lunes, 4 de mayo de 2015

Presidente, ¿también quiere usar usted al Papa Bergoglio?

Por José Hernández
Presidente,
Así como usted no separa el ejercicio del poder del manejo de sus humores personales, tampoco separa su función de representar un Estado laico de sus creencias personales. Esto lo acaba de conducir a Roma con una amplia delegación, pagada por el erario público, para visitar al jefe de la Iglesia católica.
Lo uno y lo otro resulta incompatible, Presidente, desde que Thomas Hobbes propuso un Estado soberano. De eso han pasado cuatro siglos. Hobbes es el fundador del Estado moderno precisamente porque buscó asentar la legitimidad del poder político en un contrato social y no en principios teológicos, como pretendía la monarquía.
La fe religiosa es un asunto estrictamente personal y huelga someterla a debate alguno. Que usted coincida en su credo religioso con el Papa, pues es un tema privado. Como debiera ser, para usted como jefe de Estado, la visita que hará el Papa a los creyentes del país. Si se requería finiquitar detalles para ese viaje, se entiende mal que sea usted el encargado de hacerlo. Peor aún: con la crisis fiscal que enfrenta, es inaudito que las finanzas públicas hagan realidad sus sueños y los de sus funcionarios.
Si lo uno y lo otro resulta incompatible, queda la pregunta: ¿por qué fue usted tras este Papa? Martín Caparrós, gran periodista argentino, lo describió crudamente en El País en un artículo titulado “El cuento del buen Papa”. Muchas cosas se podrían agregar sobre la historia de la Iglesia. El hecho cierto es que en ese mundo ficticio y avieso del Vaticano este Papa suscita una enorme curiosidad mediática: es popular porque es simple, directo, fresco, chistoso incluso… Un Papa normal. Un Papa desbocado según Odon Vallet, doctor en historia de las religiones sorprendido de oírlo decir que El Vaticano sufre de “alzhemeir espiritual” y “esquizofrenia existencial” y que hay “petrificación mental” en la Curia romana.
Es un Papa que dice muchas cosas, que ha cambiado algunas formas pero no los contenidos. Lo dijo un cardenal alemán, Walter Kasper, al diario italiano Il Foglio Quotidiano. Y él sabe de qué habla por haber sido responsable de la Curia Romana. El Papa argentino mantiene la doctrina de sus predecesores en bioética, el rol de la mujer, eutanasia, aborto, moral, sexualidad…Por supuesto causó una enorme sorpresa recién elegido cuando dijo a los periodistas, en el avión que lo llevaba de Rio de Janeiro a Roma: “Si una persona es gay y busca al Señor, ¿quién soy yo para juzgarla?”. Pues bien: Laurent Stefanini fue propuesto por Francia como su embajador en El Vaticano. Es jefe de Protocolo del Palacio del Elíseo. Es católico y es practicante. Pero su nominación está bloqueada por el Papa por ser gay. Que lo sea, es un asunto estrictamente personal para el gobierno francés. Pero El Vaticano no lo entiende así porque quiere regentar la vida privada de los ciudadanos.
¿A qué obedece, entonces, su visita al Papa y toda esta actitud agenciosa alrededor de un viaje que interesa legítimamente a los creyentes, pero que debiera dejar de mármol al jefe de un Estado laico? Usted, Presidente, da por descontado que lo uno es compatible con lo otro. Que la Iglesia Católica –que ha sido una organización retrógrada, oscurantista, sexista, misógina, pederasta…– y el Estado laico tienen un mismo rumbo.
Es ahí, en ese punto, que se entiende su preocupación por la visita del Papa. Para usted es un asunto político. Y en el imaginario de moda, el Papa es, por sus ínfulas reformistas, un ícono valioso. Mauricio Rodas también corre tras él. El Papa es detestado por 90% de la Curia romana, según Odon Vallet. Pero él y Barack Obama son las personalidades más populares del mundo en Twitter. ¿Cómo no pensar, entonces, en que Jorge Mario Bergoglio es muy rentable políticamente? Las fotos con él suben las acciones de cualquier presidente que –como en su caso en este momento– camina por terrenos minados.
Los políticos como usted viven de las imágenes. ¿Recuerda que cuando llegó a Carondelet, usted también corrió tras las fotografías con Fidel Castro, Hugo Chávez y Lula da Silva? ¿Recuerda usted que fue a ver a Muamar el Gadafi en su jaima en Libia? Castro hoy negocia con Estados Unidos. Chávez murió tras arruinar a Venezuela. Lula no está en el poder. Gadafi también murió. Annick Cojean, una periodista francesa, mostró hace dos años en un libro –“El harén de Gadafi” – cómo convertía a decenas de chicas libias en sus esclavas sexuales… una extravagancia de las muchas que tenía ese dictador.
No quedan muchos íconos en su campo político, Presidente. Está el Papa que, por más reformador que se muestre, es un conservador. Y nadie, con una mediana dosis de sentido común, puede exigirle que no lo sea: es Papa. No inquieta él. Inquieta que usted, presidente de un Estado laico, quiera erigirlo en referente de política republicana. Inquieta más aún que usted quiera usar la religión para llenar los enormes vacíos políticos que hay en su gobierno.
No es usted, Presidente, el primer mandatario que ha soñado con convertir la política en un acto de fe. No es usted el primero en querer resolver problemas reales y complejos desde el punto de vista ético, aludiendo a valores respetables en lo personal, pero totalmente improcedentes en lo público. Se entiende su deseo de que el Papa, tan popular en este momento, le eche una mano cuando su sistema tambalea. Y cuando usted, en vez de encarar problemas tan difíciles como la masa de abortos que se producen cada día en el país, en forma irresponsable cambie una política de salud pública por una de consejos tan disparatados como ineficaces. Para proteger sus supuestos valores, usted quiere ahogar los problemas cruciales con palabras vagas destinadas a tranquilizar ciertas conciencias, mientras la realidad-real produce desastres.
Se entiende que usted requiera legitimar ese discurso retrógrado y qué mejor si lo hace el Papa. Pero, en principio, él es un jefe religioso y usted un político. Y no se le puede pedir a la religión que suplante la política. De hecho, en su esquema faltaba el Papa. Usted, en su visión de líder autoritario, ha querido ser también el director espiritual de los ciudadanos. En eso igualmente ha retrocedido el país, pues, desde Hobbes, los espíritus libres han buscado eliminar todas las tutelas que, de una u otra forma, han buscado someterlos.
Desde hace siglos, Presidente, los ciudadanos han entendido que es incompatible juntar, en los asuntos públicos, el Estado laico y la religión. Y desde hace siglos se ha entendido que el político que lo intente, usa la religión para fines no muy santos. Ojalá para usted esta tentativa de utilizar al Papa no sea otro disparo que se pegue en el pie. Porque los Papas, que también son políticos, no dan puntada sin dedal.
Con el respeto debido a su alta función,

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