domingo, 6 de septiembre de 2020

 

El voto de los jóvenes

Cuando Paul Nizan dejó escrito en el célebre inicio de su libro Adén, Arabia: “Yo tenía 20 años no permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de esta vida. Todo amenaza a un joven, el amor, las ideas, la entrada al mundo de los adultos”. Es probable que no tuviera cabal conciencia de que estaba cincelando una condición esencial de la juventud, el descontento existencial. Condición que derribara el mito idealizante de que la juventud era un tesoro divino, pocos menos que una garantía de realización personal. En la amarga afirmación nizaniana radica el germen de una nueva conducta juvenil, el inconformismo. El rebelde con causa estaba siendo perfilado por el autor francés en carne viva.

Antes, mucho tiempo atrás, el ecuatoriano Juan Montalvo había delegado en los jóvenes esa voluntad de ruptura, de rebeldía para provocar el cambio a las condiciones de existencia infortunadas: “La suerte de un pueblo está en manos de los jóvenes”. Cuando Montalvo escribe dicha sentencia en Las Catilinarias, no es puro azar, libre albedrío, es más bien una alusión a la causa y al efecto que provoca la acción juvenil en la política. Y a renglón seguido reclama: «Desgraciado del pueblo donde los jóvenes son humildes con el tirano, donde los estudiantes no hacen temblar al mundo». Montalvo ya percibía que los males generacionales no estaban en los genes de la adolescencia, sino en las condiciones sociales, permitidas o no, por las viejas generaciones que regentaban el poder, más aún de manera excluyente y tiránica. No obstante, el autor ambateño invoca a la juventud, sin perder de vista la conciencia de los jóvenes sobre sus raíces, les invita a la insurgencia sin ver el tema como un asunto generacional. Montalvo hacía frecuentes alusiones a la juventud, su fe en los jóvenes, y en que estos eran una cantera, un elemento esencial en la lucha política, se ve reflejada en memorables pasajes de su ideario rebelde y libertario.

Hoy, cuando nuestro país parece haber recorrido todos los caminos trazados por las viejas generaciones, el protagonismo de la juventud es una promesa latente frente a un mundo contrahecho, sin alternativas, que no sea las de remover los cimientos de una sociedad ya descompuesta por la inercia y la indiferencia de quienes la concibieron así y conservaron intacta. No en vano, Sartre decía que lo mejor que pueden hacer los padres es morirse jóvenes, reclamando el relevo generacional. Lo hacía de manera cáustica, que era una alerta que hemos olvidado, porque es difícil aceptar el parricidio.  

Los analistas dicen que los jóvenes piden, cada vez más, espacios y oportunidades para iniciar una carrera política, y que dicha representatividad es condición para la esencia de toda democracia. Sin embargo, la corrupción y una decepcionante agenda política, han hecho que parte de la juventud se sienta indiferente, desmotivada y reacia a la esfera pública. Prueba de ello es que de los 15 precandidatos confirmados para las elecciones del 2021, solo uno tiene menos de 40 años. No obstante que, según el Artículo 3 del Código de la Democracia, todas las agrupaciones políticas deberán presentar al menos el 25% de jóvenes en una elección pluripersonal. De esta manera se busca dar espacio a la participación de los denominados ‘millenials’ en una democracia que para algunos aún está lejos de ser completamente inclusiva. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censo, de los 17,5 millones de ecuatorianos, cinco millones oscilan entre los 18 y 35 años y la representación política no refleja esa cifra, cuando solo vemos gente mayor que busca ostentar el poder y obtener ganancias económicas por haberse postulado.

En Ecuador, la política no es inclusiva porque si fuera así existirían más candidatos jóvenes, la mayoría tiene 60 años. Además, se vota bajo una lógica de popularidad, del más conocido. Solo un precandidato presidencial de 35 años, Andrés Arauz, es el postulante de menor edad para los comicios presidenciales de 2021. Cuando se pregunta en encuestas a los jóvenes, qué buscan en un candidato a la Presidencia, responden que se requiere experiencia suficiente para asumir un cargo de esa magnitud. Pero la edad es relativa a los 35 años, si el postulante ya ha participado en procesos electorales o ha ejercido cargos públicos con honestidad, eso hace la diferencia. Los muchachos son claros en señalar que se necesita la participación activa de personas honestas y preparadas para evitar que el país sea manejado por malos gobernantes de viejo cuño. Esa es, teóricamente, una condición de la juventud, sobre todo en quienes han demostrado cualidades políticas en su etapa estudiantil.

En un mundo que no permite decir que los veinte años es la edad más hermosa de esta vida, o que los jóvenes deben ser rebeldes frente a la tiranía generacional y política que los lleva a la frustración existencial, la juventud tiene sus propias aspiraciones: estudiar, trabajar, amar, ser libres, viajar, emprender, transformar el mundo. En esa transformación el joven anhela incluir sus derechos y necesidades. El derecho a regir su vida, decidir sobre su cuerpo, la maternidad y paternidad, el derecho a concebir libremente el mundo a su imagen y semejanza con inclusión, justicia y dignidad.

Quien no contempla entre sus propias aspiraciones el ideario generacional de un joven, no tiene nada que hacer en política.

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