Publicado en la Revista El Observador (octubre de 2019, edición 113) |
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Las luchas por la independencia, las revoluciones liberales, la institución del modelo de sustitución de mercancías, el neoliberalismo, la vigencia de los gobiernos progresistas y el retorno al reinado del libre mercado están preñados de intentonas integracionistas regionales.
Una primera aproximación sugiere pensar que las iniciativas para lograr la integración sudamericana son procesos fracasados. Las causas originarias de esta realidad son diversas, pero en especial se puede señalar a la naturaleza de constitución de los Estados modernos en la región, la primacía de intereses clasistas, los propósitos de los países hegemónicos y las especificidades de los proyectos de integración como los principales responsables. A esas dificultades prácticas se deben agregan los cambios sufridos en categorías como la integración y la regionalización, pues su conceptualización tiene relatividad temporal, de tal forma que mutaron en correspondencia con las necesidades de las clases sociales dominantes. Inicialmente estas categorías fueron entendidas como la conjunción de varios Estados en un espacio geográfico territorial continuo, más en la actualidad los intereses rebasaron esa dimensión unilateral, hacia un sistema constituido en función de distintas variables, especialmente en base de lealtades internacionales. Uno y otro caso sustentan a los procesos integracionistas: Unión de las Naciones del Sur (UNASUR) y Alianza del Pacífico. La UNASUR surgió a partir del triunfo electoral de proyectos políticos modernizantes del capital, es un espacio de integración que no centra su atención en temas económico-comerciales, de productividad, sino en la gobernabilidad y cooperación política de los países integrantes, al punto que el organismo logró converger en un híbrido a gobiernos presidencialistas de cuño neoliberal o neodesarrollista. Aparentemente, la Unión de las Naciones del Sur nació como respuesta al fracaso del neoliberalismo (imposición de las políticas de desregularización de la economía, privatizaciones y precarización del trabajo), pero su alcance no es transformador, pues está limitada por intereses de los monopolios y por la cruel renegociación de la dependencia que destaca a China como un socio salvador de las frágiles economías subdesarrolladas. A pesar que UNASUR fue protagonista y mediadora en los distintos conflictos internos y bilaterales del subcontinente, hoy su peso específico se reduce a la par de las derrotas electorales que cosechan los gobiernos llamados alternativos. Tal parece que su funcionamiento tiene fecha de caducidad, como lo certifica el reciente proceso de separación adoptado por el gobierno del Ecuador y su Asamblea Nacional. Los ojos de los regímenes y empresarios de Latinoamérica ahora se enfocan en la Alianza del Pacífico. Esta también es la apuesta del morenismo, que se adscribe a un modelo de regionalismo abierto: para liberalizar el comercio internacional y aperturar el ingreso de inversiones capitalistas desde los países de la región de Asia-Pacífico. Esos objetivos tienen plena correspondencia con el retorno del neoliberalismo, aunque difiere con el aplicado a finales del siglo anterior e inicio del actual, por la creciente disputa de la hegemonía mundial que galanteaba los Estados Unidos de Norteamérica. China especialmente ya es en un contradictor de los intereses yanquis en Sudamérica. La vieja doctrina Monroe “América para los (norte) americanos” está amenazada. La Alianza del Pacífico tampoco es calco ni copia del Acuerdo de Libre Comercio para las Américas, ALCA, y sus derivaciones en los Tratados de Libre Comercio, TLC, aunque reivindica el viejo paradigma capitalista de mayor socialización de la producción y mayor acumulación de capital en escasas manos. Las ventajas de la Alianza del Pacífico, como dicen aquellos fetichistas del libre comercio, es que implica un aperturismo de mercados y la eliminación de ciertos aranceles en la importación de mercancías, lo que redundará en la reducción de los precios, pero también en la depresión de la producción nacional. Es imposible competir, con el modo de producir actual, el Ecuador no tiene posibilidad frente a las potencias imperialistas. Al integrarse a un proyecto macroregional, como la Alianza del Pacífico, estará capitulando ante la sumisión y la destrucción de su aparato productivo. Es imposible obviar las diferencias de estas economías tan dispares y asimétricas. China, al igual que los Estados Unidos de Norteamérica, es una superpotencia productora de medios de producción, mientras que el Ecuador escasamente tiene una economía primaria que apenas produce determinados medios de consumo. Es evidente, la UNASUR y la Alianza del Pacífico están condenadas al fracaso por su naturaleza conservadora y prosistémica, por su común esencia capitalista que no resuelve las aspiraciones de las masas. |
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