martes, 22 de septiembre de 2020

 

POR: Arturo Quizhpe Peralta

Publicado en la revista El Observador (junio de 2020, edición 117) 

 


Salud y educación binomio inseparable
El mundo ha centrado su atención en la batalla contra un enemigo invisible, el nuevo coronavirus, SARS Cov-2, causante de la COVID-19.  La mirada está dirigida hacia las estrategias de contención de la pandemia, el tratamiento y la prevención de la nueva enfermedad. En este andar, pareciera que estamos omitiendo las preguntas claves sobre la etiología, las determinantes, el modelo de producción-consumo, las relaciones humano-naturaleza, así como las graves consecuencias que tendremos que enfrentar después de la pandemia. En este sentido, los niños y las niñas, además de adquirir la infección, son las víctimas a las que más duramente afectará la pandemia. Los daños podrían ser permanentes en nuestro futuro, si no actuamos ahora. 

“Según nuestros análisis, afirma Henrietta Fore, Directora Ejecutiva de la UNICEF, el 99 e los niños y los jóvenes menores de 18 años de todo el mundo (2.340 millones) vive en alguno de los 186 países en los que se han impuesto distintas formas de restricción a los desplazamientos debido a la COVID-19. Además, el 60 e todos los niños vive en alguno de los 82 países que se encuentran en aislamiento total (7o parcial (53 lo que equivale a 1.400 millones de jóvenes”.

En cualquier crisis, los niños y los jóvenes son los más afectados. La pandemia no es una excepción. Son características esenciales del desarrollo humano, la libertad de movimientos, el respecto al ritmo circadiano o reloj biológico, la interacción y contacto físico, el juego como aprendizaje y alimento para el desarrollo emocional, cognitivo, mental y espiritual.  El sistema educativo y el de salud deben trabajar juntos, desde ahora en adelante, poniendo por encima de todo y en la práctica el interés superior del presente inagotable, nuestra niñez y juventud. Evitar el sufrimiento, cuidar y proteger la integridad física, intelectual, emocional y espiritual es una tarea de ahora.  Prevenir los daños colaterales; programar, implementar y evaluar las medidas de mitigación son indispensables para evitar el daño permanente.

La pandemia de la COVID-19 y los daños colaterales
La pandemia afecta a todos y en todas partes pero de manera desigual. Las personas más pobres, y vulnerables están en mayor desventaja: carecen de agua limpia, saneamiento e ingresos que garanticen el acceso a una alimentación sana.  Las poblaciones urbanas pobres y migrantes, viven en entornos superpoblados, en condiciones de hacinamiento inhumanas, donde resulta extraordinariamente difícil practicar el distanciamiento social y llevar las condiciones de confinamiento en dignidad.

Además, el brote de la COVID-19 está creando una presión significativa sobre los sistemas sociales de protección, exacerbando las vulnerabilidades de las poblaciones afectadas. Los sistemas de salud de muchos países han colapsado. En el caso del Ecuador, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) a través de un comunicado, citado por el diario el Comercio, (26 de Mayo de 2020) advirtió que “el impacto del covid-19 en Ecuador podría duplicar las muertes maternas e incrementar en un 50 a mortalidad infantil.

Según la misma fuente, “en Ecuador  4059 niños menores de cinco años fallecieron en 2018 y 221 mujeres perdieron la vida por causas relacionadas con el embarazo. “El impacto del covid-19 en Ecuador podría duplicar las muertes maternas e incrementar en un 50 a mortalidad infantil”, señala la entidad. La organización también reveló que, según una encuesta telefónica realizada a 409 familias ecuatorianas, solo el 54 e los hogares tuvo suficientes alimentos para todos sus miembros. Mientras que el 11 o tuvo acceso y el 35 estante lo tuvo parcialmente”.

Pandemia, libertad de movimientos y confinamiento
Libertad de movimientos, interacción, ritmo, sueño, recreación, afecto, ambiente físico y emocional armónicos, alimentación apropiada, son esenciales para la salud integral del todos los seres humanos, más aún para niños y niñas, cuyos cuerpos y mentes están en crecimiento y maduración de forma acelerada.  El confinamiento prolongado en el hogar, el cierre de las unidades educativas, la restricción completa o parcial de acceso a parques y lugares de recreación, como parte de las estrategias para la contención de la pandemia, altera las pautas de movimiento; promueve la adquisición de hábitos no saludables, tales como: adicción a la pantalla, mayor consumo de alimentos ricos en energía, y sedentarismo. El resultado es el incremento de la obesidad infantil.

Por otra parte, la desinformación, la sobrecarga de los anuncios de dolor y muerte producidos por el avance de la pandemia, ha provocado miedo y pánico.  Las afectaciones psicológicas son a menudo más graves en los niños más pequeños, por su labilidad emocional y la dificultad para comprender y encontrar una explicación a los cambios de conductas, y actividades que alteran sus vivencias cotidianas.  Frente a esta realidad, padres y cuidadores, educadores y maestros, profesionales de la salud, gobiernos, medios de comunicación, niños y niñas, todos podemos contribuir a preservar la salud física, mental, emocional, y espiritual. Necesitamos entre otras cosas promover el movimiento, limitar las jornadas largas. Insistir en el juego como método de aprendizaje, la actividad física como requisitos indispensables para la salud del niño, tan importante como la comida para su crecimiento físico. Incorporar la actividad física en la rutina diaria de niños y niñas; mantener actividades recreativas regulares, así como interacciones y experiencias sociales positivas.

Promover comportamientos saludables de movimiento. Apoyar la educación y formación de los padres y madres de familia sobre el desarrollo integral de niños y niñas.

Proporcionar mensajes regulares para promover la actividad física y evitar periodos prolongados de estar sentados; limitar el tiempo en uso de pantallas como televisión, internet y videojuegos.

Los niños y niñas: deben hablar y abogar por su derecho a una vida sana y activa, mientras observan cuidadosamente las restricciones de la pandemia. La formación de grupos de pares puede ayudar a mantener patrones de comportamiento de movimiento saludables.

El rol de la educación sanitaria de niños, niñas y adolescentes
Una educación que promueve la libertad, la dignidad, la búsqueda permanente de la verdad, la justicia, la práctica de valores, la solidaridad, constituye la garantía de una sociedad de paz, respeto mutuo y armonía.  Al tiempo que la salud sustentada en el cuidado y respeto de todos los seres visibles e invisibles, garantiza el desarrollo armonioso y la formación de las futuras generaciones para la edificación de una sociedad sana y libre. Salud y Educación de calidad son estrategias fundamentales para alcanzar el máximo potencial de desarrollo intelectual, mental, físico, espiritual y social de niños y niñas.

Todos los niños sin excepción necesitan cuidados y servicios de salud, protección, nutrición adecuada, afecto, ambiente de armonía y equilibrio humano-naturaleza, educación de calidad centrada en el principio del interés superior de la niñez. El hogar y la escuela constituyen unidades esenciales de promoción de salud, espacios de convivencia armoniosa, interacción social, desarrollo de las capacidades físicas, mentales, emocionales de todo niño.

En este contexto, y tomando en cuenta la trascendencia de la educación sanitaria, los múltiples y complejos aspectos educativos que, tanto en el seno de la familia como en la escuela y en otras instituciones, intervienen en la formación de los niños y de los jóvenes y en su protección contra las influencias negativas de nuestra época (tabaquismo, alcoholismo, drogas, mal nutrición), reiteramos la necesidad de la educación para la salud en todos los niveles de educación básica.

El impacto de la COVID-19 podría ser devastador para niños y niñas, aunque las tasas de mortalidad sean inferiores a las de los demás grupos etarios.  Mitigar y proteger a los más vulnerables, defender la vida de nuestros niños es una obligación ética y moral del presente. Juntos, los sectores de la educación y la salud, la familia y comunidad, podemos hacer posible que nuestra niñez se mantengan sana y crezca en libertad y dignidad. 

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