domingo, 14 de febrero de 2016

Académicamente felices…


 


Conceptualmente exitosos, virtualmente prósperos, hipotéticamente desarrollados y teóricamente ricos. Así deberíamos sentirnos todos los ecuatorianos en este noveno año de la llamada revolución ciudadana, según los balances semanales de nuestro presidente y su repetición en canon por parte del ministro Patricio Rivera. Decir lo contrario implica un grave desconocimiento de una realidad nacional saneada… en cifras. Porque en este momento, nuestro bienestar es una evidencia que se demuestra con cifras, porcentajes, gráficos de barras y estadísticas. ¿Por qué la mayoría de los ecuatorianos no nos hemos percatado de esta verdad científica de la macroeconomía? ¿Por qué insistimos en afirmar que estamos en crisis? ¿Por qué este divorcio entre la gubernamental macroeconomía académica de salón y la criolla microeconomía práctica de la vida cotidiana?
Quizás sea porque el 98,31% de los ecuatorianos somos totalmente profanos en macroeconomía, por ello no entendemos las explicaciones presidenciales y nos creemos en crisis por causa de nuestra ignorancia. O también porque solamente un afortunado 26,89% de los compatriotas mira, escucha y comprende los informes presidenciales sabatinos completos, y por tanto la mayoría de los ecuatorianos carecemos de información y argumentos para sabernos dichosos. Debería haber alguna manera para que el 100,00% de los ciudadanos nos enteremos de la buena nueva, podamos entenderla y descubramos que somos muy felices. Quizás nuestro Gobierno podría disponer emisiones continuas y obligatorias de sus mensajes, mediante altavoces y pantallas que funcionen todo el día y que no se puedan desconectar, como en alguna novela que leí una vez.
Como cualquier variante del discurso del amo que tenga alguna consistencia estructural, el correísmo tiene sus características idiosincráticas. Una de ellas es la promoción de la felicidad como una ideología para la vida ordinaria, índice de normalidad, cuantificable, sujeta a prescripción facultativa, y factible de mostración testimonial propagandística, o mejor con aquellas cifras que le otorgan al empeño una apariencia de cientificidad. Por ello, el correísmo encuentra inaceptable toda expresión del malestar en la cultura, y no se diga de crítica a su gestión. Cualquier descontento adquiere ribetes subversivos o psicopatológicos para un gobierno que no reprime, solo hace “clínica social” a su manera. Los diagnosticados como “amargados, sufridores y odiadores” son los infelices potencialmente peligrosos para un régimen que equipara la insatisfacción con la sociopatía. Por tanto, deben ser investigados, silenciados y públicamente desacreditados, a menos que sean “rehabilitables con todo cariño” como el Winston Smith de aquella novela que leí.
¿Y qué hace el Gobierno con los crecientes testimonios de desempleo, iliquidez y contracción de la economía? Muy simple, los desmiente con aquellas cifras positivas que solo ellos tienen, o con esas del Banco Central del Ecuador que están a disposición de todos pero que únicamente ellos pueden interpretar adecuadamente. Cifras versus letras, números contra palabras. La realidad se reduce a información cuantificable y el testimonio de los nuevos desempleados y endeudados es desestimado, contradiciendo la consigna que “privilegia el ser humano sobre el capital”. La palabra pierde valor como aquello que daría cuenta de la verdad de los sujetos y de su deseo frente a un otro impostado en el lugar de un Gran Otro docto, infalible, cifrado y único dispensador de bienestar sin derecho a reclamo ni devolución. (O)

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