domingo, 13 de septiembre de 2015

El arrepentido

Francisco Febres Cordero
Domingo, 13 de septiembre, 2015


¡Qué gran revelación que hizo el excelentísimo señor presidente de la República!: él era quien, a la final, decidía qué iba y qué no en la Constitución de Montecristi. Al principio el que le consultaba era el Alberto Acosta, pero como resultó muy consultón y, encima, lento, le dieron el vire y le ponieron al Corcho Cordero que, él sí, era veloz para las votaciones y manualito para dejar pasar textos que las asambleístas (y los asambleístos) ni siquiera habían leído y venían redactados directamente del Palacio.
Lo malo es que para el excelentísimo señor presidente de la República los buenos se hacen malos rapidito. Antes se hacía lenguas del Alberto Acosta y se declaraba el primer acostista del país, pero después comenzó a decir que era un ecologista ingenuo, atolondrado, fanático izquierdoso, horrible tipo.
Tan horrible que le cogió en curva al excelentísimo señor presidente de la República y le convenció de que incluyera en la Constitución ese artículo que habla sobre la resistencia, que es el derecho que tiene el pueblo para no acatar lo que considera injusto. Un derecho a pensar. Un derecho a decir. Un derecho a rebelarse contra los atropellos y el oprobio.
¡Qué bestia! ¡Cómo dijo el excelentísimo señor presidente de la República que se arrepiente de haber cedido ante esa novelería de Acosta!, ese niño inmaduro de 60 años, jodón como todo niño, caprichoso, emperrado, capaz que se hacía pipí y popó si no le daba gusto y por eso el excelentísimo señor presidente de la República dejó que lo que el niño Acosta quería se escribiera en la Constitución.
Chuta, pero sí ha resultado fatal para el excelentísimo aceptar ese artículo, francamente. Con razón está tan arrepentido. Es que bastó un instante de vacilación para que su proyecto de gobernar sin resistencia se haya venido al suelo, después de tanto esfuerzo que tuvo que hacer para gobernar según el dictado de su voluntad omnímoda, sin resistencia de la Asamblea, sin resistencia para meter las manos en la justicia, sin resistencia para llevar a los medios de comunicación y a los periodistas independientes a la Inquisición y, en fin, sin que nadie se resista a hacer lo que él ordena.
Como el excelentísimo señor presidente de la República dijo, no le importa que le llamen dictador, autoritario, déspota. Pero que la gente tenga el derecho de salir a las calles a gritar su rebeldía, eso sí no aguanta el dictador, el autoritario, el déspota.
¡Cómo se arrepiente el arrepentido! ¡Cómo se flagela! ¡Cómo se tortura! Cómo se pregunta ¿por qué cedí? ¿Por qué, por qué, por qué? ¿Cómo permití que la gente pudiera expresar su desacuerdo con mis palabras, siempre sabias; con mis acciones, siempre necesarias; con mis designios, siempre acertados? ¿Por qué, por qué?
Cada vez más arrepentido se muestra el arrepentido de esa Constitución que, según él, era la más perfecta de todas las escritas en el mundo y que, por eso, iba a durar trescientos años, con sus noches. Pero qué arrepentido que está de que haya salido tan imperfecta y que eso le obligue a él, con su puño y letra, a reformarla para poder seguir gobernando indefinidamente sin que le importe que le digan dictador, autoritario, déspota, tirano, pero en voz bien bajita ¡no pues las multitudes en las calles! (O)

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