jueves, 12 de diciembre de 2013

Carlos de laTorre



El Gobierno de  Rafael Correa es autoritario pues reprime el disenso y concentra el poder en un caudillo. Inventa una serie de enemigos construidos como la encarnación del mal y del pasado opresor.
Primero fueron los políticos de la partidocracia, luego la prensa “corrupta”, los partidos de izquierda de los “tirapiedras y garroteros”, los movimientos sociales de los “ponchos dorados”, de los maestros y estudiantes del monstruoso MPD. Ahora les ha tocado a los ecologistas. Ya no solo son tachados de “niños bien” sino de enemigos de la revolución que usan fondos del extranjero para desestabilizar a la patria.

Con argumentos de dudosa legalidad el Gobierno clausuró la Fundación Pachama no solo para librase de opositores a sus políticas extractivistas sino y sobre todo para sembrar el pánico entre las ONG. Como si el abuso de la ley fuese poco, seguidores del Gobierno acosan a las activistas de Acción Ecológica y el presidente en sus sabatinas exhibe fotos de los jóvenes que protestan en contra del extractivismo.
Los actores críticos han sido construidos por la propaganda estatal y el discurso del presidente como seres infrahumanos, como piltrafas que están en contra de la historia, del progreso, del bien y de la redención encarnada en el líder. Correa y quienes siguen a pie juntillas a su líder no dudan en usar todo tipo de epítetos en contra de los enemigos. Ya que se publican sus imágenes en las sabatinas y en los blogs favorables al Gobierno, los enemigos de la patria son acosados en su vida privada.
La lista de periodistas y activistas que son ultrajados por los seguidores de Correa en diferentes espacios públicos es muy larga. En casos, como el de Martín Pallares, se lo amenazó de muerte. Muchos activistas y críticos del Gobierno son aconsejados en tono bajo y a escondidas por sus “amigos” que se desempeñan en el Gobierno de que bajen el tono, que se cuiden, que no se arriesguen.
El autoritarismo correísta es diferente del de las dictaduras del Cono Sur de los años setenta. No encarcela masivamente a los opositores, los desaparece o los tortura. Más bien utiliza el sistema legal instrumentalmente para tratar de silenciar el disenso. Pero el correísmo se parece a otros proyectos autoritarios y aún totalitarios pues silencia las voces críticas de la sociedad civil, coloniza la esfera pública a través de la autocensura de los medios privados y siembra el miedo para que nadie se atreva a disentir o protestar.
Los costos de estar en la oposición son muy altos pues el Gobierno y sus secuaces de los blogs buscan el exterminio moral de los críticos. En una coyuntura de bonaza económica la represión ha sido selectiva. ¿Pero que pasará cuando las protestas esporádicas se intensifiquen y el Gobierno sea cuestionado masivamente? ¿Dudará el líder en aplicar mano dura? A lo mejor no le hace falta y logrará el sometimiento de los ciudadanos a través de prebendas económicas y del miedo de no decir nada que pueda ofender al Gran Inquisidor y Sabio Redentor.

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