martes, 23 de junio de 2015

Y ahora Nebot y Guayaquil

Felipe Burbano de Lara
Martes, 23 de junio, 2015


Un presidente repetitivo hasta el cansancio, sin mayor imaginación política para enfrentar el nuevo contexto nacional, se dedicó en la última sabatina a confrontar a Jaime Nebot para contrarrestar lo que se viene esta semana: la marcha convocada por el alcalde de Guayaquil en contra de las últimas propuestas de ley del Gobierno –retiradas a regañadientes– e impugnar de modo más general el modelo estatista y centralista de la revolución ciudadana.
Luego de la cadena de protestas de las últimas dos semanas, y de la serie de resistencias desde la sociedad civil a un modelo político verticalista e impositivo, el jueves irrumpirá en la escena el movimiento articulado alrededor de la Alcaldía de Guayaquil. Nebot ha sido una piedra en el zapato para la revolución ciudadana, un hueso duro de roer, un foco de oposición que no ha logrado ser desarmado políticamente por el Gobierno. A la vez, un motivo de enorme frustración política por no haber podido conquistar uno de los botines más codiciados por Correa a pesar de todos los recursos estatales movilizados –económicos, institucionales, simbólicos– para destruir al alcalde, su modelo y a los pelucones.
El jueves, un conglomerado de organizaciones articuladas políticamente en la Alcaldía saldrá a la calle para mostrar su presencia y vitalidad. Siempre las movilizaciones convocadas por el alcalde activan a los gremios empresariales de la ciudad, a las organizaciones cívicas, a las llamadas “fuerzas vivas” y a las redes clientelares del Municipio. Hay tres motivos fuertes para una movilización de todas esas organizaciones guayaquileñas en contra de Correa y la revolución ciudadana. Un motivo poderoso es de orden ideológico: cuestionarán el modelo estatista, con sus pulsiones anticapitalistas, que desafió, en su último arranque, la estructura de propiedad de las empresas ecuatorianas. Para este conglomerado, la retórica del Gobierno en torno al impuesto a las herencias marcó un punto de inflexión y ruptura. Ligado a este primer motivo, una reacción anticentralista. En medio de la crisis económica, la retahíla de impuestos últimos –salvaguardias, herencia y plusvalía ilegítima– significa extraer recursos de la economía privada para seguir alimentando un Estado burocrático con sus cadenas de apropiación –esta sí ilegítima– de riquezas. Y tercero: la defensa del autonomismo guayaquileño, considerado por Correa y la revolución ciudadana como expresión de unas élites de vocación separatista dispuestas siempre a colocarse por fuera del Estado y a las cuales hay que traer al orden desde un centro nacionalizante. Vieja práctica política de la izquierda y el progresismo centralista arropado esta vez en un lenguaje muy agresivo en contra de las élites en nombre de un Estado autoproclamado nacional y popular.
La movilización de Guayaquil confirmará de modo categórico el momento social y político que vive el Ecuador: no de conspiración ni desestabilización como gritan destemplados los voceros gubernamentales. Es mucho más interesante: cambio sustancial de la relación de fuerzas sociales y políticas y configuración de un escenario más equilibrado y complejo con nuevos actores y protagonismos, que ha puesto a la revolución ciudadana y a Correa temblorosos, gritones, afónicos. (O)

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