NACIÓN | 2016/10/21 19:18
“Cumbres como Habitat III son una
farsa”
El urbanista Jordi Borja, famoso por transformar a Barcelona y liderar hoy las
protestas contra las políticas urbanas de Naciones Unidas, se encuentra en
Bogotá en un foro de la Universidad Nacional y la UIS. Semana.com lo
entrevistó.
Jordi Borja, urbanista. Foto: Archivo particular
Semana.com: Junto al urbanista argentino Fernando Carrión usted creó el
foro Hábitat III alternativo, que tuvo lugar en paralelo al que convocó
Naciones Unidas esta semana en Quito. ¿Por qué hacer esa disidencia?
Jordi Borja: Porque estas conferencias, y otras como las de cambio climático,
son una farsa. Son pura retórica: denuncian problemas más que archisabidos,
pero no muestran los mecanismos causales y los actores responsables. Los
compromisos que se aprueban, como la Nueva Agenda Urbana firmada el
jueves en Quito, son genéricos y no indican quiénes los asumen.
Semana.com: ¿Cuáles son los verdaderos problemas de la agenda urbana
global?
J.B.: En las últimas décadas se han acelerado las formas de urbanización
extensiva, dispersa, fragmentada, segregadora y atomizadora. Esa es la
urbanización sin ciudad que no sólo se da en los entornos periféricos de la
ciudad, sino que también afecta a la ciudad compacta con zonas marginales,
enclaves elitistas, rupturas del tejido físico por medio de infraestructuras,
murallas físicas y simbólicas.
Consulte: Manizales, la ciudad que quiere ser Boston
Semana.com: ¿A qué se refiere con urbanización sin ciudad?
J.B.: A una socialmente excluyente, económicamente más especulativa que
productiva, culturalmente miserable, absolutamente insostenible y
políticamente sólo gobernable por vías opacas, por el miedo y la represión
preventiva. Contra la urbanización sin ciudad hay que promover la ciudad
compacta: mixtura de poblaciones y actividades, centralidades integradoras y
articulación con las otras ciudades de la región urbanizada.
Semana.com: ¿Se puede promover una ciudad compacta con
megaproyectos de vivienda de interés social?
J.B.: Los sectores populares, de bajos ingresos, son los que más necesitan de
la ciudad. Es una aberración contraria a la lógica, a la justicia y a la cultura
ciudadana promover conjuntos de vivienda social en las periferias sin calidad
de ciudad; en zonas reservadas, sin centralidades propias y sin convivir con los
sectores medios y altos de la sociedad. La mezcla es la razón de ser de la
ciudad, un lugar de gentes libres e iguales. La ciudad debe ser reductora de las
desigualdades.
Semana.com: La ONU sostiene que el diseño de políticas públicas
urbanas debe estar primordialmente en manos del Estado. ¿Qué opina?
J.B.: Las ciudades no viven aisladas. Todo lo contrario, las ciudades grandes y
medianas polarizan sus entornos y sus periferias. Los gobiernos locales,
incluso en las grandes ciudades, a pesar de sus grandes limitaciones pueden
diseñar lo que quieran. La cuestión entonces es si pueden ejecutar sus planes
o proyectos. Por su parte, los Estados definen los recursos, las grandes
infraestructuras, los transportes regionales y nacionales y diseñan las políticas
sociales, de vivienda, urbanística, la propiedad, pero no tienen sensibilidad
ciudadana ni conocen la integralidad de la realidad urbana. Es decir, los
gobiernos estatales o nacionales son enemigos, conscientemente o no, de las
ciudades.
Semana.com: Entonces, ¿cuál es la salida?
J.B.: Lo que llamamos el ‘Derecho a la ciudad’. Que los ciudadanos se tomen
la ciudad supone diseñar políticas integrales, no sectoriales, con el
protagonismo de los colectivos ciudadanos. Una mezcla entre derechos
urbanos: vivienda, espacio público, servicios básicos, transportes, entre otros, y
derechos sociales, económicos, sostenibles, culturales y políticos.
Semana.com: ¿Qué deben tener esas políticas?
J.B.: Deben afrontar las causas, la especulación urbana, el control público del
sistema financiero, la legislación urbanística que impida la urbanización y los
enclaves o barrios cerrados y la recuperación de la gestión pública de los
servicios de interés general. No puede ser sólo una aspiración a una ciudad
justa.
Semana.com: Como soluciones se promueven estrategias como el
reverdecimiento de la ciudades o métodos alternativos de transporte.
¿Cree que estas medidas son suficientes?
J.B.: Las regiones urbanas deben integrar reservas naturales por razones de
sostenibilidad, de paisaje, de separación de las zonas construidas y densas, de
reducir a mínimos la contaminación y el calentamiento del planeta, para evitar
el despilfarro de recursos básicos no renovables a corto plazo. La actividad
económica debe estar al servicio de la sostenibilidad y de la reducción de las
desigualdades sociales. Sobre los medios de transporte, todos son buenos,
excepto el carro privado, algo que tiene que desaparecer de la ciudad.
Probablemente en menos de 20 años, el carro privado desaparecerá o será un
lujo raro. Se generalizaran los carros alquilados.
Semana.com: ¿Hasta qué punto las nuevas tecnologías o la innovación
pueden dar respuestas a los urbanistas?
J.B.: Pueden ser liberadoras, pero también opresoras. La big data y la
acumulación de información concentrada en las cúpulas del poder político y en
las grandes empresas son un peligro enorme para la ciudadanía, no solamente
por el control sobre ella, sino por la manipulación de las informaciones y de los
comportamientos. Vivimos en sociedades desiguales, en Estados de
democracia limitada, más o menos oligárquica. Las tecnologías de información
y comunicación pueden ser un instrumento fantástico para generar redes,
asociaciones, formas de cooperación y de intercambio, de generación de ideas
e iniciativas, tanto en relación con la ciudad o con su entorno inmediato, pero
también iniciativas económicas, culturales, incluso políticas, desde la base de
la sociedad.
SEMANA: ¿Cómo se comportan las ciudades latinoamericanas frente a
estos problemas de la agenda urbana?
J.B.: Las grandes ciudades latinoamericanas y europeas tienen problemas
similares, aunque las magnitudes no sean las mismas. Los desafíos y los
problemas no son muy diferentes, pero las soluciones casi siempre son propias
de cada ciudad: las prioridades, las urgencias, la cultura urbanística
acumulada, los marcos políticos y jurídicos, el grado de democracia en los
niveles local y estatal, el grado de desigualdad social, etc. No hay democracia
si las desigualdades son grandes. No hay democracia local si no hay justicia
espacial.
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