De puteadas y otros exorcismos el miércoles en la Shyris
Por José Hernández
– ¿Qué gritan?
La señora tiene unos 65 años y mide alrededor de 1.60. Su pelo es gris ceniza. Porta lentes ovalados y un pañuelo de seda en el cuello. Está recostada contra un auto Kia que está ahí, como abandonado en medio del tumulto. Un chico de unos 17 años toma fotografías desde la parrilla del techo del auto. Son casi las siete de la noche y ya es muy difícil circular en esta parte de la Shyris cercana a la calle Holanda.
- ¿Qué gritan?, repite la señora visiblemente preocupada de haber perdido el hilo.
- “No somos cinco, no somos diez, Correa hijueputa, aprende a contar bien”.
Ella repite en voz baja, se engancha al coro, levanta las manos y vuelve a moverse al ritmo que le impone la consigna. Quizá nunca había pronunciado esa expresión en público. Qué más da. Esta noche la grita, la saborea en esta avenida simbólica de Quito, la Shyris, que hierve. La convocatoria ha mutado en jolgorio, en carnaval que obliga a bramar, a desgañitarse. Se salta, se vocifera contra los correístas que están a 20 metros, tras dos cordones de policías: uno que mira hacia los correistas; el otro hacia los manifestantes.
“Vagos”, “sanducheros”, “delincuentes”, “borregos”, “hijueputas”… Cada adjetivo, cada sustantivo es cantado, vocalizado, articulado para que los destinatarios oigan bien.
Ellos llegaron temprano. Hacia las cuatro. Han colmado las gradas de la tribuna y la parte aledaña, sobre la avenida. La tribuna es su fortín y hoy han venido decididos a no dejarse desalojar, como el lunes. Bueno, esta vez los dos cordones de policías de la fuerza antimotines los ponen a buen recaudo de los manifestantes.
No tienen buena pinta. Los que están de pie en las graderías pudieran ser confundidos con estatuas de cera. Como si su cuerpo recogido, contrito, se esforzara en confesar que están ahí, queriendo estar en otro lado. Son funcionarios: es decir, han venido obligados.
Los que están abajo, en la avenida, sí tienen aire de militantes. Portan banderas y pancartas. Sus rostros son herméticos, sus miradas penetrantes. Son de Alianza País, del Consejo provincial de Pichincha, de AVC, del PCE… Ondean las banderas e insultan. Otros exhiben pancartas con consignas también agresivas: “no sufras pelucón, igual te queda un montón”, “Si los oligarcas protestan, significa que las cosas se están haciendo bien”…
Entre los dos cordones de polícias, separados por unos cuatro metros, se pasean policías en civil, guardaespaldas, camarógrafos y fotógrafos del oficialismo que no cesan de grabar y fotografiar a los manifestantes. Ninguno se da por enterado. Que graben, que tomen fotografías. No se siente miedo en el ambiente. Tampoco se ven ganas de encarar la policía para ir hacia la tribuna. Que la ocupen no más. Hoy vuelven a ser menos, muchísimos menos.
Hay un alborozo tajante, un desahogo manifiesto, un exorcismo que pasa por el cuerpo, por las palabras, por esa desfachatez asumida a pesar de saber que en la tarde se instalaron cámaras, que hay drones espías y un helicóptero que sobrevuela, iluminando grupos de manifestantes con un faro enceguecedor.
“Aquí no hay sánduches”, “Fuera Correa, fuera”, “No queremos más impuestos, no queremos más Correa”, “Con Quito te metiste, Correa te jodiste”… La energía redobla cuando la gente reconoce al asambleísta de CREO Andrés Páez. Fernando Villavicencio y Fernando Aguirre lo acompañan. Los tres visten una camiseta blanca con el lema que Páez circuló estos días en las redes sociales: “Me declaro en rebeldía”.
No hay cómo oírse. Celulares y cámaras siguen a Páez que logra fraguarse un espacio en la tribuna improvisada frente a la farmacia de la esquina de la calle Holanda y Shyris. Están un metro y algo por encima de los demás. Es poco, pero es suficiente para ser visto por una parte de los convocados. Páez hace su trabajo: canta con ellos el himno nacional, hace declaraciones a periodistas y baja para pasearse entre los ciudadanos por esa amplia avenida que sin autos luce repleta a esta hora.
Unos metros más allá, hacia el norte, el ambiente se caldea. Vuelan botellas de plástico y pedazos de madera de lado y lado por encima de las cabezas de los agentes de policía, que no se inmutan. Un padre, metro ochenta, cuarentón, camino a la calvicie, explica a su hija de unos cinco años, que carga sobre los hombros, por qué hay banderas negras y por qué muchos de los manifestantes visten de negro.
– Están de luto, dice, porque quieren que el Presidente se vaya. Ha cometido muchos errores.
La niña no parece entender y se deja escurrir del lado izquierdo para decirle algo en el oído.
Un megáfono de Alianza País vuelve a la carga. Nadie sabrá lo que su portador intentó decir: apenas lo detectan, un concierto ensordecedor de gritos, pitos, insultos, cacerolas, onomatopeyas… se dispara. Y tras él vuelven las consignas cantaditas y moduladas: “Vamos Quito, Quito no se ahueva, carajo!”, “Ni un paso atrás”, “Se va a caer, se va a caer, se va a caer el maricón”, “Que se vaya el dictador”, “Dónde está, que no se ve, el maricón de Rafael”, “Ahí están, ahí están, esos son los que roban la nación”… ¿Alguien divisó a Paco Velasco? Pues sí, porque inmediatamente le destinan una gentileza muy en el tono de la noche: “Velasco… ladrón y maricón”.
- ¿Y esos tipos? De unos 28 años, barba de tres días, lentes redondos y músculos de gimnasio, este joven mira en dirección de tres personas que merodean y se disponen a lanzar objetos a los militantes de Alianza País.
- Son provocadores, dice. Ellos les suministran un motivo para que nos ataquen. Los malencarados, como él los llama, parecen sentirse interpelados por las miradas y abandonan el sitio… Son las ocho y cuarto de la noche y muchos manifestantes ya se han retirado. Al lado del cerco policía, la tensión sube de lado y lado…
En el otro extremo hay, al parecer, un manifestante detenido e intentos de recuperarlo, una trifulca, gases lacrimógenos… Lo de siempre al final de una manifestación callejera…
Cerca de las nueve de la noche el ministro del Interior, José Serrano, informa que Paco Velasco ha sido agredido y publica una fotografía en su cuenta twitter con una herida en su ceja izquierda. Un hecho lamentable que no ilustra el ambiente mas bien festivo que hubo la mayor parte del plantón.
Tampoco resulta grato leer los tuits del ministro del Interior en los cuales habla de conspiración, trata a Andrés Páez de cobarde, invita a la gente a ir a la Shyris “a decirle no a la violencia” y habla de “fracaso de la convocatoria”.¿Fracaso? ¿Con avenida llena como lo prueban las fotografías que corren por las redes?
¿Serrano, ministro de la Policía para proteger a todos los ciudadanos? ¿O Serrano militante de un gobierno cuestionado con el mando de ese inmenso aparato también de represión en sus manos?
Los manifestantes se volvieron a convocar. Unos hablan del viernes; otros del lunes…
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