viernes, 2 de marzo de 2018

Correa fabricó delincuentes o cómplices lelos

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Rafael Correa no se da por aludido. Tampoco sus herederos dedicados ahora a catequizar jóvenes sin hacerse cargo de lo que produjeron durante su paso por el poder. Eso les permite decir que su nueva organización política promueve la inclusión, la ética, la honestidad, el bien común. Es decir, todo lo que no hicieron durante la década ganada, según dicen.
No se dan por aludidos por este destape impresionante de corrupción, danza de millones, pactos secretos, uso de las instituciones para negociados, mentiras, golpes de estado ficticios, traiciones…
Jorge Glas, Capaya, Capaco, Alex Bravo, Alecksey Mosquera, los hermanos Alvarado, Carlos Ochoa, Carlos Pólit, Carlos Baca Mancheno, Patricio Rivera y sus cuentas chimbas, Galo Chiriboga, José Serrano… (miles de casos chuecos y de corrupción) son obra suya. Este destape, que apenas empieza, muestra lo que hizo el correísmo con el Estado. Correa y su modelo son los responsables directos del nivel de corrupción que hoy asquea al país.
El correísmo (gracias a la Constitución de Montecristi que consagró el hiper presidencialismo y creó bodrios como el Consejo de Participacion Ciudadana) produjo un poder mafioso en manos de un padrino llamado Rafael Correa. Él puso a los protagonistas del escándalo en sus cargos. Washington Pesántez y Galo Chiriboga precedieron en la Fiscalía a Baca Mancheno. Los tres fueron funcionales a sus intereses. La discrecionalidad de Correa fue tan manifiesta y tan evidente que se supo, desde que Chiriboga ocupaba la embajada en Madrid, que él sucedería a Pesántez. En ese contexto, era evidente que un personaje de las características de Baca Mancheno –funcionario devoto, casi trol suyo– calzaba perfectamente en la Fiscalía.
Carlos Pólit sin ser de Alianza País se ganó por sus favores el cargo. Y en diez años acumuló tantos secretos que se atornilló a su sillón durante tres periodos; en dos de los cuales el Consejo de participación Ciudadana ignoró las impugnaciones que tuvo su candidatura.
José Serrano, que los correístas ahora quieren fuera del poder, fue, igualmente creación del correísmo. Sus viejos amigos, que lo conocieron como un defensor acérrimo de los derechos humanos en los años noventa, se frotan los ojos: no pueden creer el grado de mutación que sufrió Serrano en el ejercicio del poder al lado de Correa. Lo volvió un ser irreconocible. El cargo regalado que le achacó al Fiscal, le calza igualmente a él: ¿acaso Correa no lo puso a encabezar la lista de asambleístas por los servicios prestados?
Correa escogió a Baca Mancheno, a Polit y a Serrano; como escogió a Glas, a los Alvarado, al ministro comecheques, a Carlos Pareja Yannuzzelli, a Carlos Ochoa, a Ricardo Patiño, A María de los Ángeles Duarte, a Marcela Aguiñaga, a Gabriela Rivadeneira, a Richard Espinosa, a Alexis Mera… Él construyó la realidad de corrupción que hoy genera este destape sin precedentes.
Que ellos no se den por aludidos de la ola de corrupción que auparon y taparon hace parte de su cinismo, de su negocio político. El problema aquí no es que ellos eludan esas responsabilidades. Radica en que la sociedad crea que la podredumbre que se denuncia (y que los mismos correístas o ex correístas ventilan), es un tema de personas y no del modelo que implantaron. Es obvio que si hay opacidad administrativa, discrecionalidad de los funcionarios, comisiones anticorrupción creadas por el poder, ausencia de fiscalización en la Asamblea, sometimiento de los organismos de control a un proyecto político, concentración de poder por parte del Ejecutivo, persecución a la prensa; es obvio que si hay todo esto, el único resultado posible, además de autoritarismo, es corrupción.
El destape de casos de corrupción no pinta a malas personas de origen. El modelo aplicado convierte en delincuentes o en cómplices a las personas que le sirven. Este destape revela la obra siniestra de un modelo que, bajo la coartada de justicia social, planificó y ejecutó un asalto generalizado a los fondos públicos.
Correa no fue un ingenuo engañado por los vivarachos que lo rodeaban. El modelo político y económico que preconizó, y que los suyos siguen promocionando y defendiendo, incluye un poder absoluto y toda la opacidad posible para forjar una nueva casta millonaria que, por obvias razones, defiende el poder a dentelladas. El modelo autoritario muele a aquellos que le sirven: los vuelve delincuentes o cómplices lelos.

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