domingo, 27 de septiembre de 2015

Fernando Alvarado, el gorila que faltaba en el video

Pequeño y miserable, prevalido del fuero que le confirió su patrón, que lo desprecia por cernícalo, el hombre de la cabeza de zapato se cree autorizado a sobrepasar todos los límites. Ya hizo de la persecución a quienes opinan diferente un hecho normal y cotidiano. Ya convirtió la calumnia en una política de Estado; la manipulación y el embuste, en las técnicas oficiales de la comunicación pública; la insidia, la hipocresía y la impudicia, en las materias fundamentales del debate político. Ya abusó de su metro cuadrado de poder en todas las formas imaginables. En un medio tan propenso a este tipo de atropellos como el Estado correísta, donde goza de una posición que le garantiza su total impunidad, debe ser difícil para un tipo con sus limitaciones intelectuales reconocer dónde detenerse. Así que sigue nomás. Sigue y no para. Y se le va la mano, se excede aun para los parámetros correístas, que es decir bastante. Seguramente le jalan las orejas. Entonces recula porque no le queda de otra. Y para disimular –da risa– recula pateando al perro. Pobre tipo.
Cuando un Estado cualquiera viola los derechos humanos el mundo se preocupa. Pero cuando ese mismo Estado, tras tantos atropellos, vuelve sus armas contras los defensores de los derechos humanos, seguramente para violarlos más impunemente, se produce un escándalo de grandes proporciones. En el Ecuador correísta, donde los criterios de normalidad perdieron hace rato todo contacto con lo real, puede pensarse lo contrario: al fin y al cabo, el único detentador de derechos aquí es el Estado, no los ciudadanos. Pero no: no funcionan así las cosas en el mundo. Cuando Fernando Alvarado, luego de 1.300 atropellos documentados contra el derecho humano fundamental de la libertad de expresión, decidió clausurar a la organización que monitorea y documenta esos atropellos (Fundamedios) alguien tuvo que pararle el carro y explicarle que esta vez sus acciones no quedarían en la impunidad.
El archivo del proceso de disolución de Fundamedios es, de alguna manera, un retorno a la normalidad. O por lo menos un buen comienzo pese a la cortina de humo levantada por el Estado para hacernos creer que nada ha cambiado. Es difícil tomarse en serio la intervención del defensor del pueblo, Ramiro Rivadeneira, acaso intimidado por elcontundente reclamo de los cinco relatores de derechos humanos más importantes del hemisferio. Demasiado estruendoso resultaba su silencio, así que intervino. Pero lo hizo, según su propia explicación, no porque el proceso iniciado por la Secom contra Fundamedios fuese un atropello ni porque faltaran razones para clausurar al organismo. No. Intervino para recuperar “la convivencia armónica y democrática”. Incomprensible. ¿Significa que el cierre de Fundamedios sería legal pero antidemocrático?
El hecho es que Fernando Alvarado (acaso imbuido repentinamente también él por un espíritu de convivencia armónica y democrática hasta ahora desconocido en su persona) decidió acoger el pedido del defensor del pueblo, o eso afirma, y echarse para atrás. Pateando al perro, como hemos dicho, para disimular el fracaso. El texto de su resolución es hilarante. Comienza por rechazar (“de forma enérgica”, no se vaya a creer que así nomás) “el abuso del derecho a la defensa ejercido por Fundamedios”. Abuso del derecho a la defensa: habló el zapato. Primero acosan a la organización, la persiguen, le levantan un proceso con pruebas insustanciales, le echan encima todo el aparato de propaganda (incluidos los medios mercenarios), le dedican 23 cadenas de televisión infamantes en un lapso de 15 días, la desprestigian y la calumnian. Y después se quejan porque se defiende. Alvarado debería llevar el caso a las cortes para sentar un precedente. Quizás en el futuro el estrangulador que deje a su víctima medio muerta sobre el suelo pueda demandarla “de forma enérgica” (tendrá que ser así, si no, no vale) por haberle rasguñado la cara.
Por lo demás, la resolución de archivo del proceso deja bien sentado que Fundamedios, en realidad, sí violó todos los reglamentos y merecía la disolución. Debía ser disuelta. Y que la autoridad legítimamente encargada de disolverla era la Secom, es decir, Fernando Alvarado. Nomás no lo hizo. Se apiadó. O sea que lo legal, en este caso, habría sido la clausura. Por tanto la resolución de archivo del proceso es ilegal por naturaleza. Entre cumplir la ley y no cumplirla, el secretario de Comunicación elige lo segundo. De puro buena gente. Eso sí: advierte a Fundamedios que, de ahora en adelante, tiene que portarse bien, tiene que dejar de monitorear y documentar los atropellos a la libertad de expresión que se produzcan en el país. Porque se seguirán produciendo, que nadie piense lo contrario, con total normalidad. Para Alvarado, según se desprende de su texto, el problema de la libertad de expresión en el país no es que sea atropellada: es que Fundamedios lo denuncie.
Vanos, insustanciales pataleos (cosa que Fernando Alvarado posiblemente hace con la cabeza). La única verdad en este caso es que la Secom no disolvió a Fundamedios porque no pudo. Porque midieron lo que se les venía encima si lo hacían y dijeron: paso. No todos los días se tiene a los tres principales relatores de derechos humanos de las Naciones Unidas y dos de la OEA firmando juntos una carta de rechazo (de hecho, no había ocurrido nunca). Así que mejor no. Ganas no les faltan, pero mejor no.
A Fernando Alvarado en el caso Fundamedios le ocurrió lo mismo que a los gorilas enmascarados del video que circuló profusamente en las redes sociales al arrancar esta semana. Todo el mundo lo vio: quisieron abusar del ciudadano que enseñó el pulgar para abajo al paso de la caravana presidencial y no pudieron. El ciudadano no se dejó. Les reclamó. Los puso en su sitio. Los filmó. Les pidió las credenciales y, como no se las dieron, los dejó plantados. Y, en inaudito abuso de su derecho a la defensa, los siguió filmando mientras se alejaban confundidos y derrotados. Como ellos, Fernando Alvarado acaba de descubrir que todo atropello tiene un límite. Bien puede indignase y patear al perro de la forma más enérgica que pueda. El caso es que ya no. Como ellos, Fernando Alvarado, por una vez, tuvo que dejar el campo de batalla con el rabo entre las piernas.

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