viernes, 14 de marzo de 2014

La equívoca reelección



Por: CÉSAR MONTÚFAR
Luego de sufrir una contundente derrota el pasado 23 de febrero, de que la propaganda oficial agotó sus potencialidades persuasivas; de que el uso indiscriminado de recursos públicos a favor de los candidatos oficialistas enojó a millones de electores, y que la locomotora presidencial de arrastre electoral tuvo un efecto contrario al esperado, AP y sus aliados (mejor dicho el presidente Correa porque una propuesta así jamás pudiera lanzarse sin su consentimiento o instrucción directa) parecieran haber encontrado la solución para recuperar su estropeada condición postelectoral. 

Ese bálsamo de salvación se llama reelección indefinida; quizá no solo del Primer Mandatario, sino de todos los elegidos. Así conseguirían el apoyo de los dignatarios en funciones. Desde la perspectiva del oficialismo, la posibilidad de la reelección presidencial alivia la ansiedad que hoy les consume al constatar que el poder se les escapa y que deben hacer algo contundente para revertir la tendencia hacia el 2017. En verdad, si algo quedó demostrado el pasado 23F es que AP solo tiene un candidato: Correa, y que si él no se presenta, el oficialismo corre inmenso riesgo de perder en cualquier elección. Como un movimiento caudillista, Correa es irreemplazable como ícono, marca, referente único de AP; cualquier otra opción, por más maquillada que aparezca, será interpretada por el electorado como un títere, un sustituto sin independencia, una fachada que esconde la verdadera cara del poder. No habiendo reemplazo, si Correa no es candidato, el correísmo sabe que sus días están contados. Pero si lo es, las cosas tampoco están claras. La panacea prevista tampoco solucionará, quizá solo agrave, los problemas del oficialismo. El trámite para reformar la Constitución será desgastante y minará la palabra de Correa, quien en innumerables ocasiones ha rechazado esta posibilidad. A ello hay que agregar una situación económica en que las vacas gordas empiezan a enflaquecer; en que creerán las demandas de los gobiernos locales, hoy mayoritariamente no correístas; en que se vislumbra un aumento de la movilización social. Se vienen años difíciles en que el correísmo, por primera vez, debe avanzar con el viento en contra. Pero supongamos que el Presidente es candidato en el 2017. El 23F también dejó en claro la realidad implacable de que Correa es derrotable. Su atracción electoral y su carisma están desgastados, su palabra empieza a sufrir un serio déficit de credibilidad y su movimiento político, lejos de ser una estructura organizada, se desnudó como un revuelto de oportunistas, sectarios y acomodados al poder. Más aún, si la oposición se organiza; si se unifica alrededor de un solo candidato fuerte; si nace una opción viable, con un convincente proyecto nacional; y el CNE ofrece condiciones mínimas de equidad, el resultado sería impredecible y Correa podría irse a su casa. Lo doy firmando. El oficialismo debería sopesar si la reelección le rescatará de su actual situación o si, más bien, le llevará a cavar su propia tumba.

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