martes, 30 de junio de 2015

Alvarado, el patético odiador al servicio de Rafael Correa

Por José Hernández

Fernando Alvarado tiene un zapato en la cabeza o un zapato por cabeza. Hasta donde se sabe, fue Rafael Correa quien dijo esa verdad al interesado. Es normal que así sea: lo conoce. Por ningún lado, Alvarado calza con los cánones que él utiliza en sus poses: no es Ph D. No se graduó en Europa. Ni en Estados Unidos. No ha escrito un libro… No habla inglés como él. Tampoco francés. Pero Alvarado tiene sus atributos: es un nuevo rico. Ha dado pruebas de no tener límites éticos. Ni morales. Es fiel con su amo. Y cumple con ese dicho según el cual el ignorante es atrevido. Osado, incluso.
Correa lo desprecia, pero lo usa. Como usa -con su aquiescencia dichosa- a Carlos Ochoa. Que esos dos señores estén entre “las autoridades” que vigilan y castigan al periodismo nacional, describe de cuerpo entero al correísmo. En primer lugar al Presidente. Correa los usa porque sabe que no son personas respetables. Convertirlos en “autoridades” sabiéndolos descalificados, es la primera muestra de su odio visceral contra los medios y los periodistas que no se someten.
Es así como Alvarado y Ochoa pretendieron convertirse, además, enmaîtres à penser, referentes, conciencia… del periodismo en el país. Alvarado y Ochoa, un dúo que la historia del periodismo recordará. Dos ilustres odiadores que pretendieron enseñar periodismo sin saberlo, cuando lo que querían era exterminarlo. Dos patéticos odiadores que, de la noche a la mañana, Correa enalteció para demoler un oficio que, a pesar de sus vacíos y atrasos, mantenía viva la esfera pública. ¡A tal punto que los líderes de los viejos partidos endosaron la culpa de sus fracasos a la labor desestabilizadora de los medios de comunicación!
La citación a confesión judicial de Fernando Alvarado contra Roberto Aguilar no solo es producto del poder dado por Correa a personas del nivel moral ya anotado: muestra el abismo conceptual, político (de política pública), ético, intelectual, humano… que separa al periodismo digno de la mamarrachada autoritaria en que termina el correísmo. Y subraya, en forma implacable, la obra criminal de este gobierno y de “autoridades” como Alvarado y Ochoa contra la libre expresión en el país.
Alvarado contra Aguilar: la caricatura no podía ser más elocuente. Alvarado ya no tiene tiempo (si esa posibilidad fuera pensable) de leer los libros que yacen en la biblioteca de Roberto). Ni de oír siquiera (entendiera o no) la música clásica de la cual Aguilar es un fino conocedor. Historia, literatura, antropología, sociología, semiología, poesía… el amor por las palabras que delatan a las almas sensibles… Aguilar es todo eso. Es una buena persona. Y personas como él aún pueden ser devorados por la maquinaria autoritaria que administran Alvarado y Ochoa. La lista que lo precede es larga.
Un día -ya no tan lejano, al parecer- el país se preguntará cómo pudo tolerar que personas de esa carencia ética pudieran ejercer como “autoridades”. Y pudieran atentar, en la forma que lo han hecho, contra medios y periodistas como Roberto Aguilar. Un día el país se preguntará cómo pudo tolerar que un Presidente, rebosante de odio, en los hechos cerrara medios, entregara otros a un magnate extranjero amigo suyo y persiguiera, hasta dejar sin trabajo a periodistas como Jorge Ortiz y Emilio Palacio (refugiado en Estados Unidos).
Alvarado contra Aguilar: este caso muestra otra vez -si hiciera falta- la farsa política que, bajo el pretexto de modernizar al periodismo, convirtió en “autoridades” a gente descalificada. Gente como Fernando Alvarado y Carlos Ochoa.

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