Poverty Porn: Cuando la caridad se convierte en espectáculo (y todos aplauden) Hace unos días, un creador de contenido organizó una “boda” con una vendedora de un mercado en Cuenca, Ecuador, como parte de un “reconocimiento” el cual por supuesto fue grabado. Lo más sorprendente no fue sólo el acto en sí, sino que incluso el alcalde de la ciudad participó en el evento, dándole un respaldo institucional a lo que muchos han calificado como un espectáculo disfrazado de caridad. Este caso es solo un ejemplo de una tendencia preocupante: la solidaridad convertida en contenido. Últimamente, en redes sociales, la ayuda se ha transformado en un producto de consumo. Y aunque ayudar nunca debería ser un problema, cuando la caridad se mide en likes y comentarios, algo se pierde en el camino. Plataformas como TikTok y YouTube están inundadas de videos donde creadores regalan dinero, comida o incluso organizan eventos “solidarios” con personas en pobreza extrema. Aunque la intención pueda parecer noble, el foco no está en la persona ayudada, sino en la narrativa que se construye alrededor. La pobreza se convierte en un guion, y la audiencia la consume como entretenimiento. Esto tiene un nombre: *poverty porn* o pornomiseria, y no es nuevo. Lo preocupante es que ahora está validado por algoritmos, tendencias y, en este caso, incluso por autoridades locales. El problema no es solo la exposición, sino cómo se refuerzan ciertos discursos. Se crea la idea de que la ayuda solo vale si es pública, de que la pobreza es un espectáculo conmovedor y de que quien ayuda merece protagonismo. Como decía Vicente Blasco Ibáñez: “La caridad es el medio de entretener la pobreza, de fomentarla, de perpetuarla.” Cuando la ayuda depende de la viralidad, dejamos de buscar soluciones estructurales y empezamos a premiar gestos instantáneos que se olvidan en el siguiente scroll. El consumo constante de este tipo de contenido cambia la forma en que percibimos la solidaridad. La empatía se vuelve condicional: si no hay una historia lacrimógena, no hay reacción. Además, cuando instituciones y gobiernos validan estos espectáculos—como en el caso de la “boda” en Cuenca —se envía un mensaje peligroso: que el show es más importante que la dignidad. Como decía Séneca: “No es pobre el que tiene poco, sino el que mucho desea.” Y aquí lo que se desea no es ayudar, sino reconocimiento. Si de verdad queremos generar impacto, la pregunta no es cómo hacer que se vea, sino cómo hacer que funcione. La ayuda no debería necesitar una cámara para existir, ni el respaldo de autoridades para validarse.
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