jueves, 27 de diciembre de 2018

Así se formó el monstruo del correísmo

   en Conexiones4P/Elenfoque  por 
Mostrar algo que todos ya vieron, todos ya vivieron y muchos padecieron: es lo que se propuso Carlos Andrés Vera. Tarea compleja porque si bien el país apenas emerge del correísmo, no parece decidido a responder las preguntas que esa etapa dejó planteadas y que, para muchos, resultan incómodas: cómo nació, cómo tomó forma, cómo pudo actuar de la manera que lo hizo con el apoyo, profuso y reiterado, de un gran porcentaje del electorado.
Carlos Andrés Vera privilegió el lado más cinematográfico del correísmo: la creación del ícono, del caudillo, del autoritario. La producción de ese modelo inspirado en el fascismo (aquí Mussolini y Castro se dan la mano), que concentra todos los poderes, se erige en alfa y omega del proceso social, político e histórico y reclama –e impone– culto y adoración de las masas.

En este punto el documental de Vera se puede ver como un modelo en plena gestación o, a la inversa, como la deconstrucción de lo que ocurrió. Lenta pero inexorablemente aparecen las piezas en las que se basó el poder de Rafael Correa: un aparato de propaganda que, como en los países del imperio comunista, despojó a los ciudadanos de la posibilidad de decir No. Un aparato fabricado en forma consciente, amo del mayor grupo de medios del país (29), pensado para contrarrestar toda forma de pensamiento divergente, impuesto por un ente con casi 300 empleados, amparados en una ley represiva y castigadora que Correa tardó en hacer aprobar, pero que se convirtió en una de sus peores obsesiones.
Propagandia es la historia del reality show en que Correa convirtió al poder. Con testimonios y análisis de las víctimas, Vera desentraña este aparato convertido en una extensión natural del caudillo autoritario. La cámara lo convirtió en tótem y gurú, en modelo, en imagen sagrada y subliminal de un proceso vinculado con héroes históricos. En leyenda. Un ser que marcaba su presencia en cualquier lugar con el himno “Patria, tierra sagrada”. El caudillo cuya palabra no podía ser contrastada ni cuestionada: era la verdad. Y esa verdad no solo estaba predestinada a fabricar el relato del poder: producía miedo. Movía a sus fiscales y a sus jueces. Era palabra sagrada para sus creyentes.
No solo hubo lavado de cerebro: hubo una puesta en escena del héroe que muta en demiurgo del cual el país debía saber lo que hacía, comía, pensaba… Ese esfuerzo mayúsculo estaba destinado a que los ciudadanos no lo perdieran un instante de su retina y lo acompañaran, sin juzgar, en su tobogán de pasiones que, como no podía ser de otra manera, pasó a integrar cada día la historia oficial.
El documental de Carlos Andrés Vera –para el cual revisó durante meses diez años de propaganda y sabatinas– es doloroso. No es ni de lejos un resumen de lo que ocurrió en el país en esta década: es la semblanza del período en el cual un monarca autoritario gobernaba al Ecuador mirando a la cámara y poniendo mensajes en sus cuentas sociales. No solo está él: están sus esbirros: Vinicio y Fernando Alvarado, Carlos Ochoa, Patricio Barriga… La inefable Rosana Alvarado, fiel hasta el final a la ignominia a la que llegó al pretender llevar a la cárcel a Ángel Polibio Córdova, presidente de Cedatos, porque su exit poll en la elección de 2017 no correspondió a lo datos deseados por el correísmo.
Iván Carvajal, Martha Roldós, Jorge Ortiz, Eduardo Valencia, Santiago Roldós, periodistas (incluyendo a los pelagatos), María Paula Romo… contribuyen a poner en perspectiva esta década que, con diferencias y una mayor sofisticación, repite otras: la de García Moreno, la de Alfaro, la de Febres Cordero…
Carlos Andrés Vera proyecta el modelo autoritario de Correa sobre la campaña de Lasso. Quizá ahí se equivocó porque se siente que tiene material suficiente para dos documentales. Pero también es cierto que lo que hizo el correísmo con la prensa, lo repitió con sus opositores políticos. Lasso también fue víctima del CNE, de los matones de Correa y de su sistema de propaganda. Hay en ese sentido documentos inéditos en este documental que debe ser visto. Ojalá en familia. Ojalá entre amigos. Puede ser un exorcismo. Pero también un profundo ejercicio democrático sin el cual no se entienden, por ejemplo, dos realidades esenciales: por qué el país toleró que un individuo, pleno de complejos y sin la grandeza que le imponía el cargo, persiguiera y maltratara ciudadanos y por qué aceptó que incluso las palabras perdieran su contenido y ya no significaran lo que dice el diccionario.
El documental de Carlos Andrés Vera debería ser de obligatoria difusión en colegios y escuelas del país. Porque él lo hizo con una intención: no olvidar. No dejar que ese modelo autoritario vuelva a tener el voto de los ciudadanos. Vera propone, como documentos anexos, algunos videos con testimonios de algunos protagonistas y víctimas de esta década. Para hacer el documental gastó 80 mil dólares. Ahora usted lo puede ver por $7 dólares y el acceso dura un mes.
Foto: Carlos Andrés Vera, director de Propagandia/Plan V

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