domingo, 14 de junio de 2015

La herencia que nos deja

Francisco Febres Cordero
Domingo, 14 de junio, 2015


El excelentísimo señor presidente de la República está experimentando en carne viva el altísimo precio que se debe pagar por una herencia. Si quiere cobrar a los demás un impuesto, que él comience pagando el suyo, que nos debe.
La gente, en las calles, le exige que pague por habernos dejado en herencia años de un autoritarismo que sus más fieles seguidores reconocen como una dictadura “de buen corazón”.
Que pague el excelentísimo señor presidente de la República su prepotencia escuchando esos gritos de rebeldía que se proyectan tarde a tarde, noche a noche, y que se van incrementando en los parques, en las plazas de distintas ciudades. Que pague todo lo que el pueblo le está cobrando por haberle dejado en herencia su insolente actitud de gobernar a mandoblazos, según los latidos dictados por su corazón.
La herencia que deja el excelentísimo señor presidente de la República se ha ido acumulando año tras año, sin otras leyes que las impuestas a su albedrío. Ahora la gente le exige que pague escuchando su voz de rebeldía.
Que pague el excelentísimo señor presidente por haber gobernado acumulando en sí todos los poderes, erigiéndose en el supremo juez, persiguiendo, sembrando odio con su lenguaje descalificador, su voluntarismo y su actitud omnímoda.
Que pague. Que escuche en cada grito el reclamo que la gente le hace para que rinda cuentas de todo lo mucho que ha derrochado sin fiscalización y sin control: esa es la herencia que nos ha dejado. Que pague.
Que pague en el tiempo que le queda la herencia que nos deja: que explique los contratos sin licitación, el costo de las carreteras, de los hospitales, de las escuelas, de las ciudades universitarias, de las caravanas que viajan con él en cada sabatina y de aquellas que lo acompañan en cada viaje al exterior en sus aviones, con música y fanfarria. Que rinda cuentas de la enorme deuda externa acumulada que nos deja en herencia.
El excelentísimo señor presidente de la República también nos deja en herencia un país en el que se ha perdido el más elemental sentido del pudor: los funcionarios públicos se enriquecen a ojos vista y ponen a sus familiares en cargos oficiales obtenidos merced a la vigencia de la parientocracia.
Que pague por el silencio que, con inusual persistencia y singular encono, ha ido imponiendo a la prensa mediante el arbitrio de tribunales espurios encargados de sancionar todo aquello que le disgusta. Que pague la pesada lápida de silencio con la cual ha sepultado la palabra de los otros, mientras la suya se proyecta libremente por los medios de comunicación del Estado, que él usa como si fueran de su propiedad.
El excelentísimo señor presidente ha pretendido dejarnos como herencia una prensa bastarda, un país enmudecido, aunque su cálculo falló: ahora se ve –se está viendo– que el pueblo dice en las calles lo que desde el poder se intenta silenciar. Un país que grita cada tarde, cada noche, en aras de una libertad a la que se pretendió aherrojar mediante cadenas nacionales incesantes: esos gritos se escuchan nítidos y producen un eco ensordecedor. Son los gritos de la ira ante una manera insolente de ejercer el poder.
Por eso, que el excelentísimo señor presidente de la República pague por la herencia que nos deja: ocho años –que pronto serán diez– de autoritarismo. (O)

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