El Presidente anunció la terna para reemplazar a la Vicepresidenta. Sorpresa: en ella está el director de Radio Tropicana (Otto Sonnenholzner), una promotora de causas sociales (Nancy Vasco de Maldonado) y académico y rector de una universidad en México (Agustín Albán). Cualquiera de ellos puede ser elegido, pero el periodista es el elegido seguro. La lista es sorprendente porque ninguna de esas personas tiene la más mínima experiencia en el manejo de los asuntos públicos. Y si se mira lo que dice la Constitución de la República –reemplazar al Presidente en caso de ausencia temporal o definitiva–, surgen cuestionamientos por montones. ¿Qué pasaría con el país si el Vicepresidente tuviera que asumir su rol, por las razones que fuera, pues para eso está previsto ese cargo? Quedaría el país en manos de un inexperto absoluto de la cosa pública.
Aquí se pueden oír decenas de respuestas que se dan mirando hacia el pasado reciente. Que no importa porque los políticos, de todas formas, no están preparados para ningún cargo. Y que basta mirar la Alcaldía de Quito. Que da igual porque Moreno, a pesar de lo que se diga y especulen los correístas, tiene buena salud. Que ya es bastante con que sea una persona honesta y decente porque Glas fue un ratero contumaz. Y María Alejandra Vicuña una madurista confesa y una desvergonzada total. Y sí: todo eso puede ser cierto. Pero ¿qué hace el país con la Constitución? Si dice que la tarea del Vicepresidente es reemplazar, en caso dado, al Presidente, ¿no se supone que, además de honesto y decente, debe estar preparado para asumir la tarea que esa Constitución señala?
Es inverosímil que también Guillermo Lasso y Jaime Nebot y los asambleístas socialcristianos (ver sus cuentas de twitter) estén bajo el influjo de este síndrome de achicamiento general que se siente en el país tras el correísmo: ahora basta con ser honesto y decente. Como si esos atributos alcanzaran para administrar el Estado. Así el Presidente, sus aliados y opositores se pegan un tiro en la nuca porque coinciden en negar su razón de ser: ¿Acaso lo suyo no es formarse y adquirir experiencia para administrar la cosa pública? Y de todos los cargos, ¿la Presidencia y la Vicepresidencia (donde está la persona que puede reemplazar al Presidente) no constituyen los últimos peldaños de la carrera política? Ahora resulta que cualquier persona (que sea honesta y decente) puede sentarse en la silla vicepresidencial. A esa premisa, tan absurda como inicua, ha llegado la sociedad política y parte de las elites mirando por el retrovisor las actuaciones de Jorge Glas y María Alejandra Vicuña.
Esta terna muestra, en tamaño real, el problema que tiene Ecuador con la Vicepresidencia de la República. No sabe qué hacer con ella. Signada por Velasco Ibarra (“El vicepresidente es un conspirador a sueldo”), los presidentes la ven como un mal necesario y, en vez de encararlo institucionalmente, lo han reducido, como se está viendo, a una formalidad de carácter social. No de otra forma se pueden catalogar las expresiones vertidas alrededor de Otto Sonnenholzner: votaremos por él porque es buena persona, es de buena familia y, además, yo la conozco. Los asuntos del Estado se resuelven analizando el árbol genealógico. La preparación, los mecanismos institucionales, los perfiles, la experiencia, el nivel de conocimiento de esa persona por parte de la opinión, su ideario… Todo pasa a segundo plano: lo conozco, es buena gente, luego lo avalo. ¿Qué mensaje político puede haber, en esas circunstancias, con la designación del próximo vicepresidente, Otto Sonnenholzner? Que todos las fuerzas políticas se pusieron de acuerdo alrededor de un joven empresario cuya familia conocen.
La institución vicepresidencia está en crisis. Porque no tiene labores específicas (salvo las que le dé el Presidente), porque no requiere de la burocracia (cerca de 200 personas que tenía María Alejandra Vicuña) y porque la puede ocupar cualquier persona, esté o no preparada para gobernar este país. En esas condiciones está perfectamente preparada para desaparecer. La línea de sucesión puede ser asegurada en otra dirección. permitiendo, por ejemplo, que el Presidente de la Asamblea asegure la transición inmediata y llame inmediatamente a nuevas elecciones.
Es evidente que los políticos, por serlo, no garantizan un manejo profesional de la cosa pública. No hay cómo parar esta exigencia. Pero esta deriva de creer que cualquier persona está lista para reemplazar al Presidente, es una de total irresponsabilidad pública. En ella ya hay un primer acuerdo entre Moreno, Lasso y Nebot.
Fotos: Teleamazonas y Radio Tropicana.
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