miércoles, 13 de marzo de 2024

 

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BIBLIOTECA PABLO BALAREZO MONCAYO
En un singular y apacible rincón del sobrio recinto se erige altiva, con todo honor y derecho, la galería iconográfica de mis ancestros: Pedro Pablo Balarezo, mi abuelo; Pablo Balarezo Moncayo, mi padre; y, Lucila Duque Bedón, mi madre, quienes a lo largo de su vida cumplieron una labor intensa y fructífera en las esferas en que estuvieron inmersos, desde finales del siglo XIX y todo el siglo XX.
Pedro Pablo Balarezo, mi abuelo que no lo conocí, se nutrió de las lecciones impartidas por su mentor, el educador lasallano Hermano Miguel, y decidió integrarse de lleno a la noble misión de educar a tres generaciones de ambateños que confiaron en su intelecto y en su espíritu de maestro. En el ocaso de su vida, el año 1936, recibió el homenaje apoteósico tanto del Comité de Exalumnos que se había conformado para ese fin, como del Ilustre Concejo Cantonal de Ambato, para declararlo Abnegado Maestro al cumplir sus Bodas de Oro Profesionales.
Pablo Balarezo Moncayo, mi padre, insigne poeta y escritor ambateño. Joven aún recibió en su espíritu flamígero el llamado de su Arcadia junto al mensaje de Ambateñía, que no constituyen vano romanticismo ni retórica intrascendente sino –como él mismo lo interpretó- “raíz telúrica que nace con el hombre ambateño, y lo posee en llama de amor, lo aprisiona en caricia y en cilicio, y no lo libera ni después de muerto. Porque la Ambateñía es Tierra-Madre-Nutricia, Tierra-Madre-Maestra, Tierra-Madre-Eterna”. Inició su transitar literario en las aulas mismas del Colegio Nacional Bolívar. Fundó y dirigió revistas y semanarios de índole literaria hasta culminar en su expansión poética en varias ciudades del país. Entregó su aporte profesional a diversas instituciones educativas y de fomento cultural, especialmente en la Casa de Montalvo, a la que dirigió por muchos años. Su estro poético mereció ser galardonado en varios certámenes literarios abiertos. Incursionó febrilmente en una profunda investigación sobre la vida y obra del escritor superbo Juan Montalvo, acompañada de un acervo documental nunca antes conocido. Y, finalmente, en el campo periodístico extendió su pluma que abrió paso a su espíritu combativo y polémico, cortante e incisivo, fulminante y categórico.
Y, por supuesto, en medio de los dos resalta con especial deferencia el retrato de Lucila Duque Bedón, mi adorada mamá, que condujo el hogar con íntima dulzura, dedicación y esfuerzo. Su legado espiritual, marcado con tinta indeleble, se circunscribe a la formación de sus siete hijos, en base a sólidos principios morales e inquebrantables valores éticos, que debieron arraigarse en el corazón de cada uno. Sin soslayar de manera alguna su innata condición de mujer y madre, repleta de afecto y amor, de preocupaciones y desvelos, de risas y lágrimas, de momentos plenos de alegría pero también de acerbitud...
Aquel sobrio recinto, aposento sustancial de mi casa, al que me referí inicialmente, es la Biblioteca Pablo Balarezo Moncayo, designada así por mandato ineludible de mi espíritu para rendir homenaje de admiración y respeto a mi padre que me inculcó sobremanera el amor a los libros y a la cultura desde muy pequeño, cuando conducido por su mano lo acompañé en varios pasajes de su largo periplo literario.
Para ellos, mis ancestros, mi abuelo, mi padre y mi madre, desde lo más profundo de mi corazón y embebido en la íntima convicción de mi espíritu, el homenaje incólume y eterno que será replicado por mis descendientes, mis hijos y mis nietos, a sus hijos y nietos a lo largo del tiempo.
Fernando Balarezo Duque

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