lunes, 5 de marzo de 2018

La Canciller mercadea su ego a nombre del país

  en La Info  por 
¿Por qué y para qué quiere la Canciller presidir la Asamblea General de la ONU? En este asunto esas dos respuestas son esenciales. Y lo son porque, para empezar, María Fernanda Espinosa ya abrió un frente diplomático con Honduras. ¿Qué paga el país con ese costo? Un capricho de la Canciller. ¿Tiene posibilidades de lograr su cometido? No porque, como recuerda el embajador Fernando Córdova Bossano, hay una práctica de Estado: “la de no reelección de un país cuyo connacional fue Presidente de la Asamblea General, en beneficio de aquellos que no lo han sido y esperan su turno histórico”. Ecuador ya presidió la Asamblea de la ONU en 1973. Lo hizo el embajador Leopoldo Benítez Vinueza. Honduras nunca lo ha sido y, como dijo a El Comercio el embajador argentino en Ecuador, “Honduras ya había trabajado y logrado una cantidad importante de endosos”, entre ellos el del Argentina. Él calificó la candidatura de Ecuador de inesperada.
Con esas falencias, se entendería que la Canciller tiene a su favor pergaminos que exhibir. No es el caso. Sus posiciones internacionales van a contrapelo de sus propios devaneos. El 22 de febrero, un día después de presentar su candidatura, Espinosa ratificó lo que dijo en Estados Unidos la vicepresidenta del Ecuador: que el dictador de Venezuela, Nicolás Maduro, debe estar en la VIII Cumbre de las Américas. Esa fue la respuesta a la declaración del Grupo de Lima que respaldó la posición de Perú expresada por su Canciller: su presencia ya no será bienvenida en dicho encuentro.

En claro: María Fernanda Espinosa mercadea su nombre, para un cargo que quiere poner en su curriculum vitae, con el sol a las espaldas. Su apoyo al dictador Maduro, el desconocimiento de la CIDH, el diferendo con Inglaterra (y colateralmente con otros países como España) por el caso Assange… no solo no favorecen su candidatura. Ubica la diplomacia ecuatoriana en un punto que sirve la visión de Vladimir Putin y sus dictadores aliados en la región.
Esta candidatura, en este momento, suscita, además, otras interrogantes. El Presidente, deseoso supuestamente de dar un viraje en política interna, no ha podido innovar, en lo más mínimo, en política internacional. La candidatura de la Canciller llega tras la condena unánime que recibió el apoyo al carnicero de Caracas y la metida de pata de la Cancillería en Londres, al querer convertir a Assange en diplomático ecuatoriano.
Pero esta salida, lejos de acariciar el ego nacional, haciendo soñar a los ciudadanos con que Espinosa tendrá un año de trabajo en Nueva York, revela dos cosas. Una: la Canciller y se debe entender que el Presidente, no tienen una senda diplomática para el momento que vive el país tras diez años de correísmo. Dos: esta candidatura muestra de cuerpo entero a la Canciller y, además, revela dónde pone ella el acento de su trabajo y el de sus diplomáticos en el exterior: en una campaña en la que no escatimará dinero y viajes para un cargo innecesario. ¿No es urgente que la Cancillería haga equipo con otros ministerios para facilitar la búsqueda de mercados firmando, por ejemplo, acuerdos comerciales? ¿No es urgente que esa tarea se vuelva prioritaria para embajadores y representantes del Ecuador en el exterior? Ahora resulta que lo urgente es contribuir a viabilizar los caprichos de María Fernanda Espinosa. Esto, tras la búsqueda incesante de doctorados honoris causa para Correa, muestra que no hay norte alguno, marcado por el interés nacional, en la Cancillería.
No hay recato y el país, gobernado por la lógica correísta, ha faltado a su palabra. Porque tras esta candidatura sin nombre se descubre que María Fernanda Espinosa irrespeta, en forma paladina, un acuerdo hecho con Honduras en 2015: que ese país apoyara la elección del juez cervecero, Patricio Pazmiño, a la Corte Interamericana de Derechos Humanos a cambio del voto ecuatoriano a favor de que Honduras presidiera la Asamblea General de la ONU. La Cancillería se da vueltas para afirmar que ese acuerdo no fue ratificado por escrito, pero ese acuerdo tuvo lugar. Por eso Honduras pidió públicamente que Ecuador desista de esta candidatura. La Cancillería la ratificó.
El correísmo abusó de la fe pública acariciando con falsos motivos y presunciones el ego nacional. La Canciller sigue en esa vía: su candidatura es otro salto al vacío; un capricho en el cual pone a la Cancillería a trabajar enteramente para ella sin importar la agenda que el propio Presidente anima en este momento de transición.

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