viernes, 22 de enero de 2016

Emilio Palacio
22 de enero del 2016
Días atrás me encontré con Alfredo, el hermano menor de Fausto Valdiviezo. Recordamos los dos que pronto se cumplirán tres años del asesinato del periodista. Le pregunté en qué estado se encontraba la investigación y su respuesta me dejó atónito: “La investigación del crimen está suspendida, a pesar de que un testigo reconoció al verdadero asesino y de que la policía conoce su nombre y su paradero”. Le pedí entonces que me cuente todo lo que se ha dicho y no se ha dicho sobre el horrendo crimen que conmovió al Ecuador. Este es su testimonio.
Foto: El Universo
El crimen
El hombre metió el brazo dentro del carro por la ventana y volvió a apretar el gatillo por tercera ocasión, como para asegurarse de que Fausto Valdiviezo estuviese muerto, bien muerto. Luego, sin perturbarse, se dirigió hacia el otro vehículo, un auto blanco, estacionado unos diez metros más allá, donde lo esperaban dos cómplices con el motor encendido. Abrió la puerta y dio la orden de partir, pero antes de ingresar se sacó la máscara, confiado seguramente en que la oscuridad de la noche lo protegería, en esa calle mal iluminada del barrio la Atarazana.
Fue un error. A poca distancia, un vecino –que había salido a alimentar a unos gatitos callejeros- presenció el crimen y le alcanzó a ver el rostro. Al llegar la policía, se ofreció para reconocerlo. “Lo vi bien, era joven, de unos veinticinco o treinta años, todo musculoso, como esos que van al gimnasio ”, diría luego.
Fausto Valdiviezo murió a las 22h:30 de ese jueves, 11 de abril del 2013, en el Hospital Militar Territorial, donde lo trasladaron todavía con vida, pero agonizante.
A los pocos días, el ministro del Interior José Serrano visitó en Guayaquil a la madre del periodista, la señora Luz Moscoso, acompañado de dos generales de policía, para prometerle que capturaría a los culpables. Al salir del domicilio, le dijo a la prensa, que lo aguardaba, que la policía ya tenía las primeras pistas y que podía asegurar que la profesión de Fausto no había tenido nada que ver con su muerte.
El ministro no decía la verdad. Hasta ese momento en realidad era muy poco lo que había avanzado la investigación. El testigo que vio al asesino no pudo reconocerlo entre miles de fotografías de delincuentes y sospechosos que le mostraron. No, no era ninguno de esos, estaba seguro, dijo.
Quedaba otro recurso. El gobierno de la Revolución Ciudadana, obsesionado por vigilar a los ecuatorianos, había ordenado instalar recientemente un modernísimo sistema de rastreo de llamadas telefónicas (con tecnología norteamericana y bajo el mando de expertos colombianos y cubanos), que permite detectar todas las llamadas por celular que se hayan hecho a determinada hora en un perímetro específico. El sistema identifica, dentro de ese sector y en ese lapso, desde qué celulares se hicieron llamadas, a qué teléfonos, y los nombres de los propietarios.
El listado que se obtuvo así fue enorme. Ese día, a la hora en que le dispararon a Fausto, y en los alrededores de la casa de su madre -de dónde salió para que lo maten-, se hicieron algo más de 375.000 llamadas.
El sistema coteja luego los nombres y teléfonos entre sí, y los compara con los archivos digitalizados de la policía, buscando cualquier vínculo que ayude a conducir a un sospechoso. De ese modo, la lista se fue reduciendo a lo esencial.
Poco a poco se fue armando así el rompecabezas de una supuesta banda, integrada por un colombiano, un albanés, un griego, un búlgaro y cinco ecuatorianos, dedicados al narcotráfico y la usura, que operaba desde varias ciudadelas exclusivas de la vía a Samborondón.
Cuarenta y un días después del atentado, la policía allanó varias viviendas y oficinas en Guayaquil. “Acabamos de detener a siete involucrados en el asesinato de Fausto Valdiviezo”, informó por Twitter el ministro del Interior. El colombiano, jefe de la banda, y una mujer lograron escapar. Aun así, era un récord: pocas veces la policía había resuelto un asesinato tan sonado en tan poco tiempo.
¿Pero de verdad estaba resuelto?
La farsa
José Serrano convocó de inmediato a una rueda de prensa. Se ratificó en que la actividad periodística de la víctima no tuvo nada que ver con su muerte. Fausto Valdiviezo, dijo, quedó atrapado “en una relación inusual” con una banda de delincuentes que le costó la vida. Agregó que no daría más detalles, “para no causarle dolor a la familia”.
Era el 23 de mayo del 2013. Al día siguiente, el presidente de la República asumiría el poder por tercera ocasión. Varios mandatarios extranjeros participarían de la ceremonia. Ya no era sólo la prensa nacional la que preguntaba si el crimen tendría algo que ver con la guerra de Rafael Correa contra los medios. Los periodistas extranjeros comenzaban a hacer la misma pregunta. La doble noticia de que el crimen estaba resuelto y de que la honra del periodista estaba comprometida, no podía ser más oportuna.
Un incidente inesperado le quitó brillo a la alegría de Serrano, cuando lo interrumpieron desde el fondo del auditorio: “Señor ministro, soy Alfredo Valdiviezo, hermano de Fausto y periodista también. Soy su familia y yo le pido que no tenga reservas y diga aquí, de una vez por todas, lo que sabe”.
Serrano no contestó. Molestó, abandonó el salón.
Alfredo lo siguió a una oficina contigua con su cámara encendida. Un guardaespaldas lo obligó a apagarla y quitarle la batería. Recién entonces el ministro accedió a mostrarle, en privado, una foto de su hermano, posando con tres señoritas, supuestamente prostitutas y delincuentes. Esa sería, según Serrano, la “prueba” de la “relación inusual” de Fausto con la banda de narcotraficantes, una foto, como tantas otras que el popular “patucho” se tomó en vida con centenares de admiradoras, cuyos nombres o antecedentes él por supuesto ni pedía ni podía conocer.
Hubo varias cosas importantes, sin embargo, que Serrano no le dijo a los periodistas en aquella rueda de prensa.
No contó, por ejemplo, que la misma noche del asesinato, el fiscal Nelson Vela y el capitán Max Rojas de la policía insistieron en interrogar a la madre de Fausto en el mismo Hospital donde su hijo acababa de morir. Sobreponiéndose al dolor, ella les contó, frente a una grabadora encendida, que antes de salir su hijo le había dicho que lo querían matar, que la noche anterior le dispararon mientras manejaba por la vía a Samborondón, y que estaba convencido de que detrás del atentado estaba Carlos Coello, gerentes de TC Televisión. “Pero usted no se preocupe, que yo estoy con el de arriba, que me protege”, agregó Fausto para tranquilizarla.
Serrano tampoco mencionó que la noche del asesinato, un piquete de policías allanó la casa de Fausto y se llevó seis cajas con documentos que había recopilado el comunicador. Emily Bermeo, ex esposa y madre de uno de sus hijos, le dijo después a la prensa que esos materiales respaldaban las investigaciones del periodista sobre actividades irregulares de Coello.
Las investigaciones de Valdiviezo comenzaron años atrás, a mediados del 2008, cuando la Agencia de Garantía de Depósitos incautó TC Televisión, propiedad por entonces de los ex banqueros Roberto y William Isaías. Pedro Delgado, gerente de la AGD en ese entonces, puso a su amigo Coello al frente del canal. Valdiviezo, que alcanzó el cenit de su carrera precisamente en TC Televisión, se convirtió en líder de los trabajadores del medio, que miraban con desconfianza la intervención del gobierno.
Para anular a Valdiviezo, Coello ordenó que lo saquen de pantalla, que le prohíban cubrir cualquier evento y que lo confinen a un escritorio. Fue inútil. El periodista siguió comportándose como un fiscal implacable de todas las irregularidades que observaba.
Coello y Delgado acudieron entonces a Rafael Correa a pedirle apoyo. El sábado 10 de julio del 2010, en el transcurso de la sabatina 178, Correa se refirió a “ese enanito de bigotes que trabaja en TC Televisión. Yo de Coello ya lo hubiera sacado”.
A los pocos días le anunciaron a Valdiviezo que estaba despedido. Le pagaron una indemnización algo mayor de la que correspondía legalmente, para que no reclame. El asunto era deshacerse del “patucho de bigotes”.
Pero ni así Fausto cedió en su empeño. Desde su canal en Youtube, “Patuchobalcón”, y desde cualquier medio al que tuviese acceso, continuó con sus denuncias: el despido injustificado de una trabajadora discapacitada, los sueldos exageradamente altos de varios funcionarios o la contratación de personal innecesario para dar empleo a amigos y parientes; y más importante aun, el mal manejo de los bienes incautados a los hermanos Isaías.
Mucha gente del gobierno, involucrada en la multimillonaria expropiación, comenzó a preocuparse y a reclamarle a Coello que haga algo.
Coello demandó a Valdiviezo por injurias en dos ocasiones. Movilizó gente en buses a la corte para que griten “Coello, amigo, TC está contigo”. En ambos juicios el fallo fue favorable al periodista.
El destino de Valdiviezo y Coello se cruzó por última vez días antes de la muerte del periodista, cuando Fausto se encontró por casualidad con Juan Carlos Caamaño, periodista de TC Televisión. Le contó que por fin había conseguido trabajo, conduciendo un programa en Teleamazonas que se llamaría “Lo sabe, no lo sabe”. No le aclaró, quizás a propósito, que a pesar del nombre no se trataría de un programa periodístico sino de un concurso de preguntas y respuestas. Caamaño corrió a contárselo a Coello. Valdiviezo volvía a la televisión. De nuevo tendría un medio para expresarse. ¿Lo aprovecharía para continuar su campaña de denuncias?
Curiosamente, el fiscal Víctor Altamirano no tomó en cuenta ninguno de estos antecedentes, ni los documentos que la policía encontró en el departamento del periodista, ni sus últimas palabras a su madre.
Pero lo más importante que Serrano nunca contó es que cuando se identificó a los supuestos narcotraficantes involucrados en el crimen, los investigadores volvieron a llamar al único testigo (el hombre que esa noche salió a alimentar unos gatitos) para mostrarle fotos de los integrantes de la banda y el testigo no reconoció a ninguno de los acusados. En cambio, cuando le mostraron fotos de otros individuos que no pertenecían a la banda pero habían mantenido algún vínculo con ellos, el testigo reaccionó: “Este es, estoy seguro, si me lo muestra en persona lo podré confirmar”, le dijo al oficial que lo acompañaba, apuntando a una de las imágenes.
La policía conoce el nombre y el paradero de esa persona, pero conservan esa información en la más absoluta reserva. El fiscal ordenó que no lo investiguen; descartó por completo la sugerencia de confrontarlo con el testigo, como él mismo había pedido; y se negó a incluir esa declaración en el proceso.
Mientras tanto, el caso contra la supuesta banda de narcotraficantes comenzaba a enredarse. Una mujer que dijo ser la supuesta integrante de la banda que había escapado, Ingrid León, se entregó a las autoridades. Casi enseguida se descubrió que no se trataba de Ingrid León sino de su sobrina, Alison León, que al parecer había querido ayudar a su tía. Entonces apareció la verdadera Ingrid, acompañada de un periodista de Ecuavisa, que tampoco explicó bien su participación en el incidente.
Cuando se llegó al juicio, algunos de los primeros detenidos ya habían sido liberados por falta de pruebas. Los abogados de los demás acusados preguntaron dónde estaba el arma con que mataron a Fausto Valdiviezo y cuál habría sido el motivo. El fiscal no supo responder. Luego exigieron que se diga cuál de los acusados fue el que disparó. El fiscal presentó entonces a un nuevo detenido, que fácilmente pudo demostrar que él no pudo estar en la escena del crimen ese día y a esa hora, y que tampoco tenía ningún vinculo con el resto de acusados.
Un año y doce días después del asesinato, el miércoles 23 de abril del 2014, la corte dictaminó que el fiscal no había sido capaz de fundamentar sus acusaciones y excluyó de culpa a todos los detenidos.
¡No al miedo!
El año que mataron a Fausto Valdiviezo, 71 periodistas murieron asesinados en todo el mundo, según la organización Reporteros sin Fronteras.
En casi todos los casos, eso despertó constantes movilizaciones para exigir que se encuentre a los culpables. En Ecuador, una vez al mes, Alfredo y su madre mantuvieron una protesta en la Plaza San Francisco de Guayaquil para reclamar a las autoridades que muestren las evidencias que nunca se incorporaron al proceso, y se llame a declarar a la persona que el testigo identificó como el verdadero culpable.
La única respuesta fueron amenazas de muerte, y luego alguien arrojó ácido sobre el automóvil de la madre de los Valdiviezo. La policía nunca encontró a los culpables de esos atentados.
Ojalá que este tercer aniversario sea motivo para que las organizaciones de periodistas, medios de comunicación y ciudadanos en general retomen ese reclamo de los familiares de Fausto.

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