RULFO CUENTA COMO NACIÓ “PEDRO PÁRAMO”: Comparto de nuevo estas hermosas palabras de Rulfo:
En mayo de 1954 compré un cuaderno escolar y apunté el primer capítulo de una novela que, durante muchos años, había ido tomando forma en mi cabeza. Sentí por fin haber encontrado el tono y
la atmósfera tan buscada para el libro que pensé tanto tiempo. Ignoro todavía de dónde salieron las
intuiciones a las que debo "Pedro Páramo". Fue como si alguien me lo dictara. De pronto, a media calle, se me ocurría una idea y la anotaba en papelitos verdes y azules.
Al llegar a casa después de mi trabajo en el departamento de publicidad de la Goodrich, pasaba
mis apuntes al cuaderno. Escribía a mano, con pluma fuente Sheaffers y en tinta verde. Dejaba párrafos a la mitad, de modo que pudiera dejar un rescoldo o encontrar el hilo pendiente del pensamiento al día siguiente. En cuatro meses, de abril a agosto de 1954, reuní trescientas páginas. Conforme pasaba a máquina el original destruía las hojas manuscritas.
Llegué a hacer otras tres versiones que consistieron en reducir a la mitad aquellas trescientas páginas. Eliminé toda divagación y borré completamente las intromisiones del autor. Arnaldo Orfila
me urgía a entregarle el libro. Yo estaba confuso e
indeciso. En las sesiones del Centro Mexicano de Escritores Arreola, Chumacero, la señora Shedd y Xirau me decían:
-Vas muy bien.
Miguel Guardia encontraba en el manuscrito sólo un montón de escenas deshilvanadas.
Ricardo Garibay, siempre vehemente, golpeaba la mesa para insistir en que mi libro era una porqueria.
Coincidieron con él algunos jóvenes escritores invitados a nuestras sesiones. Por ejemplo, el poeta
guatemalteco Otto Raúl González. me aconsejó leer novelas antes de sentarme a escribir una. Leer novelas es lo que había hecho toda mi vida. Otros encontraban mis páginas “muy faulknerianas", pero en aquel entonces yo aún no leía a Faulkner.
No tengo nada que reprocharles a mis críticos.
Era difícil aceptar una novela que se presentaba, con apariencia realista, como la historia de un cacique y en verdad es el relato de un pueblo: una aldea muerta en donde todos están muertos, incluso el narrador, y sus calles y campos son recorridos únicamente por las ánimas y los ecos capaces de fluir sin límites en el tiempo y en el espacio.
El manuscrito se llamó sucesivamente "Los murmullos" y "Una estrella junto a la luna". Al fin, en septiembre de 1954, fue entregado al Fondo de Cultura Económica y se tituló:
"Pedro Páramo".
En marzo de 1955 apareció en una edición de dos mil ejemplares. Archibaldo Burns hizo la primera
reseña, negativa, en "México en la cultura", el gran suplemento que dirigía en aquellos años Fernando Benítez, con el título de "Pedro Páramo o la unción y la gallina”, que jamás supe qué diantres significaba.
En la "Revista de la Universidad” el propio Alí Chumacero comentó que a "Pedro Páramo" le faltaba un núcleo al que concurrieran todas las escenas. Pensé que era algo injusto, pues lo primero que trabajé fue la estructura, y le dije a mi querido
amigo Ali: Eres el jefe de producción del Fondo y escribes que el libro no es bueno". Alí me contestó:
"No te preocupes, de todos modos no se venderá"
Y así fue: unos mil ejemplares tardaron en venderse cuatro años. El resto se agotó regalándolos a quienes me los pedía.
Pasé los dos años siguientes en Veracruz, en la Comisión de Papaloapan. Al volver me encontré
con artículos como los de Carlos Blanco Aguinaga, Carlos Fuentes y Octavio Paz, y supe que Mariana
Frenk estaba traduciendo
"Pedro Páramo" al alemán, Lysander Kemp al inglés, Roger Lescot al francés y Jean Lechner al holandés.
Cuando escribía en mi departamento de Nazas
84, en un edificio donde habitaba también el pintor Pedro Coronel y la poetisa Eunice Odio, no me
imaginaba que treinta años después el producto de
mis obsesiones sería leído incluso en turco, en griego, en chino y en ucraniano. El mérito no es mío.
Cuando escribí "Pedro Páramo"
sólo pensé en salir de una gran ansiedad. Porque para escribir se
sufre en serio.
En lo más íntimo, “Pedro Páramo" nació de una imagen y fue la búsqueda de un ideal que llamé Susana San Juan. Susana San Juan no existió nunca:
fue pensada a partir de una muchachita a la que conocí brevemente cuando yo tenía trece años. Ella nunca lo supo y no hemos vuelto a encontrarnos en
lo que llevo de vida.
(Libros de México, No. 1/1985)
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