Por: Roberto Aguilar
Editor de contenidos
“Yo no bebo, no me gustan las mujeres, no fumo...”. Jajajá,
jejejé... Cuando Carlos Ochoa entra en plan bromista, los vicios son su tema
favorito. Un semiólogo preocupado por la producción de mensajes cosificadores y
discrimatorios -aquél que redacta informes para el Consejo de Regulación de la
Información, por ejemplo- tendría mucho que decir sobre la inclusión de las
mujeres en esa lista, que el funcionario despacha alegremente ante un
abigarrado enjambre de cámaras y micrófonos. Salvo que sus declaraciones
oficiales no han empezado todavía. Los periodistas acomodan sus cables y sus
trípodes y él, espontáneo, dicharachero, confianzudo con sus antiguos colegas
de oficio, intercambia chanzas y pergeña chascarrillos de gusto variable para
calentar el ambiente. “Y usted, ¿sigue siendo un borrachín?”. Jajajá, jejejé...
Es la segunda jornada de reflexión sobre la discriminación
que el Gobierno ha organizado para reclutar ciudadanos en su cruzada
antimediática, y el titular de la Supercom se dispone a clausurar las
deliberaciones con una conferencia magistral muy a su estilo. El antiguo salón
del Senado, en el edificio de la Asamblea Nacional, luce abarrotado por
pluricultural y multiétnica compañía, con el habitual aporte del dirigente del
Seguro Social Campesino Rodrigo Collahuazo a la causa revolucionaria. En las
paredes, las gigantografías oficiales de los organismos auspiciantes dan cuenta
del ingente esfuerzo de coordinación interinstitucional empeñado: Defensoría
del Pueblo, Secretaría Nacional de la Gestión de la Política, Consejo de la
Judicatura, Supercom, Cordicom, Comisión de Transición hacia el Consejo de la
Mujer y la Igualdad de Género, Asamblea Nacional.
El día anterior hubo discursos incendiarios en la sala.
Ramiro Rivadeneira, defensor del pueblo, soltó un estrepitoso carajazo para que
no cupiera duda sobre la seriedad de sus empeños. “¡¡¡Esto no es un problema de
libertad de expresión!!! ¡¡¡Es un problema de dignidad, carajo!!!”. El Lunes
Sexy de diario Extra fue puesto en la picota y el comentarista de Ecuavisa
Alfredo Pinoargote, crucificado a su lado. “Papá, ¿por qué dices que esa mujer
es una buena potra?”, imaginó Rivadeneira que preguntarían los niños a sus
machistas padres lectores del Extra sin obtener respuestas satisfactorias. Hubo
profusión de adjetivos de grueso calibre: cruel, letal, pornográfico, basura,
“neoliberal... Patricio Barriga, del Cordicom, se rasgó las vestiduras e invitó
a las masas a participar en la lapidación pública sin olvidar las reglas del
debido proceso: “¡El Lunes Sexy sigue publicándose! Esperamos que haya las
consecuentes denuncias”. El mismo mensaje se repetiría mil veces a lo largo de
las jornadas: ciudadanos, denuncien, colaboren.
Barriga hizo un recuento de los peores vicios de los medios:
“la pornografía del sexo, la pornografía de la muerte, los relatos cotidianos
transformados en espectáculo”... Conociendo su trayectoria, se podía creer que
estaba describiendo, con fidelidad y al detalle, la programación y la agenda
informativa del canal de los Isaías en el que trabajó durante años como
presentador de noticias. Luego proyectó sobre la pantalla gigante de alta
definición los detalles, púdicamente editados, de la tapa sancionada de diario
Extra: los títulos solamente, sin la modelo. Aplausos rabiosos de la multitud
remataron los momentos más candentes.
Como pez en el agua en medio de tantos y tantas ciudadanos y
ciudadanas de vocación prohibicionista, la legisladora Alexandra Ocles, a la
diestra de Ochoa, había inaugurado las jornadas con una cita de Malcolm X y una
clarísima declaración de intenciones: “no queremos sólo debatir, sino proponer
acciones”. El público fue invitado a ponerse de pie y un equipo de alta
definición desgranó “las sagradas notas del himno nacional” en versión
multilingüe, interpretadas con el corazón en la mano por la pléyade de
estrellas del pop ecuatoriano que se desempeñan como contratistas del Estado.
En la pantalla, los nevados, las selvas y los ríos de la patria; los jaguares,
los cóndores y los guacamayos; los huaoranis, los quichuas y los tsáchilas, los
montubios y los afrodescendientes de las cuatro regiones naturales... Un
semiólogo preocupado por la construcción de sentidos racistas y discrimantorios
en el lenguaje visual encontraría en esta pieza de video mucho qué decir sobre
la asimilación de los pueblos originales al paisaje, herencia aristocrática,
excluyente y segregacionista de la cultura nacional decimonónica. Pero aquí no
lo ha notado nadie, ni siquiera los académicos del Cordicom. Aquí la guerra
contra la discriminación tiene muy claros sus próximos objetivos. El defensor
del pueblo los enumeró con asco e indignación moral irreprimible: La pareja
feliz, Mi recinto, Los compadritos... “¡¡¡Es hora de eliminar por siempre de la
programación esos programas que denigran al ser humano!!!”. Por favor,
denuncie.
“Nos van a descontextualizar -advirtió Rivadeneira en otro
momento de su alocución- pero nosotros y nosotras ya empezamos la revolución de
la ética. Y esta revolución, perdón, no encontré otra forma de decirlo, la busqué
durante minutos... -pausa cargada de suspense: ¿qué va a decir ahora, si ya
carajeó a gritos sin pedir permiso?-, esta revolución no la para nada ni
nadie”.
Sí, memorable fue esa primera de las dos jornadas de
reflexión que están a punto de cerrar ahora con Carlos Ochoa como pastel de
fondo. Las máximas autoridades del control mediático presidieron la mesa
directiva y el comunicador Fernando Salme, que en su momento encabezó la lista
de candidaturas del oficialismo para la Unión Nacional de Periodistas,
distribuyó sus empeños entre las tareas de maestro de ceremonias y las de
camarero encargado de servir los vasos de agua para los oradores (prueba
irrefutable de que este Gobierno no solamente se preocupa por los derechos de
los “obreros de la comunicación”, sino que también los emplea).
Hasta la vicepresidenta primera de la Asamblea Nacional,
Rosana Alvarado, acudió para solemnizar con su presencia la inauguración del
encuentro y para alertar a los presentes en contra del humor, arma letal, dijo,
pues “la risa niega la condición de un prejuicio como prejuicio”. La risa. Ya
nos advirtió San Clemente de Alejandría sobre sus peligros. Pero los momentos
más filosóficos de esa primera jornada vinieron de la mano de dos de los más
sesudos analistas de la miseria mediática. Hernán Reyes y Romel Jurado
aportaron con el ingrediente académico que constituye justificación teórica
suficiente y propiciatoria para semejante griterío. El primero denostó la
visión liberal según la cual los derechos son individuales y no colectivos; el
segundo argumentó que así como la comunicación, según Jürgen Habermas,
constituye un sistema, así también el Estado ecuatoriano ha creado un sistema
para controlarla. Reyes también dijo que la propaganda es una desnaturalización
del derecho a la información, declaración que podría poner nerviosos a los
hermanos Alvarado, aunque difícilmente el Cordicom va a redactar un informe
negativo sobre sus prácticas.
Ahora las jornadas están por concluir. Alexandra Ocles se
hará cargo de las despedidas. Pero antes, los 300 o más inscritos en el
seminario serán iluminados por las palabras del Superintendente Ochoa, que ya
bromea alegremente con los periodistas en medio de una nube de micrófonos. ¿Qué
puede decirles a aquellas personas que insisten en decir que el objetivo de la
Supercom es el control?, pregunta una reportera de la televisión estatal.
Pronuncia esta última palabra, “control”, como alargando socarronamente las
vocales, con el dejo de ironía que las insidiosas voces de los locutores de las
cadenas del Gobierno han erigido en estilo oficial de la comunicación pública.
¿Control? ¡Cómo va a creer! Ochoa lo niega. Minutos más tarde comienza su
conferencia magistral. Lleva por título: “La Supercom en el control y
reparación de derechos vulnerados”.
Empieza pidiendo un aplauso para los “obreros de la
comunicación, muchos de ellos mal pagados, que afrontan restricciones en las
redacciones”. Luego entra en materia: “Como decía mi abuelita, a lo que
vinimos”.
El Superintendente se jacta de haber hecho bien las cosas:
“Ya hay un cambio en este país y ya se piensa dos veces antes de soltar la
lengua”, despacha con un gesto de suficiencia. Alguien le pasa un vaso de agua.
“¿Agua? -se finge desilusionado el funcionario-, yo esperaba otra cosa”. Jajajá,
jejejé.
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