martes, 1 de abril de 2014

Rafael Correa entre sus sueños y sus demonios



Por: José Hernández
Director adjunto
Tras el 23-F, apareció la figura de la reelección.
¿Asumirla de inmediato o en 2021? En cualquier caso, Correa requiere una estrategia. ¿Qué opciones tiene?
¿Qué cambios introducirá el Presidente tras el 23-F? Hasta ahora ha tratado de disimular la derrota electoral reivindicando el mayor número de alcaldías y de prefecturas en el país. Y repitiendo que la casi totalidad de los ganadores son cercanos o amigos suyos. Sin embargo, esa derrota divide la historia del correísmo en un antes y un después. La figura de la reelección apareció, en los hechos, como un paliativo al trago amargo que, en cifras, según los datos de Carlos Larrea, representó 21% de votos menos en el país para el oficialismo.

Derrota electoral y posible reelección implican -debieran implicar- virajes políticos. ¿Qué ha hecho el Presidente? Tras la jornada electoral, creó expectativas en su movimiento. Habló de las lecciones que debían sacar. Acusó a algunos de lossuyos de sectarismo. Hizo un balance desencarnado de lo que es su movimiento: encontró cifras infladas y ficciones regionales. Alabó el trabajo de Avanza y, en especial, de Ramiro González. Puso a reflexionar a los suyos, y a la ciudadanía en general, sobre la reelección. Procedió a un cambio de gabinete; otro trueque de sillas. Y sobre todo dijo que volvía a su lado Vinicio Alvarado. Son movidas que no terminan de perfilar una estrategia post 23-F, que se antoja inevitable.
En su horizonte, cualquiera que sea su derrotero, el Presidente tendrá que decidir entre dos escenarios:
1 Eternizarse en el poder a cualquier precio: la reelección indefinida e inmediata saltó al escenario como catarsis de la orfandad sentida tras la derrota del 23-F. El mensaje lo hizo explícito el Presidente: no hay movimiento, pero sí hay líder.
Ese escenario conlleva, para él, seguir el camino de Chávez en Venezuela (solo interrumpido por su muerte) y el de Ortega en Nicaragua. Incluye polarizar el país al máximo mientras el aparato del Estado se pone, con subsidios y otras políticas focalizadas, al servicio de un electorado numéricamente suficiente para ganar elecciones.
Hasta ahora, todo pudiera hacer pensar que el Presidente se siente cómodo en el terreno en el cual marcha desde hace siete años: modernizar el país y hacer obra pública, verse como el apóstol de una única verdad política, agraviar a sus críticos, aceitar el aparato judicial para que aplique códigos y leyes castigadoras, imponer visiones retrógradas en los temas contemporáneos, estrangular a los medios de comunicación independientes, perseguir opositores... En definitiva, profundizar la revolución, como dicen los que sueñan con imitar a Fidel Castro y Hugo Chávez, tan exitosos en sus países.
Desde el 23-F no hay cambios de apertura política: la Justicia de Gustavo Jalkh judicializa la política, la Secom trabaja en cadenas insufribles y contra los Yasunidos, los troles siguen activos, el tono inquisidor en lo público no varía y el Gobierno defiende, con irracionalidad indescriptible, las acciones represivas del señor Maduro. Curiosamente, hasta Vincio Alvarado hizo carga montón, con insulto incluido, contra Clever Jimenez. ¿Se debe entender que su retorno es para profundizar ese tipo de políticas?
La rendición de cuentas –esos ritos de lujo y auto elogio–, también da a pensar que los funcionarios de este Gobierno no asumieron el tsunami político del 23-F.
Posiblemente están convencidos, como dijo el Presidente, de que el revés se debió a simples errores de táctica política. Todos actúan como si fuera urgente seguir en lo mismo.
En este escenario cala hondo el mensaje de Correa que, en sustancia, dice: mi nivel de aceptación está intacto y el problema político que evidenció el 23-F se subsana con organización y buenas dosis de mercadeo. Nada que Vinicio Alvarado no pueda solucionar con publicidad; un negocio que él conoce bien.
El escenario de la reelección inmediata reposa, entonces y enteramente, sobre Correa y su nivel de popularidad. Es un juego político cerrado en el cual los militantes saben que seguirán sometidos a los designios del líder, pero imaginan que, hasta 2021, tendrán tiempo para rehacer el movimiento y forjar sucesores. Pocos creen que Correa pueda perder en 2017. Y avanzan razones: él es el único que puede mantener unido al aparato alrededor de un discurso mientras suma votos con los políticos del borde que sea. Es el único capaz de encarar la polarización que supone la aplicación de algunas de sus políticas. Y sobre todo, es el único capaz de burlar la volatilidad del electorado que hace mentir hasta los sondeos oficiales…
Este escenario está corriendo. Correa ha sido hábil para pasar la factura del 23-F a otros y, hasta ahora, no habla de necesidad de operar viraje político alguno. Si corre en 2017, lo más probable es que crecerá la corrupción y la polarización en el país y que en el oficialismo se aceptará, como ya se oye, una verdad de esas que se cree a puño cerrado: en vez de un liderazgo fuerte tienen un caudillo conservador que decidió continuar la obra de García Moreno.
2 El gatopardismo con invitado de honor: el escenario de la reelección pero pasandoun período lo echó a correr Vinicio Alvarado. Resulta imposible que se haya inventado ese balón de ensayo sin acuerdo explícito del Presidente. Así mataron tres pájaros de un tiro: mitigar el desamparo que se sintió en las bases del oficialismo tras la derrota del 23-F. Redireccionar la presión que llegó a Correa hacia el aparato. Y medir el humor del electorado que, si se juzga por la reacción en las redes sociales, se opone a que alguien se eternice en el poder.
Curioso: la estrategia de dejar pasar un período es apoyada sobre todo por el ala más pragmática del Gobierno. Por la derecha, se comenta en los círculos de esa izquierda que hasta ahora decía que “el rumbo de la revolución está en disputa”.
En este escenario, el juego político parece más abierto. Y ya se dan algunas movidas por hechos. Por ejemplo, se da por sentado que Ramiro González lidera la lista de los sucesores de Correa. Incluso se quiere ver su aquiescencia en las flores que echó al Gobierno del ex presidente Rodrigo Borja en la reciente campaña. O en las bondades políticas que encontró en González desde el 23-F. Algunos en el oficialismo son más suspicaces: muestran cómo en los logos de la Revolución Ciudadana apareció la palabra Avanza, antes de que se anunciara la creación de ese partido. En claro, sospechan que Avanza fue lanzado desde el Gobierno… Lo cierto es que el 23-F aupó las broncas que hay entre fuerzas del oficialismo y Avanza. Algunos en el oficialismo dan por sentado que en ese puente con la socialdemocracia está la transición que necesitan para que descanse Correa en 2017 y vuelva en 2021… Es dejar el poder sin perderlo.
La transición, se haga con quien sea, requiere un viraje político que implica tender la mano en lugar de cerrar el puño. Este escenario, lanzado por Alvarado, requiere de obras y de actitudes que están lejos del perfil prepotente y disciplinador que encarna Correa.
El 23-F mostró que el electorado puede optar por propuestas que privilegian el diálogo y la racionalidad en vez del enfrentamiento: Lasso, González y Rodas se inscriben en esa línea.
Este escenario conlleva para el oficialismo la tarea de recrearse: hacer política, amnistiar opositores, despedir troles y odiadores con salarios oficiales, evitar el drama venezolano… Este escenario pone al Presidente ante un reto: escoger entre sus sueños y sus demonios.

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