lunes, 18 de mayo de 2015

El hombre de la revolución con quien nadie juega…

Por José Hernández

El hombre doble es un relato de Marcel Schwob. ¿Puede esa imagen convenir a José Bolívar Castillo, también conocido como el Chato Castillo?
Humanista, risueño, divertido, hasta bonachón: así se mostró el Chato Castillo en las redacciones de los medios que visitaba asiduamente en Quito. Se entendía que él no quería salir, cual hedonista impenitente, en la prensa. Su discurso era el de un gran demócrata, un político de vanguardia, un defensor sin tregua de la descentralización. No, nadie imaginaba que el Chato Castillo quería que la prensa hablara de él. Peor aún, que un medio fuera obligado a hablar bien de él…
Pero, claro, él es también José Bolívar Castillo. Y nadie imaginaba que, convertido en Alcalde de Loja, él sufriera una mutación de esas que solo Kafka podía recelar. El Alcalde de Loja es otra cosa: un prohombre de esta era revolucionaria. Un amigo y un aliado del Presidente. Un político implacable. Un notable de provincia que sabe cómo arrimarse al sol que más calienta. De hecho, es una especialidad muy suya. José Bolívar Castillo, alcalde de Loja, nada tiene que ver con el Chato Castilloque paseaba por las redacciones de los medios independientes en Quito: es un hombre con quien nadie juega. Diario La Hora acaba de confirmar esa realidad por no haber hablado, el 23 de febrero pasado, de la rendición de cuentas que hizo el Alcalde. Ese detalle le acarreó una condena en uno de los tribunales de la inquisición y una multa –otra para ese diario– de 3540 dólares.
¿Olvidó La Hora que la Revolución Ciudadana debe a José Bolívar Castillo la brillante idea de la Superintendencia de Comunicación? Un ente formado por centenares de funcionarios dedicados a perseguir los medios independientes. Funcionarios que han retribuido al Alcalde de Loja por haberles procurado –indirectamente se entiende–, un nuevo trabajo: odiar a los periodistas desde que se levantan hasta que se acuestan. Ese ente sancionó este 13 de Mayo a La Hora por “no cubrir ni difundir” la rendición de cuentas del Alcalde de Loja. Un verdadero acontecimiento que José Bolívar Castillo y los inquisidores de este Gobierno consideran de interés público.
En ninguna legislación, en ningún reglamento se ha definido lo que es de interés público para la mal llamada Revolución Ciudadana. Es decir, los actos y discursos que la prensa debe obligatoriamente cubrir y difundir. Pero eso no importa: los inquisidores sí lo saben. Y como su trabajo es castigar, escarmentar y amedrentar, usan esa figura supuestamente jurídica para multar impunemente a los medios que se obstinan en no arrastrarse ante el poder.
Y el poder es, por ejemplo en este caso, José Bolívar Castillo. Él también sabe, como los inquisidores, lo que es de interés público: que los medios hablen de él. Y que hablen bien. Esta segunda conclusión es, claro, una inferencia. Pero es lógica; es decir, dotada de razón. Demostrable. Un breve intento bastará: el Alcalde de Loja quiso que se cubriera y se difundiera su rendición de cuentas. Pregunta: ¿hay alguna rendición de cuentas, en esta era revolucionaria, que no sea un autoelogio? ¿Y un autoelogio hecho ante subalternos y amigos que aplauden a rabiar y no ocultan su desasosiego porque el protagonista de la soirée concluya para pasar a la parte sensata de la invitación: bocaditos acompañados de vino y, a veces, de whisky? ¿Qué funcionario ha hecho alguna rendición de cuentas con ciudadanos que puedan tomar la palabra y cuestionar su gestión? Ese rito es sinónimo, en estos tiempos luminosos, de derroche de recursos y distribución de brochures de lujo cuyo destino, casi seguro, es el basurero.
Nadie se autoflagela. Y nadie imagina a un funcionario exigiendo a un medio que también publique sus autocríticas y sus mea culpa. ¿Qué busca, entonces, el poder que exige –ante tribunales de la inquisición– que la prensa cubra y difunda sus actos y sus discursos? Que le hagan pedestales. Que le alaben. Que lo pongan en los altares. Esa es la definición de interés público que este poder no aterriza en texto alguno, pero hace aplicar. Para este poder y sus pajes, el interés público, es la versión contemporánea de la fábula “Espejito, espejito…”.
Se comprende que los periodistas –cuya misión es bucear en la sociedad– jamás coincidirán con el poder que cree que los asuntos deinterés público empiezan y terminan en sus parajes. La sociedad produce hechos, visiones, versiones e imaginarios, que se pueden multiplicar exponencialmente, de interés público. Y esa rica variedad, puesta en escena, genera una esfera pública democrática, viva, contradictoria, compleja… Solo un poder torpe y totalitario puede pretender reducir un arcoíris tan seductor, filosófica y políticamente, a una sola forma de entender: la suya.
El mundo del correísmo y sus aliados, como el Alcalde de Loja, no puede ser más gris y predecible: ellos quieren que la prensa repita lo que ellos dicen y hacen. Sin interpretar. Sin cuestionar. Sin describir cómo son y cómo hacen. Ellos no solo saben gobernar sino también saben cómo escribir la historia. Y cómo hacer periodismo. Ellos han decidido, por ejemplo, que los medios no pueden tener una política informativa propia. La agenda periodística está supeditada a la del poder. Se entiende por qué en Cuba un diario basta, Granma, como bastó uno en la vieja URSS: Pravda. La verdad en ruso. La verdad del poder que no puede ser sino única y unívoca. Y para aquellos que no lo entienden, el correísmo inventó, con la ayuda de José Bolívar Castillo, tribunales de la inquisición. Que ahora –oh sorpresa!– fallan a favor del Alcalde de Loja…
El abogado Santiago Guarderas demostró que durante 20 días, del 2 al 21 de febrero, –tres semanas antes de la rendición de cuentas– La Horapublicó 79 notas sobre la labor del Alcalde de Loja. Y que él incluyó algunas en su acto histórico. El mensaje era claro para los inquisidores: en prensa, no cabe repetirse. Pues se lavaron las manos con un argumento surrealista: ellos no examinan nada de lo que ocurrió antes de la fecha del hecho denunciado.
Una perla más que demuestra, como en la fábula Espejito, espejito, la insaciable hambre de adulación que padecen este poder y sus aliados. Quieren que les digan, cada día y varias veces al día de ser posible, lo eficientes, generosos, transparentes, inteligentes, sacrificados… que son. Todo en positivo, para no dar gusto a los sufridores.
La Hora se fregó: creyó que el Chato Castillo era el humanista ocurrido y el demócrata atrevido que visitaba los medios de Quito para dar a conocer sus tesis. Pues no. El verdadero Chato Castillo es el Alcalde de Loja. No es el hombre doble de Schwob: es un prohombre de la revolución con quien nadie juega.

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