De protestas y sufridores: Correa se atrinchera en sus ficciones
Por José Hernández
Las manifestaciones del 19 de marzo y 1 de Mayo retratan, de cuerpo entero, el ambiente social y político del momento en Quito. Seis características, entre otras, perfilan las realidades del gobierno y de la sociedad.
- El engranaje correísta ya no agarra: el Presidente sigue dando la cara. Sin embargo, en su discurso introduce cada vez más elementos puramente volitivos. No teme caer en contradicciones flagrantes para probar que en las calles son Más, muchísimos más. Da cuenta de un apoyo espontáneo cuando por las redes sociales corren pruebas de que su gobierno emplea logística y funcionarios en un esfuerzo inaudito por minimizar el número de descontentos: buses alquilados, burócratas compelidos a desfilar y a llevar otros manifestantes, contribuciones obligatorias, manifestantes pagados por venir a Quito… sánduches y colas para todos. Nunca el correísmo había hecho depender tanto la política de deseos y propaganda; esta vez sin sustento alguno en la realidad.
- Más sufridores salen a la calle: el Presidente se empeña en sostener lo contrario. Él nutre una ilusión que fue realidad hace años: los descontentos son apenas un puñado. Es una táctica para taponar dos frentes. Primero, mantener vivo el futuro radioso de su supuesta revolución que nada puede ensombrecer. Y, luego, ocultar el desgaste que registran los sondeos, a pesar de que no miden el miedo que suscita el correísmo en muchos sectores. El gobierno, que todo ve y todo mide, sabe que en las manifestaciones del 19 de marzo y del 1 de Mayo hubo más gente en la calle. Gente que perdió el miedo a dar la cara. Sabe que son ciudadanos que, sin deseo alguno de violencia, han decidido expresar su inconformidad, su malestar, su rechazo. El Presidente, en vez de procesar los mensajes, se extravía en sumas y restas y crea una ficción imposible de sostener: todos los manifestantes quieren volver al pasado. Y todos pertenecen a partidos o movimientos políticos especializados en tirar piedra. O fabricar cocteles molotov.
- El correísmo no renueva su estrategia: el Presidente se parece a la vieja aristocracia que vive añorando lo que tuvo. En su caso tuvo infinita popularidad, cheques en blanco por montones, poder de convocatoria y altísima credibilidad. De hecho revela enormes dificultades para remar a contracorriente. No concibe que pueda ser cuestionado. No tiene estrategia de emergencia para engranar de nuevo con la opinión. Vuelve, entonces, a copiar a gobiernos como el venezolano que se atrincheran y usan el enfrentamiento como único mecanismo de sobrevivencia. Montar manifestaciones de apoyo como lo está haciendo, tumbar la señal de La República EC –que transmitía en directo la protesta del 1 de Mayo– para ocultar la realidad, demuestra la mala salud política del correísmo. Esa prácticas minan la credibilidad que le queda a Rafael Correa.
- El Presidente hace mal las cuentas: médicos y personal de la salud, profesores, jubilados, estudiantes, mujeres, Yasunidos, trabajadores, indígenas, colectivos GLBTI, ciudadanos contra el atropello y la prepotencia, sindicalistas, madres… El número de pelagatos crece. Y ahora –haciendo gala de dosis de humor que se celebra– se autodenominan así y lucen números en su pecho o en su espalda. El Presidente comete un error al comparar la masa de sufridores con sus manifestantes que se concentran en una plaza. La razón no es matemática, pues solo a él le obsesiona ser Más, muchísimos más en donde sea. La razón es política: la gente que salió el 19 de marzo y el 1 de Mayo aprovechó las convocatorias de los movimientos sociales, pero una gran mayoría no se identifica con ellos. Hay que ver cómo se unen al desfile de protesta, pero apenas llegan a la plaza San Francisco, se devuelven. El número de manifestantes no es, entonces, el que muestra el gobierno fotografiando esa plaza. El 1 de Mayo hubo 16 cuadras atiborradas, más aquellos que desde los andenes apoyan y lanzan consignas. Otro hecho muestra por qué la lectura política de esas dos manifestaciones está más cerca de la tesis evocada que de la apuesta lanzada por el Presidente: los manifestantes van a una plaza cuando una programación los espera. Los sufridores no tenían cita con nadie; los funcionarios movilizados por el Gobierno sí: el plato fuerte era el Presidente junto con viejas glorias de la música revolucionaria que no se cansan de torturar el cadáver de un armadillo…
- Herrera y Tatamuez no son lo que parecen: ¿Por qué la Plaza San Francisco se llena y se vacía a golpe de ojo? La explicación se antoja obvia: los promotores de la manifestación son los dueños de la tarima. Son dirigentes sociales que recitan discursos añejos que en nada representan al mayor número de manifestantes que no son de sus bases. El 1 de Mayo, por ejemplo, Mesías Tatamuez respondió a Correa que lo involucró –según dijo– con los banqueros y el MPD… Jorge Herrera repitió lo que dice desde hace un año que es presidente de la Conaie. Los discursos son viejos refritos y el escenario de una pobreza que lastima: una carpa baja y una tarima con micrófono. A 30 metros ya no se oye lo que dicen. Se percibe un ruido de fondo que no mortifica a los manifestantes que recorren la plaza buscando amigos y caras conocidas. Por lo que dicen, los dirigentes sociales parecen creer que han sacado a todo ese mundo a la calle. Y la mayoría de ese mundo ni siquiera los identifica… En esas circunstancias, la plaza revela por lo menos tres hechos políticos. a). La gente apenas llega, se devuelve porque no tienen en quién –o en quiénes– reconocerse políticamente. b). Los movimientos sociales siguen abstraídos en sus dinámicas. Ni se les ocurre mirar hacia esa sociedad que protesta a su lado. c). La izquierda de Mesías Tatamuez y de Jorge Herrera jura que nunca hará alianzas con nadie, salvo con ellos mismos. Oírlos en la plaza San Francisco, produce la impresión de que –a pesar de las reivindicaciones justas de sus bases– ellos siguen políticamente petrificados en el tiempo.
- El Presidente sigue trabajando contra él: los políticos de la oposición aún no encuentran cómo relacionarse con los ciudadanos movilizados. En la calle, se ve una sociedad variopinta y contemporánea que marcha al lado de movimientos políticos que siguen creyendo en catecismos superados hace décadas. Los une la oposición al correísmo. Esa tendencia crece pero delata, a su vez, el enorme trabajo político que tiene la oposición por delante si quiere hablar de postcorreísmo. Esa oposición tiene, por supuesto, un aliado ideal: el propio Presidente. Él, su carácter, su incapacidad para oír, sus sabatinas, su aparato de propaganda, su infinita prepotencia… Y ahora su desprecio por los pelagatos que osan protestar en la calle y contra los cuales él moviliza el aparato del Estado, para ser Más, muchísimos más… Más trabaja el Presidente en esa línea, más ayuda a demoler sus propios mitos.
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