domingo, 20 de septiembre de 2020

 

POR: Juan Cordero Íñiguez

 

Publicado en la revista El Observador (abril 2020, edición 116) 


Bicentenario de Cuenca
La Independencia de Cuenca está enmarcada dentro de un proceso latinoamericano que cubre unos veinte años, al comienzo del siglo XIX.
  
En tres siglos, los procesos sociales, económicos y culturales debieron llevar necesariamente a cambios políticos, como consecuencia lógica de la dinámica de la historia. 

Lo ocurrido en la región austral del Ecuador
Centrándonos en la Región Austral del Ecuador hay que recordar que desde nuestros ancestros cañaris, los cuencanos amamos la libertad. 

Cuenca, más allá de todos los problemas que afronta una ciudad, debió esforzarse para lograr con grandes emprendimientos ser el centro de la Región, tener novedosas actividades económicas impulsadas dentro de sus hogares, con un papel relevante de la mujer, trabajadora por excelencia.

Por su superación Cuenca ascendió a la categoría de una Gobernación a partir de 1771 y fue la segunda sede de un obispado, creado en 1779, ganando este ascenso en justa disputa con Guayaquil.

En la finalización del siglo XVIII ya afloraron los anhelos de libertad. En Cuenca hubo personas valientes que en 1795 colocaron carteles revolucionarios en los muros y paredes de los edificios públicos. Eran los mismos que ya se habían exhibido en Quito en 1794, atribuidos a Eugenio Espejo, el gran precursor de la libertad y de la cultura de nuestra patria. 
José Antonio Vallejo los calificó de pasquines subversivos escritos en letras de molde. Uno decía: “Nobles ciudadanos, prevengan las armas para la libertad nuestra y la de nuestros hijos.” Otro rezaba así: “Noble auditorio, prevenid vuestras armas para la libertad de nuestros hijos y de nosotros, pues no queremos tirano rey.” Y hubo otros más, con similar contenido.
El gobernador inició un juicio, buscó infructuosamente a los autores y dejó muy en claro que se perseguiría por todos los medios legales y coercitivos a quienes se atrevan a desconocer a las autoridades españolas.

De 1809 a 1822
En 1809 desde Quito se pidió, mediante una comunicación que llegó el 16 de agosto, que la ciudad se adhiera a la Junta Suprema de Gobierno que asumió el poder seis días antes. El gobernador Melchor Aymerich y el obispo Andrés Quintián Ponte y Andrade asumieron el liderazgo de organizar la oposición a lo que había sucedido en Quito y de inmediato comenzaron a conformar un ejército contrarrevolucionario, a lo que se opusieron unas pocas personas, entre las que sobresalieron Francisco Calderón, funcionario de las Cajas Reales y Fernando Salazar y Piedra, alcalde de la ciudad. La persecución fue inmediata: se les apresó, decomisó sus bienes y se los envió a Guayaquil en calidad de presos peligrosos.

En el devenir de los acontecimientos fueron remitidos a Quito y en el transcurso del recorrido, Fernando Salazar y Piedra fue asesinado a pedradas por los realistas, convirtiéndose este ilustre cuencano, mayor de sesenta años, en el primer héroe nacional que ofrendó su vida por la libertad, algunos meses antes de la masacre del dos y tres de agosto de 1810, ocurrida en las cárceles y calles de Quito. Este nombre debe ser recordado y exaltado por todo el Ecuador.

Francisco Calderón fue fusilado en diciembre de 1812 en las afueras de Ibarra, pero dejó la semilla del amor a la libertad en sus hijos, uno de ellos llamado Abdón, que luchó por la patria desde 1820 y que exhibió su heroísmo en la Batalla del Pichincha el 24 de mayo de 1822, muriendo pocos días después, antes de cumplir sus dieciocho años de edad. Abdón Calderón no es un mito y debe seguir siendo un ejemplo para toda la juventud.

Los ideales libertarios maduraron en todo el país. Desde el mes de octubre de 1820 se aceleró el proceso, con la independencia de Guayaquil el Nueve de Octubre, bajo el liderazgo de José Joaquín de Olmedo y con las heroicas jornadas del pueblo cuencano entre el tres y el cuatro de noviembre.

Exaltación del pueblo cuencno
Lo ocurrido en Cuenca es digno de resaltar porque los protagonistas de la liberación fueron los vecinos-es decir el pueblo- que cada vez en mayor número cerraron las calles en torno a la Plaza Mayor, presionando para que haya un Cabildo Abierto o para que abdiquen las autoridades españolas que tenían a su disposición unos ciento nueve soldados. El día tres de noviembre no se logró el objetivo, pero sí al siguiente, con la llegada de auxilios procedentes del campo, sobre todo de Chuquipata, dirigidos por el cura Javier Loyola. Las autoridades y los soldados aceptaron entregar la plaza a los cuencanos liderados por Tomás Ordóñez Torres y José María Vázquez de Noboa. El día cinco se destinó a dar gracias a Dios mediante un Te Deum, con una homilía patriótica de Andrés Beltrán de Los Ríos, seguida del juramento cívico de defender la libertad lograda y de la convocatoria a una Convención para consolidar los logros y aspiraciones en una Ley Fundamental.

Se hicieron las elecciones en todos los estamentos de la ciudad, tanto públicos como privados y en numerosas parroquias de la jurisdicción de Cuenca, reuniéndose treinta y cuatro representantes, quienes aprobaron el 15 de noviembre la Constitución de la República de Cuenca, donde se consagró jurídicamente la libertad como un derecho inalienable del pueblo cuencano y se optó por el régimen democrático como forma de gobierno, con el clásico establecimiento de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, la formación de un cuerpo militar y la voluntad de integrarse dentro de una unidad mayor cuando se consolide la libertad de las otras regiones colindantes.

Lo ocurrido el Tres de Noviembre hay que contextualizarlo, pues más allá de los hechos narrados sumariamente, está la vigencia práctica de que la soberanía está en el pueblo y que, frente a un dominio y explotación extranjeros, que vieron en sus colonias una fuente de exacciones económicas, había cómo asumir el poder, deponiendo a unos malos gobernantes y sustituyéndolos por otros, nacidos en estas tierras americanas que tenían nuevas visiones políticas progresistas. Hombres y mujeres estuvieron presentes para dejar oír su voz y mostrar su valentía. El Tres de Noviembre fue ante todo en movimiento popular, pues el pueblo boqueó la salida de los soldados españoles y lo hizo con el arma de su valentía y con los medios que estuvieron a su alcance, sus herramientas de trabajo, pues no poseía armas de fuego, que sí las tenían sus enemigos. Y su poder disuasivo, avivado en los barrios por un fervor cívico atizado por curas de pueblos que lucían su mejor oratoria, condujo a que parlamentaran sus líderes encabezados por Tomás Ordóñez y lograran que abandonen la plaza, sin derramamiento de sangre. Este hecho histórico, a veces poco exaltado, es lo que ante todo debemos rescatar en este Bicentenario. Insistimos: LA LIBERTAD CONSEGUIDA EN NOVIEMBRE ES, ANTE TODO, UN GRAN TRIUNFO DE HOMBRES Y MUJERES DEL PUEBLO CUENCANO.

Se ideó un escudo, con un indígena que firme y de pie, mostraba en el cielo la estrella de la libertad y con ello, se dijo gráficamente que comenzaba la reivindicación de la población explotada por trescientos años. Significó el primer anhelo de una justicia social que aún se busca y que debe seguir siendo un objetivo de todo gobierno.   

Conclusión
Hace doscientos años hubo un inusitado fervor por la libertad política vista como un camino hacia el progreso. Se creía que se conseguiría la felicidad de todos. La fe en la libertad fue desbordante, se convirtió en una creencia y no se vio claramente que había que buscar otras libertades, sobre todo las sociales y económicas, para llegar al fin soñado del bien común o del buen vivir; sin embargo, fue una puerta abierta para avanzar hacia esos fines y pronto llegó el progreso cultural, hubo más escuelas, funcionó mejor el Seminario, empezó a trabajar en una Maestranza el multifacético Gaspar Sangurima, enseñando variadas artes y artesanías, llegó el milagro de la imprenta y pronto hubo un primer periódico para que en él se exprese el gran promotor de la cultura regional, como ideal de vida, el famoso fray Vicente Solano. Y a él se debe la iniciación de toda la inmensa historia bibliográfica de Cuenca, con la publicación de un primer libro.

Toda esa inicial ilusión duró muy poco, pues el 20 de diciembre de 1820 el ejército español derrotó a las incipientes fuerzas patrióticas en el sitio de Verdeloma, a unos cuarenta kilómetros al norte de Cuenca, quedando la región y la ciudad nuevamente bajo el poder despótico de los relistas durante todo el año de 1821 y recobrando definitivamente la libertad el 21 de febrero de 1822, gracias a la estrategia de Antonio José de Sucre, quien se estableció en Cuenca hasta el mes de abril, recibiendo el apoyo de la ciudad, de Guayaquil y de otras urbes, para preparar la acometida final que se cerró el 24 de Mayo de 1822 con un rotundo triunfo en la Batalla del Pichincha.

En este año 2020 todo el Ecuador debe conmemorar solemnemente la culminación de un proceso que tuvo grandes precursores, que se expresó con heroísmo el Diez de Agosto de 1809 y que tiene como grandes hitos el Nueve de Octubre y el Tres de Noviembre de hace doscientos años.

Desde esta alta Tribuna, como ciudadano que ha servido a nuestra amada Cuenca por casi ocho décadas, invito de corazón a todos: personas e instituciones, a participar activamente, desde su acendrado civismo, en esta magna conmemoración, siguiendo el ejemplo de nuestros predecesores que siempre superaron difíciles obstáculos con inteligentes y dinámicas soluciones. Impulsemos la Ciudad del Futuro, que debe ser profundamente humana y en la que vivirán los seres que más amamos, nuestros hijos y nietos.
¡VIVA CUENCA, VIVA EL ECUADOR, VIVA LA LIBERTAD!

No hay comentarios:

Publicar un comentario