El año empieza arrastrando los pies. El gobierno se ha cuidado de hacer anuncios o promesas. La Asamblea no despierta entusiasmos, al igual que el juicio político a Diana Atamaint. La Fiscalía General de la Nación prepara el juicio de Rafael Correa, mientras la economía no levanta cabeza. Esa normalidad tan desoladora no se ve afectada todavía por la campaña electoral. No del todo. 2020 no trae optimismo.
En realidad, no se sabe cómo reaccionará el país este año. Incluso no se sabe cómo decantará, en el campo electoral, esta etapa post correísta. No hay estudios profundos que permitan evaluar el estado en que quedó la sociedad tras la famosa década y estos casi tres años de gobierno de Lenín Moreno. No obstante, estudios de mercadeo político perfilan algunos rasgos inquietantes. Hay un profundo chuchaqui en el cual intervienen muchos factores: haber creído a ojo cerrado en un régimen cuyo balance real difiere del relato que pretendió implantar. Haber sido engañados por líderes que hoy tienen que responder por actos de corrupción. Haber tenido que volver, con el fin de la bonanza de materias primas, a una realidad que amenaza los beneficios obtenidos durante algunos años. Asumir la factura de un despilfarro que el correísmo vendió como sostenible en el tiempo. Tener que lidiar con la pobreza, la falta de trabajo y un gobierno que gana tiempo mientras crecen las incertidumbres. Y ahora, haber asistido en directo a una intentona de líderes indígenas que creyeron que atentando contra el gobierno y aterrorizando a los ciudadanos, sobre todo quiteños, podrían ganar tarima política. ¿Es posible joder más al país?
Hay decepción, hay ambiente de disgregación, de país descoyuntado, de desesperanza. En esas circunstancias, las preguntas que surgen siguen siendo verdaderos dilemas. Porque revelan no solo el engaño correísta y la impostura de gran parte de la sociedad política sino los entresijos de ese Ecuador profundo que está en shock y fragmentado, es crédulo o desmandado según las circunstancias y es imprevisible políticamente.
Se entiende que ese es, en general, el escenario que tienen ante sí los candidatos a la Presidencia y los aspirantes a la Asamblea Nacional. Y se entiende que en campaña tendrán que hablar a ese país que requiere ser atendido más allá de sus urgencias económicas. Las protestas que se han dado desde octubre en la región prueban, precisamente, que hay un malestar de época; fruto del reflujo tras la bonanza y de las incertidumbres que arrastran generaciones enteras que viven como si no tuvieran futuro.
¿Cómo no joder más al país? ¿Y cómo recomponerlo?: esos son los retos de las próximas elecciones. No importa, por ahora, el número de candidatos (que sí importa). Importa que, por más candidatos que haya, los marcos ideológico y político del país están circunscritos. ¿Se pueden ampliar? Esa es una pregunta abierta.
En este momento, en grandes trazos, se ven tres tendencias: una liberal en economía y conservadora, en grados diversos, en valores. El libre mercado rima con una visión religiosa que persigue salvar a los ecuatorianos de la amoralidad que supuestamente quieren imponer las minorías. En esta línea hay radicales que superan, con creces, las posiciones de Guillermo Lasso. Jaime Nebot no es un liberal consecuente y tampoco es un cruzado de esta causa. En todo caso, la recomposición del país, en esta tendencia, se plantea como la reconstrucción de la economía con la aplicación, más o menos evidente, de los valores cristianos. Y para algunos con cierta dosis de autoritarismo.
A la par están los dirigistas, que no creen en el mercado y que tampoco apoyan la expansión de la democracia mediante el desarrollo de nuevas libertades individuales. Rafael Correa es su mejor expositor. Gran parte de la vieja izquierda comparte este libreto. Para los indígenas, la reconformación que proponen del país se pinta de cuerpo entero en el famoso plan de gobierno que quisieron imponer al gobierno de Moreno. Para Correa es más sencillo: reeditar lo que hizo durante la década nefasta. En esta línea de topan los que creen que Correa debe volver con aquellos que creen que deben terminar de hacer lo que emprendieron con Correa, pero sin él. En los dos casos, con autoritarismo seguro de por medio.
¿Hay una tendencia progresista capaz de integrar el desarrollo del libre mercado con control del Estado, y el desarrollo de las libertades individuales? No parece. En todo caso, no tiene representantes políticos con gran liderazgo en el país. Hay influencers en redes sociales. Pero han creído que su tarea no es formar esas nuevas miradas sino tener razón por encima de todos. La variable feminista ha sido la más radical en este sentido. Esta tendencia como expresión política es relativa, y su peso político, en el tablero electoral, es presumiblemente bajo.
¿No joder más el país sino recomponerlo? No hay nada seguro. La cancha parece estar trazada y el margen de maniobra, en cualquier tendencia, luce restringido. El país desesperanzado y en estado de shock es, más que nunca, una verdadera caja de Pandora.
Foto: Fotomontaje 4P.
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