Nadie duda de que las personas escogidas por Lenín Moreno en la terna, son buenas personas. Capaces en lo que hacen. Ejemplo incluso, en algunos casos, en sus profesiones. Pero, claro, cuando se trata de ocupar la vicepresidencia, con la posibilidad evidente, de reemplazar al Presidente de la República, porque para eso existe ese cargo, hay que preguntar si están preparadas para ese reto. En ese debate, en el cual 4P. participa (ver la nota), han surgido un montón de comentarios en las cuales se lee algunas reflejos culturales, por llamarlos de alguna manera, que es bueno auscultar. Veamos algunos:
- En la terna no hay políticos: Y ese es un motivo para aplaudir la lista. Quienes lo hacen no asumen la total contradicción en la que incurren: dicen que para el segundo cargo político del país, apoyan que se proponga una persona sin experiencia alguna en la política. El argumento recoge el hartazgo que generan los políticos. Pero por supuesto se trata de una finta, pues el cargo es político y, para ayudar a gobernar, tiene que interactuar con políticos. Nadie por supuesto quiere que las nuevas figuras encarnen los perfiles de políticos mañosos o corruptos. Pero es absurdo pretender que un cargo político sea ocupado por gente anti política. Y más absurdo creer que es imposible que existan políticos capaces de dignificar su oficio.
- Es honesto y decente: esto se dice del candidato más opcionado y se dice por oposición a Jorge Glas y María Alejandra Vicuña que se fueron del cargo, precisamente, por no deshonestos y sinvergüenzas. Pero es inverosímil que esos atributos se conviertan en justificación para defender una tesis absurda: que lleguen a cargos públicos tan altos como la vicepresidencia personas que no están preparadas para ejercerlo. Eso es erigir una cualidad ética (necesaria en la vida pública y privada) en condición suficiente para administrar el Estado.
- Nadie está preparado: es falso. Si se asumiera esa premisa como verdadera, se haría tabula rasa de la experiencia que otorga el servicio público, el ejercicio político y la administración. Hay tal hartazgo con la corrupción y los políticos están, en un alto porcentaje, tan desprestigiados, que se antoja más fácil borrarlos del mapa que exigir nuevos perfiles. Y sin embargo, la administración pública y sus funcionarios no mejorarán porque la sociedad adopte actitudes voluntaristas. Que haya buenas personas en el Estado no basta: tiene que haber gente formada, con expertise. El conocimiento no tiene por qué reñir con la ética. Parece que el país se instala en ese mundo en que los deseos valen más que los hechos.
- Todos los políticos son rateros: es una aseveración que se puede desmentir recordando la máxima de Charles Maurice de Talleyrand: “todo lo que es exagerado es insignificante”. Hay, además, ejemplos históricos (Galo Plaza en el pasado u Osvaldo Hurtado hasta hoy) que contradicen ese tipo de afirmación. Y ellos no son excepciones. Y aún en el caso no consentido de que fuera verdad esa exageración, eso impondría a los ciudadanos la tarea que rehúsan hacer: escudriñar más en el perfil de los políticos para impedir que los corruptos lleguen al poder. Eso en vez de creer que cualquier persona, por el hecho de no ser un político profesional, puede desempeñar cargos del porte de una Vicepresidencia de la República sin preparación alguna.
- Lo conozco, luego lo avalo: bajo este casi lema, la esfera pública queda reducida a un tema de tribus. De castas o de clubes. No hay nada que probar en la esfera pública; basta con tener padrinos que respondan. Correa y los suyos también usaron ese argumento cuando señalaron que el país debía estar tranquilo porque el poder estaba en manos de su secta de manos limpias y corazones ardientes. No podía haber un argumento más clasista. En este caso se expresó en que el mayor opcionado es “de buena cuna”. Y la redefinición que algunos intentaron dar a esta frase, solo es eso: una redefinición antojadiza. La connotación social de donde salió esa expresión es otra.
- Nadie calza para ese cargo: no es verdad y si lo fuera sería un hecho desesperanzador para el país. Que los políticos que creen que lo suyo es una carrera y que los cargos de Carondelet son una meta, no un inicio, apoyen la teoría de que el país se merece una buena persona pero improvisada como segundo mandatario, no prueba que su tesis sea justa: prueba que también piensan que esa persona, por su inexperiencia, es manejable. Y que llegado el momento, pueden usarla para empujar sus piezas en el tablero del poder. Y prueba sobre todo que los políticos, a quienes no hay cómo firmar cheque alguno en blanco, en ninguna circunstancia y sin importar de qué partido son, se pegan tiros en los pies con una facilidad que sorprende.
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