martes, 6 de agosto de 2019

EL SIGLO DE LAVIDA. Por Juan Cuvi

Con música y una marcha, el prefecto de Azuay, Yaku Pérez, llegó a la Corte Constitucional, en la ciudad de Quito. Foto: cortesía prefecto
Las luchas ambientales pueden marcar una ruptura histórica irreversible en el mundo. Algo similar a lo que ocurrió con la Ilustración.
Luego de siglos de haber mantenido a dios como fundamento del universo, la humanidad volvió los ojos a la ciencia como explicación de todos los fenómenos conocidos. Hasta el alma, ese territorio predilecto de la religión, fue pasado por el rasero de la Psicología.
Pero la ciencia no garantizó a los seres humanos la felicidad que había prometido. La irracionalidad del capitalismo arrasó con los mitos de la razón que nacieron con la Revolución Francesa. El desarrollo tecnológico estuvo indisolublemente asociado con formas brutales y despiadadas de explotación y de violencia política. Las guerras de destrucción masiva del siglo XX son la máxima expresión política de la ciencia moderna.
El culto a la razón tampoco implicó, necesariamente, una defensa de la vida. Por eso no se pudo evitar ni la colonización de los últimos doscientos años ni la depredación de la naturaleza. Al margen de la declaración universal de los derechos humanos, la razón capitalista siempre necesitó archivar algunos escrúpulos. Por ejemplo, frente a la extracción inmisericorde de recursos de los países pobres, a la contaminación del agua, a la pobreza estructural o al racismo. En esos casos, los derechos universales han sido sistemáticamente relativizados.
Hoy, la defensa de la naturaleza y del medioambiente plantea un doble desafío civilizatorio. Por un lado, la preservación de la vida en el planeta; por otro lado, el cuestionamiento al modelo científico-tecnológico-industrial de la modernidad. Del paradigma específico y parcial de la razón estamos pasando al paradigma integral de la vida.
Por eso la consulta presentada por el prefecto del Azuay, Yaku Pérez, a la Corte Constitucional para frenar la minería metálica en zonas ambientalmente vulnerables, es tan importante. No implica únicamente el rechazo a una actividad industrial contaminante y destructiva, sino la necesidad de reflexionar sobre las alternativas a una forma particular de concebir al mundo. Dicho de otro modo, se trata de reconocer la inviabilidad de un modelo productivo basado en el crecimiento ilimitado y en la explotación indiscriminada.
El siglo de las luces fue la opción más coherente para salir del oscurantismo religioso; el siglo de la vida será la opción más esperanzadora frente al fanatismo de la tecnología y del consumo.
*Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum – Cuenca. Ex dirigente de Alfaro Vive Carajo.

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