen retórica que no le quedó tan bien, a decir verdad.
La temperatura en el hemiciclo sube por momentos.
 
13h20
 
Aquí se aprende periodismo. Quiérase o no. Los asambleístas hablan y hablan y el reportero neófito se ve abocado a discernir entre el escaso trigo y la abundante paja. Ante el aluvión de palabras vacuas que se levantan al aire y se desploman estériles, inservibles sobre las cabezas y desaparecen sin rastro, ese acto de discernimiento se convierte en la única manera de preservar la cordura en este recinto. Y se vuelve instinto. Se hace carne. Aquí se aprende periodismo.
Y el periodismo consiste, demasiadas veces, en abstenerse de tomar notas. Aquí más que en ningún sitio.
El debate continúa con repetición de lugares comunes y mensajes ya manoseados en los últimos 18 meses. Verónica Arias, asambleísta lojana del ARE, o sea correísta, vicepresidenta de la comisión que tramitó las reformas, vuelve a la carga contra los males del pasado, contra los mismos de siempre que “debilitaban al Estado desde adentro”. Y se pregunta “Dónde estaban quienes hoy defienden la alternancia cuando se beneficiaban de reelecciones sin límite”. Fabián Solano, el socialista a quien le cupo el dudoso honor de ser el primero en proponer la reelección indefinida del presidente, se emociona citando al Che Guevara: “Qué culpa tengo yo de tener la sangre roja y el corazón a la izquierda”. César Umajinga, de Pachakútik, ahogado entre los gritos de la barra, envía a los correístas “a la lista negra de la historia ecuatoriana” y descarga contra las reformas con excesos retóricos de barricada que la bancada de mayoría no puede dejar pasar sin comentario.
Se produce entonces un intercambio de improperios que precipita a todos los presentes hasta niveles cloacales. Una tras otra se suceden las intervenciones que la presidenta Gabriela Rivadeneira anuncia como “puntos de información”, graciosa invención del parlamentarismo ecuatoriano que permite a los legisladores tomar la palabra cuando no les corresponde para hablar de cosas que sólo a ellos interesa.
Interviene Ángel Rivera para decir que la oposición habla sin fundamento. Grita Marisol Peñafiel para dejar sentado que nadie en este recinto es capaz de hablar más alto que ella. Grita también María Augusta Calle contra César Umajinga: “Lo que usted ve en la barras no es hinchada, es militancia”. Y como Umajinga vuelva a la carga para retarla a que se lance de candidata sin el respaldo de Alianza País, a ver quién vota por ella, a la asambleísta conocida con el mote de Comandante Pelos le entra un ataque de soberbia: “A ver cómo le explico”, dice en tono groseramente didáctico, desde la superioridad moral que le confiere su militancia revolucionaria: “Resulta que tenemos un régimen de partidos políticos. Y desde cada partido político proponemos candidatos. A mí me propuso Alianza País, el único partido al que estoy afiliada. Si usted cree que sería bueno no tener partido político para lanzarse con CREO en vez de Pachakútik, es su problema”. Destila veneno, como siempre, María Augusta Calle. Da lecciones de odio, del más fino.
Aquí se aprende periodismo. Expuesto a semejante dosis de materias tóxicas, el reportero neófito se ve abocado a discernir entre el escaso trigo y la abundante paja. Y a reconocer que es en la paja donde a veces se perfilan mejor los caracteres.
 
13h50
ÚLTIMA HORA
El Supervisor del dispositivo de seguridad de la Asamblea Nacional, general Ramiro Mantilla, emitió un boletín de prensa para aclarar dos temas de la más alta importancia. A saber:
1.       La Policía no ha impedido el ingreso de asambleísta de oposición alguno, como erróneamente dio a entender la propia presidenta Gabriela Rivadeneira. Hay que añadir que la presidenta de la Asamblea ya “habría socializado con los parlamentarios sobre algunas acciones, como la hora de acceso a los parqueaderos y el lugar por donde podían ingresar”.
2.       La fuerza pública no tiene participación alguna en la caída que sufrió el asambleísta Andrés Páez en la calle Tarqui. Él se cayó solito. Y la Policía tiene un video que lo prueba.
NOTA: esto no es una inocentada, el boletín es auténtico.
 
15h20
Apurados están: el almuerzo se sirvió sobre el terreno (“en territorio”, diría un correísta). O sea en los escaños. Ensalada césar con jugo de cartoncito, y alcanzó para todos, periodistas incluidos (la mayoría de estos últimos cambiarían dichosos las lechugas por una clave de Wi Fi que funcione, pues para transmitir hay que abandonar el hemiciclo y buscar un sitio a cielo abierto). El discurso de Gabriel Rivera, el Niño Patria, fue opacado por la algarabía de cubiertos y tarrinas plásticas. Pero el debate continuó sin interrupción alguna. Siguieron las barras bravas interrumpiendo a gritos los discursos opositores sin que la presidenta de la Asamblea los llamara al orden, como manda la etiqueta. Siguieron los correístas echándole la culpa al tenebroso pasado. Siguieron interponiendo puntos de información a cada paso. Siguió el libreto.
Lo de los puntos de información es toda una pedagogía que pone en evidencia el concepto de debate que maneja el parlamentarismo correísta. A cada intervención de un asambleísta de oposición siguen dos, tres, cuatro puntos de información solicitados para desmentirlo, para acallarlo, para tratarlo mal, para restregarle en la cara el pasado febrescorderista o partidocrático aunque el aludido no tenga relación con esa historia. Como si los males del pasado justificaran los subterfugios del presente. Todos esos puntos de información apelan, como la filosofía patrística, al argumento de autoridad. Pero mientras los padres de la Iglesia citaban la de Platón y Aristóteles como prueba incontrovertible de verdad, estos padres de la patria citan la suya, su propia superioridad moral de hombres y mujeres de mentes lúcidas, manos limpias y corazones ardientes.
Marllely Vásconez pide punto de información “simplemente para decir la verdad y nada más que la verdad”. Gina Godoy, porque “no puede pasar por alto tantas mentiras”. Mauro Andino, porque lo que ha dicho alguien es “una completa falsedad”. Alexandra Ocles, para preguntar a quien le antecedió en el uso de la palabra: “¿No se dio cuenta que el país cambió?”. A los puntos de información del correísmo les falta, cabalmente, ir al punto.
 
15h30
Para la historia: que María Augusta Calle dedique sus diez minutos de intervención para defender la idea de poner a las Fuerzas Armadas a cuidar el orden público (reforma constitucional número 5) es un dato que conviene enmarcar para el futuro. No por nada en especial, pero conviene.
Esto dijo María Augusta Calle: “La revolución ciudadana retoma el legado de Alfaro para volcar su mirada hacia los cuarteles y respaldar a nuestros soldados. Y pretende ampliar el horizonte a la enorme nueva capacidad que de ellos esperamos”. Tal cual: María Augusta Calle quiere ver a las Fuerzas Armadas librando “Guerras no convencionales donde el enemigo no defiende la bandera de ningún país pero sí ataca a la soberanía nacional, a nuestro modo de vivir”. Lo dicho: para enmarcarlo.
 
16h00
Para la historia, también, porque ya hay quien la está escribiendo según la versión de que el gobierno correísta fue un dechado de igualdad de género, queda el intercambio entre el desconocido asambleísta de mayoría Mauricio Proaño (desconocido porque es del grupo, innumerable, de los que nunca hablan) y la socialcristiana Cristina Reyes.
Comidilla de puntos de información: tomó la palabra Proaño para rebatir algo que Reyes había dicho o quizás no. “Cuando a una persona se le agrede le está dando el derecho a que lo agreda también a esa persona”, empezó diciendo en un alarde de habilidades retóricas. Nadie podía recordar a Cristina Reyes agrediendo a nadie en su discurso. Sin embargo, luego de criticar “la prepotencia de los que tenían el dinero de antes” (nada dijo de los que tienen el dinero de hoy), Proaño arremetió contra ella: “No por tener una cara bonita y un cuerpo bonito (puede) venir a criticar a todo el mundo”.
En las curules de las militantes feministas del correísmo, desde Gabriela Rivadeneira y Rosana Alvarado para abajo, el silencio fue atronador.
Ya está levantando la mano Cristina Reyes para demandar su derecho a la réplica. Y ahora sí que lo agrede con ganas: “No he visto a ninguna de las feministas saltar aquí”, reflexiona de entrada. Y dirigiéndose a Proaño: “¡Machista recalcitrante parecido a tu patrón, respeta a las mujeres!”.
Para el olvido, en cambio, la tremenda guasada plebeya que le soltó Lourdes Tibán a Gabriel Rivera. Había aludido a su corta estatura la de Pachakútik, así que Ribera le respondió diciendo que la verdadera estatura se mide del cuello para arriba, es decir, en la cabeza. Y Tibán: “Yo no sé de qué cabeza me habla usted. Si usted quiere que le mida la cabeza de la cintura para abajo, le invito a salir”.
 
16h50
Preparativos de fiesta en la sede legislativa. Afuera, la calle Piedrahita ya no luce tan atestada como en la mañana. Quizás unas 200 personas permanecen en vigilia. Pero esas 200 valen por el resto. Hay banda de pueblo, bailache, tomache y desmoche. En algún momento habían conectado el audio de las intervenciones políticas que se desarrollan en el hemiciclo pero se aburrieron pronto, nadie los culpa. Ahora farrean.
Hasta el vestíbulo han llegado, algunos de ellos uniformados con casaca roja, una veintena de alcaldes correístas encabezados por el prefecto de Pichincha, Gustavo Baroja. Tardan en posar para la foto de familia. Algún fotógrafo los invita a mirar el pajarito. Otro grita: digan whisky. Los retratados se congelan en un rictus simpatiquísimo. Estrépito de flashes. Y en seguida, las deleznables declaraciones. Habla Baroja. Dice “apoyo irrestricto”. Dice “confiamos en nuestros asambleístas porque aman a la patria”. Sale Gabriela Rivadeneira a agradecer el apoyo y a pedir su movilización permanente.
Adentro sigue y sigue el debate, que no lo es ni mucho menos. Grita Magally Orellana. Grita más fuerte Zobeida Gudiño. El correísmo siempre se impone en decibeles. De pronto, los asambleístas de Pachakútik se ponen ostensiblemente de pie recogen sus bártulos y hacen mutis por el foro. Sólo quedan Pepe Acacho, con su tawasap de plumas, y Milton Gualán, que espera su turno de hablar. Cuando le toca, pone la nota de color enarbolando una gigantesca Constitución hecha de tela que se dedica a apuñalar (literalmente) con sospechosa enjundia. “Esto es lo que están haciendo con la Carta Magna”, clama mientras clava.
Como si de la avenida de los Shyris se tratara, un cerco de guardias de la escolta legislativa, seis en total, mujeres todas, se han dispuesto a lo largo del hemiciclo, separando los escaños de los asambleístas correístas de aquellos de la oposición, casi vacíos. Henry Cucalón y Cristina Reyes se ponen de pie; ella toma su chompa. ¿Se preparan para salir? ¿Esto se acaba?
 
17h15
“Ha sido un día en que se ha podido recordar la historia”, reivindica Virgilio Hernández. Se refiere, claro, al período 1984-2006. Porque lo que es la historia reciente, parecen desconocerla los asambleístas correístas. Todo su discurso se concentra en las maldades del pasado. Del pasado habló Rosana Alvarado, del febrescorderismo y la crisis bancaria (“¡truhanes, piratas sin barco!” dijo a gritos). Del pasado habló María José Carrión, que se entretuvo contando las reformas de la Constitución de 1997. Del pasado hablaron María Sol Peñafiel, María Augusta Calle, Verónica Arias. Del pasado hablaron todos. Y ahora, ayudado con el power point, habla del pasado Virgilio Hernández, de las reformas constitucionales del pasado.
Y la verdad, es difícil concentrarse en lo que dice: sobredosis de estímulos visuales. Para empezar, Holguer Chávez, que por un momento salió a confundirse con las masas en la calle Piedrahita, ha vuelto encorsetado en un vistoso chaleco verdeagüita fosforescente que le da una cómica apariencia de policía de tránsito. Algo quiere decir, levanta la mano. Finalmente, se acerca a la presidenta y se dirige a ella airadamente, como si le reclamara por haber parqueado mal el auto. Además, están Pepe Acacho y Milton Gualán, que se han puesto de pie, han caminado hacia el corredor central del hemiciclo y descaradamente desfilan en las narices del orador, levantando su Constitución apuñalada. Es su salida triunfal. Y en el costado izquierdo del hemiciclo, Miguel Carvajal dialoga con Luis Fernando Torres despertando las suspicacias de los presentes. Cuando Virgilio Hernández termina de hablar, nadie lo ha escuchado. Son las 17h07 y Gabriela Rivadeneira da por concluido el debate: “no duden que somos el único movimiento político que da el 25% de participación a nuestros asambleístas alternos”, dice, y es imposible no pensar que está justificando algo de la votación que está por producirse.
Cierra Cassinelli, que toma la palabra para anunciar cuatro de cambios de forma en el texto de las reformas. Fruslerías. Finalmente, mociona la aprobación de la reforma. Las luces se apagan. En la pantalla gigante que pudorosamente cubre el mural de Guayasamín se proyecta el retrato de un jovencísimo Rafael Correa de larga cabellera, vistiendo la banda presidencial y luciendo la mejor de sus sonrisas. Y junto a la fotografía, el único texto de Bertold Brecht que la mayoría de correístas conocen, porque lo escucharon a Silvio Rodríguez: “hay hombres que luchan un día, y son buenos, etc”. Hay otros que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles y están aquí, pletóricos de emoción histórica, gritando alerta, alerta que camina. Votación.
17h30
Han sido nueve horas con cuarenta minutos de debate ininterrumpido y deleznable. 109 asambleístas que no abandonaron su escaño ni a la hora del almuerzo están ahora en pindingas. Quieren acelerar la votación y los inconvenientes técnicos se lo impiden. Hay que cambiar una computadora, luego otra, la cosa se demora.
A las 17h23, la votación se produce. Sólo los socialcristianos quedan para votar por el No: ocho en total. En el sector oficialista alguien se abstiene: es Fernando Bustamante. Cumple así la palabra dada la víspera a un ciudadano que lo abordó en la avenida González Suárez: “¿Ya están listos para aprobar esa barbaridad?”, le había preguntado a quemarropa. “Yo no”, le respondió con convicción y sorpresivamente.
El resto de los correístas, cien en total, votan Sí. Alguien mociona la reconsideración, para cumplir las formalidades. Para cuando se procede, Bustamante ya no está, ha salido como alma que lleva el diablo. ¿Y los alternos? Esa es una tarea pendiente que habrá que resolver consultando los papeles: son tan desconocidos, tan irreconocibles, tan insustanciales la mayoría de asambleístas de esta legislatura que es imposible saber quién es quién.
Ya se juntan en el corredor central del hemiciclo los vencedores. Posan para la foto histórica: ondean banderas patrias, hacen la V de la victoria, levantan el pulgar, gritan, tratan de cantar, sonríen todos… ¿Todos? No: María Augusta Calle, fundamentalista revolucionaria, calvinista verdeagüita, compone un gesto trascendente y pone la mirada en el infinito: por ahí pasa la historia.
Telón
Cae la tarde. Ya clausurada la sesión, los asambleístas correístas salen en tropel hacia la calle Piedrahita, donde los aguarda una masa decreciente de militantes verdeagüita. Todos buscan su lugar sobre la tarima, todos quieren hacerse ver, quizás acarician la idea de ser reconocidos. Es la hora de los discursos. Toma la palabra, como no podía ser de otra manera, la presidenta Gabriela Rivadeneira. No dice nada nuevo pero en el calor de la oratoria, en medio de la excitación que produce el olor de multitudes, se le escapa una perla que retrata de cuerpo entero lo que el oficialismo piensa sobre los derechos ciudadanos y la jerarquía de sus depositarios: hemos trabajado, dice, para defender “el derecho de elegir y ser elegido para todos y todas, pero sobre todo para ese ciudadano Rafael Correa Delgado”.
No es la primera que lo dice: semanas atrás, en una mesa redonda organizada por la facultad de derecho de la Universidad San Francisco, María José Carrión había declarado prácticamente lo mismo para escándalo de alumnos y profesores asistentes: “todos tenemos derechos, tanto más el compañero presidente”.
Derechos para todos pero sobre todo para uno: así es el correísmo. De eso tratan las reformas.

Por la calle Gran Colombia, un interminable reguero de militantes se aleja del epicentro de los festejos. Bueno estuvo mientras duró el bailache, pero ahora que la retórica se ha instalado en la tarima la celebración ha perdido su atractivo. Hay que salir de aquí. Pero ¿cómo?
¿Tienen los cordones policiales la consigna de proteger a los militantes correístas de los piquetes de opositores que desde El Arbolito pugnan por entrar? ¿O están ahí para impedir que se evadan los propios verdeagüita? No parece descabellada esta última hipótesis: salir de ahí es misión imposible, los cordones no se lo permiten a nadie. De hecho, hay que hacer un rodeo largo, pero largo de verdad, con el fin de alejarse de los estertores pánicos de Gabriela Rivadeneira. Quien necesite caminar hacia el norte tiene que, para empezar, dirigirse hacia el sur, hasta el parque La Alameda: dos cuadras largas. Y dos más hasta salir a la Gran Colombia porque para el otro lado no hay remedio. Y luego, porque los cercos policiales se multiplican en cada esquina, subir hacia el Itchimbía. Tal cual. Dos cuadras en 45 grados de inclinación hacia arriba, como para disuadir a cualquiera. Y ahí, sólo ahí, hacia el norte. Luego bajar otra vez, tomar las escaleras que desembocan en la Gran Colombia y encontrarse, al llegar ahí, con que la Policía montada está arremetiendo duro y feo contra los manifestantes. Duro y feo es duro y feo: hay que ver las imágenes que circulan por las redes sociales. Hay que escuchar los testimonios.
Los manifestantes son un puñado. ¿Cincuenta? ¿Cien? Han de ser peligrosísimos porque los policías son quinientos. Probablemente más, contando la cuádruple fila de los de chaleco fosforescente, que se disponen en apretada formación a todo lo ancho de la Gran Colombia, e igual número de antimotines de uniforme negro, casco, peto, escudo y porra. Más los de a caballo. Todos en esa sola esquina de Gran Colombia y Tarqui.  Bajito sobrevuelan los intimidantes helicópteros. Una y otra vez. Una y otra vez sobre las cabezas de los atemorizados manifestantes.

Los militantes correístas, acaso por alejarse de la verba proverbial de Gabriela Rivadeneira, acaso porque los buses que los llevarán de vuelta a casa los esperan, pasan por todo esto. Atraviesan las vallas atadas con alambres para formar impenetrables cubos de metal compacto; los cercos de policías, cientos, miles de ellos que rodean la Asamblea; rodean, suben y bajan. ¿Alguna reflexión provoca en ellos este espectáculo? ¿Algún susto? ¿Les parece normal, les parece correcto? ¿Es este el país que quieren, el proyecto que apoyan? ¿Uno que debe atrincherarse de esa manera para reformar la Constitución? Ése es el correísmo. Y lo que es peor: a sus seguidores parece gustarles. O no importarles.

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