lunes, 4 de enero de 2016

Los cuatro principios del testamento político de Rafael Correa

Por José Hernàndez

El Presidente luce con el sol a las espaldas. Para corroborarlo, basta con oír la sabatina de este 2 de enero. Cualquier mandatario, aprovecharía la primera intervención del año para responder las inquietudes de sus conciudadanos y, de paso, señalar las prioridades.
Correa, en cambio, dejó sentado que aquello que le interesa es copiar a Christopher Nolan, productor y director de la película Origen (Inception). Quiere sembrar algunas ideas en la mente de los electores: ha sido el mejor presidente de la historia. Su gobierno llevó a Ecuador al desarrollo relativo más alto de la región. Con él, Ecuador ha hecho cosas que envidian en el mundo… En definitiva, está dedicado a tallarse un puesto en el panteón nacional. Y lo quiere hacer desde ahora basándose en cuatro principios:
1. Poner a competir su gobierno con el pasado: el sábado anunció que le están levantando una lista de los mitos que le endosan y las realidades incontrovertibles, a sus ojos, de su gobierno. Correa se ha vuelto predecible. Desde hace años. No solo se repite: repite a Nicolás Maduro y Cristina Fernández de Kirchner. Los dos hicieron lo que él se apresta a sistematizar: un balance de su gobierno (con encuestas y estadísticas acomodadas) para ponerlo a competir con el pasado. El pliegue propagandístico no puede ser más obvio. Lucio Gutiérrez es fiel testigo pues lo sigue haciendo tras casi once años de haber dejado Carondelet… 
Correa no administra ninguna crítica. Las descarta todas. Todas son irrelevantes. Cual oráculo divino se da por tarea justificar todas sus políticas. Todas sus decisiones. No admite cifra o estadística que cuestione su modelo. Y para defenderse se guarece tras un raciocinio lineal: el país –dice por ejemplo– ha perdido $7000 millones en importaciones. ¿Quiénes tenían que hacer la tarea? Los empresarios, se responde. Conclusión: la cifra es fatal para la economía y el segundo hecho escapa a su control.
Demostración impecable. Pero claro, no recuerda que su modelo estatista favorece a unos grupos poderosos mientras saca del juego al sector empresarial. No recuerda que ese sector es menos competitivo por las cargas impositivas, leyes laborales, laberintos administrativos de su gobierno y su tozudez de no firmar acuerdos comerciales…
Sacar partido del pasado no funcionó en Argentina, en Venezuela, tampoco en Brasil. Correa vuelve a la carga aquí: finge creer que los electores encaran el futuro mirando por un retrovisor.
2. Deformar la oposición hasta volverla grotesca: Maduro, Fernández y Correa son expertos en reescribir la historia. Lo hacen dividiendo el electorado en dos: los mayores y los jóvenes. Con los primeros son de mala fe. Con los segundos, apuestan a su ingenuidad política. Correa jugó, otra vez, en esas dos canchas este sábado. Dijo, por ejemplo, que los que critican su desmesurado gasto público se oponen a la salud y a la educación. No quieren más policías, más médicos o más maestros. Son los que defienden el salvataje bancario.
En dirección de los segundos dijo que antes de su gobierno no había turismo en Ecuador. Las casas de los muy pobres eran de caña (dando a entender que ahora no lo son). Antes había padres de familia con empleos tercerizados (dando a entender que hay empleo pleno o adecuado como lo llaman ahora en su gobierno). No había carreteras (dando a entender que el trazado vial del país se hizo en su gobierno). Antes no había cómo endeudarse (ahora tienen tarjetas de crédito…).
Correa actúa como si los jóvenes no tuvieran otra alternativa que beber sus aseveraciones sin colador. Por eso los invoca a cada rato. Jóvenes no crean; huyan de esa gente; no se dejen abusar…
Antes y ahora: Correa no renuncia a esa dicotomía que tanto rédito político le ha dado. Y si hay encuestas que le dicen que él y su gobierno dejaron de ocupar el mayor espacio en el imaginario político y social, las niega. Son chimbas, dijo el sábado. Él cree que su espacio crece si niega y ridiculiza el pasado y las posiciones de la oposición. En Argentina, Daniel Scioli usó esa línea argumental hasta lo grotesco. Y perdió.
3. Declararse el mal menor: encuestas chimbas, dijo. Sin embargo, el Presidente sabe que una buena parte del electorado lo abandonó. Las elecciones seccionales de 2014 probaron que él dejó de ser el gran elector del país. Eso explica por qué insinúa que si quieren no voten por ellos. Por supuesto concluye: tampoco voten por los otros. Y lo que parecía ser una toma de conciencia se revela, en el segundo siguiente, un simple acto de prestidigitación para volver al peor de los maniqueísmos. Los otros son la argolla. El amarre. Bucaram. El poder por el poder… Huyan de esa gente.
Él y los suyos son, en cambio, gente de convicción. Les importa el servicio. Tienen un cargo y un salario por casualidad. Cinismo y desmemoria: Correa muestra que encarará el año electoral pulsando sobre esos dos registros. ¿Alguien habló de un solo acto de corrupción en su gobierno? ¿Cuál? ¿Acaso no pueden ir a la Fiscalía y poner la denuncia? ¡No recuerda ninguna!
No voten por nosotros, pero tampoco por ellos: en la realidad vista por el Presidente, esa invitación contiene un claro mensaje: puede que ya no nos quieran, pero somos el mal menor. También eso dijo Cristina Fernández de Kirchner.
4. Convertir el autoritarismo en armonía: Correa aprovechó la primera sabatina de 2016 para justificar la concentración de poder. En la cena de fin de año se reunió, según contó, con todas las funciones del Estado. No dijo que están ocupadas por amigos, coidearios y familiares. Sí dijo que también asistieron los miembros del Alto Mando militar y el Comandante de la Policía.
Curioso: en vez de referirse a la institucionalidad, Correa habló de la armonía que hay entre esas funciones propiciada, según dijo, por el “liderazgo firme del Ejecutivo”. Es decir, por él que declaró superado a Montesquieu. Eso es muy bueno, dijo, “duela a quien le duela”.
La armonía quedará, en su testamento, como su eufemismo mayor. Sinónimo de poderes subyugados, opacidad administrativa, ausencia de fiscalización, jueces obedientes, juicios arreglados, contratos a dedo… El Presidente quisiera hacer creer que el antónimo político de armonía es caos. Caos y no dignidad, transparencia, fiscalización, control, independencia de funciones… El correísmo también usará este argumento en este año electoral: ellos son el orden y la armonía; los otros el caos.
Correa hace su testamento. Le preocupa lo que la historia dirá de él. Y hará hasta lo imposible para sembrar algunas ideas en la mente de los ciudadanos… Como en Inception.

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