lunes, 14 de septiembre de 2015

Arrogancia y torpeza

Simón Pachano
spachano@yahoo.com
Lunes, 14 de septiembre, 2015


Algo que nunca deja de sorprender en el correísmo es la poca o ninguna capacidad para guardar las formas. La arrogancia, que emana cada sábado desde la cúspide de la pirámide y es seguida torpemente en los niveles inferiores, produce una borrachera tan grande que incluso les impide medir las consecuencias negativas que sus actos puedan tener para ellos mismos. La más reciente muestra de esa conducta se encuentra en la actuación de los organismos de censura en contra de Expreso y La Hora, y del proceso abierto para la disolución de Fundamedios. La torpeza con que se ha actuado en esos casos solamente puede explicarse por la garantía de impunidad que se deriva del control temporal de todos los poderes.
La arrogancia y la torpeza se hicieron evidentes desde el inicio del proceso emprendido en contra de los medios. No merece otros calificativos una acción que considera a un comunicado pagado por un tercero, en este caso la Asociación de Editores de Periódicos (Aedep), como expresión u opinión de los diarios en que se publicó. Suponiendo que a esa instancia le correspondiera calificar aquel contenido, lo procedente habría sido la compra de un espacio en las mismas condiciones que lo hizo la Aedep o el envío de una carta al director, como lo hace cualquier persona natural o jurídica. Pero, para la preclara lógica del organismo censor, los medios eran responsables por haber hecho posible la publicación. En otras palabras, si los periódicos querían evitarse problemas debieron censurar el contenido del comunicado.
La arrogancia y la torpeza se hicieron evidentes también en el remedo de juicio al que fueron sometidos los dos periódicos. El demandante era el organismo censor, que a la vez era el acusador y al mismo tiempo era el juez. Para que nada falte, también se apela ante ese organismo. Un proceso que habría sorprendido al mismísimo Kafka. Los cambios de identidad de la misma persona, que podrían tomarse como el eje central del argumento de un sainete poco creativo y con final conocido desde el inicio, en realidad esconden el fondo del asunto. Es la censura en su forma más burda.
Ese mismo tema de fondo se encuentra en el otro caso, el de Fundamedios. La gran acusación allí es que esa organización ha intervenido en política. Si los censores hubieran pedido a alguien que les leyera la Constitución –porque es inútil esperar que ellos puedan hacerlo–, habrían entendido que la actividad política es un derecho de todas las personas, afiliadas o no a un partido, triunfadoras o perdedoras de elecciones, incluso de los indiferentes que no se interesan por la propia política. Pero, ignorantes de su propia Constitución, consideran que opinar sobre política es un delito y que quien lo hace debe pagar las consecuencias.
Con razón, el funcionario que desempeñó todos los papeles en el sainete afirmó que él y su institución no son ni juez ni parte. Sí, no son nada. Son las piezas de una mala comedia que, por el momento, hace fuertes estragos. (O)

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