jueves, 28 de mayo de 2015

La estética política en el informe a la nación

Luis Verdesoto Custode
Jueves, 28 de mayo, 2015


Lo peor que le puede pasar a un candidato, a un presidente, a un candidato-presidente, es salir de caravana, solemnizado por caballos y guardaespaldas, pero sin pueblo de verdad, ni siquiera pueblo acarreado, en las aceras. Muchos saludos al viento, buscando en el vacío, alguien para saludar, con su mano izquierda, con su mano derecha. Y la guardia presidencial, buscando a alguien de quien defenderlo, no importa la edad. Menos mal, cerca de la maternidad Isidro Ayora –casualidad inoportuna la del nombre–, apareció un cartel de saludo de la militancia de PAIS. Era un comité de defensa de la revolución de Playas, que pudo llegar a Quito, que quiso venir. Mientras, los locutores públicos –es decir del Estado, pagados por todos los ciudadanos– nos hacían “ver” este hecho de “interés público”, los ciudadanos “corrían” por las aceras cerca del presidente. Yo creí ver una operación “carrusel”, es decir, el mismo grupo de militantes que se hace filmar varias veces para simular la presencia de muchos más (“muchísimos más”) aclamando a su líder. No quiero difamar a la capacidad técnica de la televisión pública, pero seguramente hicieron lo mejor que pudieron. Así, comencé mi comparecencia ciudadana, con pijama y té en mano, preguntándome sobre mi destino pobre en domingo, frente a un espectáculo, y también acerca de ¿dónde pusieron al pueblo popular? En las calles no estuvo.
(Me confieso. “Debí” ver aquellas escenas de “interés público”, ya que estamos al borde de la profundización revolucionaria. Si se sanciona a un periódico por omitir la cobertura de un hecho de interés público, el paso siguiente será sancionar a los ciudadanos por no leer, mirar, sentir a los hechos de interés público, según la oficina de comunicación política del régimen. Entonces me curé en sano y vi “todito” el mensaje presidencial).
Omito comentarios sobre todas las solemnidades del poder. Unas pueden tener relación con la historia y otras con la funcionalidad del gobernante. No voy a comentar la “vermouth cultural”, forma dominguera de la “noche cultural” en que terminan las sabatinas. Los organizadores habían dispuesto una concesión para que pueda ser mirada por todo el Ecuador y el mundo, sin restricciones de horario. Anonadado por los ciudadanos cantores, muy al final del informe me enteré de que las solemnidades de mi país no son las solemnidades de cualquier poder. Sino de este, del poder revolucionario, que sobre el caballo del Estado, en este caso escenificado por un jeep militar hummer, unas canciones del Ecuador profundo y unas “peluconas” orquídeas, estaba al servicio de las causas del pueblo. El poder revolucionario está exento de toda crítica, especialmente de los jóvenes que no comprenden la sagrada, crucial y mesiánica misión que se ha propuesto nuestro faro, luz y guía. El poder no es criticable, entiéndase, para que no les llegue una disposición ministerial de reeducación.
Ya dentro del “sarcófago de la república”, porque a eso se ha reducido la Asamblea Nacional, la cámara nos mostró, no al pueblo popular, sino a la nueva clase política, esta que es inequívocamente el principal legado de la revolución ciudadana. Es como el “extractivismo”. Para salir del extractivismo hay que profundizarlo hasta su último límite, obtener hasta su último excedente económico, que se lo devolverá al pueblo en escuelas y aldeas del milenio. En la política, se propusieron crear una clase política, con sus más depuradas mañas y perversas características, para acabar con la partidocracia y devolverle en un paraíso social. Algunos ecuatorianos les creyeron e, incluso muchos menos, les siguen creyendo. En fin, estaban “toditos”, como decía nuestro –de todos los ecuatorianos– querido Diego Cordovez. Pero solamente ellos. En diversos niveles, con órdenes alternados, ternos nuevos y guardaespaldas mimetizados. Es decir, la nueva clase política uniforme. La nueva casta política homogénea (pido perdón por el uso de la categoría que no es mía).
Me apresté a conocer ¿qué pasaba en la nación? ¿Cuál era la situación del país, nacional e internacional, sus problemas y sus perspectivas? Me engañé. En adelante y por cuatro horas asistí a un nuevo despliegue del ceremonial del autobombo. Poco original en su tramoya y en su guion. Me refiero al pasado y a otros países. Dormité pensando en la estrategia comunicacional, de saludos personalizados con la élite política apostada en los corredores, recordé a Obama, haciéndolo, en medio de un juego simbólico, que no llega al ridículo, y de invocación a una situación social que sintetiza su mensaje personalizada en una persona o familia. Me desperté con la realidad de nuestro parlamento, sin sociedad pero lleno de esa nueva élite deseosa de poder revolucionario. Contextualizada por una mala imitación. La realidad fue un ceremonial igual a sí mismo. Preludio de lo que vendría, un mensaje igual a los otros. Con matices coyunturales.
Un maestro de novicios ordenaba agitar por la reelección. Y los novicios lo seguían. Gritaron por la reelección. Y el líder recibió las aclamaciones que le había negado la calle. Y se emocionó. Al final casi nos dijo que no nos preocupemos, que irá por la reelección, que se sacrificará por la patria, más allá de su familia. Yo me emocioné también. Pensé en otros nueve años. Y luego otros nueve. Hasta llegar a treinta. O quizás trescientos. Pues líderes de esta talla nunca mueren. Son como los padres de la patria. Eternos. Miré la banda presidencial. Y me dije, es la verdad. Su poder, el de nuestro Atatürk, está en la Constitución. En ese cerrojo de malas instituciones destinada a la concentración del poder. Y con semejante coro...
Todo acto comunicacional tiene un guion que se observa. En el ceremonial y en el discurso. En este último, el propósito no fue difícil de descubrir. El presidente pondría su capacidad comunicacional al servicio de un propósito. Mostrar que Ecuador, que ya no es un país capitalista sino socialista, próximo a alcanzar las principales metas de la igualdad. Jamás tendrá una crisis, rémora neoliberal, seguramente. Y muchas cifras, comparaciones, exhortaciones nos condujeron a la conclusión que no solo estamos fuera de toda posibilidad de crisis, sino mucho mejor que cuando exportábamos petróleo caro. Que sabe cómo hacer las cosas. Pensé en una metáfora irónica aplicable desde la tecnología a la economía... que había inventado un carro que no consume gasolina sino que la produce al caminar. En fin.
Esta ceremonia de informe presidencial también fue pluripersonal, síntoma del colectivismo progresista y del extraordinario respeto a sus colaboradores, aquellos de la nueva clase política. Bisoños soldados del ejército revolucionario desfilaron a la modalidad del coro griego o de monjes revolucionarios. No dijeron nada distinto. Pero ayudaron al jefe en el propósito de desalojar a los malos espíritus de la economía. En especial, un ministro coordinador de otros ministros ejecutores de la economía nos dijo que la revolución había logrado quitar el miedo a sus revolucionarios para acometer las tareas de la revolución. Y entonces constaté ese tema de la migración del miedo. Desde nuestro lado del espectro político hacia el suyo. Nos han quitado tanto, que nos quitaron el miedo. Lo que no sabía es que se lo había regalado a los suyos.
La estrategia de hacer política inyectando autoestima nacional fue reiterativa. A veces ridícula. Es la primera vez, somos los primeros, somos los mejores de América Latina, somos únicos en el mundo, somos experiencia planetaria, exportamos revolución, etc., etc., etc. Esta vez se reiteró la estrategia. Y dentro de ella se puede decir cualquier cosa. Solo me referiré a la lección express de Kelsen acerca de la unidad del poder del Estado para justificar la muerte de Montesquieu y la división de poderes. El poder del Estado es único y por consiguiente no debe haber división ni autonomía de poderes. Mal siguiendo a Kelsen y matando el nivel de abstracción en que sitúa su razonamiento, argumentó que solo existen funciones del Estado (con lo que estoy de acuerdo pero en el sentido del Kelsen y no el de nuestro constitucionalista a la carrera). Entonces fue innecesario cualquier corolario. Yo soy el jefe del Estado. Colorín colorado, la historia de la democracia se ha acabado. (O)
Muchas cifras, comparaciones, exhortaciones nos condujeron a la conclusión que no solo estamos fuera de toda posibilidad de crisis, sino mucho mejor que cuando exportábamos petróleo caro. Que sabe cómo hacer las cosas. Pensé en una metáfora irónica aplicable desde la tecnología a la economía... que había inventado un carro que no consume gasolina sino que la produce al caminar. En fin.

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