miércoles, 19 de marzo de 2014

¿Correa, más imprescindible que Mandela?



Por: Ana Karina López
 “Anunció que tenía intención de dejar el cargo al cabo de su primer mandato de cinco años. Aquello era un bombazo… Se trataba de toda una declaración, de un mensaje dirigido a su país, a su continente y al mundo; un  ejemplo para todos los líderes, electos o golpistas, que, al sucumbir a la vanidad de considerarse imprescindibles, deshonraban la democracia que decían defender”. Así describe John Carlin, uno de los periodistas más conocedores de Nelson Mandela, el momento que obtuvo esa primicia.
El presidente sudafricano acababa de ser electo cuando se lo dijo al corresponsal, al final de su mandato cumplió con la promesa. Nelson Mandela trabajó en una tarea titánica. En un país muy rico y a la vez con desgarradores problemas sociales y económicos, reconcilió a una población sometida vilmente -el apartheid fue legalizado entre 1948 y 1992- con sus carceleros y explotadores.

El periodista inglés cuenta, en La sonrisa de Mandela, cómo el seguimiento de la realidad sudafricana entre 1990 y 1995 - periodo en el que el líder sudafricano salió de sus 27 años de encarcelamiento, terminó con el apartheid y comenzó su gobierno- le curó del desprecio a la política. Asegura Carlin que esos años le sirvieron para saber que: “El liderazgo noble e inteligente no había desaparecido definitivamente del catálogo de las potencialidades humanas”.
El eje de este breve libro gira en torno a una pregunta: ¿la generosidad de Mandela era auténtica o tan solo una herramienta política? Las respuestas, luego del punto final de este retrato, es que ambas son verdad. Su pragmatismo llevó a Mandela a escoger el camino de la paz para terminar con el apartheid, la violencia no le resultaba, en sus cálculos políticos, igual de efectiva. Sin embargo su humanidad era auténtica, también escogió el camino de la conciliación porque iba en consonancia con su carácter y valores. Él era generoso, supo perdonar y avanzar, no se quedó ensombrecido por sus demonios internos.  “Lo primero es que siempre se presentaba ante todos como un  hombre de una integridad inquebrantable y nunca traicionaba esa impresión inicial… La integridad debe medirse en términos de coherencia entre los valores que uno expone y el propio comportamiento en todos los aspectos de la vida. Mandela era un hombre sin dobleces… Lo segundo es que Mandela trataba a todo el mundo con respeto”.
Según otro líder fundamental de esa lucha, el arzobispo Desmond Tutu, sin Nelson Mandela no se hubiera conseguido el fin de la segregación.
“Mandela  realizó la labor que sus tiempos exigían y, mucho más allá del ejemplo político y moral que transmite, dejó un legado que todos los sudafricanos deberían agradecer. Evitó una guerra civil y construyó una democracia que permanece tan estable como sana en su esencia, por más problemas a los que deba enfrentarse”, escribe Carlin sobre la más contemporánea de las historias épicas.
Lo que sucedió en Sudáfrica fue una verdadera revolución, en su definición primera es decir un cambio rápido y profundo. Mandela, un líder imprescindible, supo retirarse y su trabajo tuvo verdaderas raíces. Causa risa entonces, y un poco de desprecio, esa idea local que circula después de las elecciones seccionales  que para “consolidar el proceso” todo está en las manos de una sola persona…

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