Publicado en la Revista El Observador, edición 111, Junio de 2019 |
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“La poesía no es necesariamente lenguaje críptico que penetra en las zonas más oscuras del corazón humano. La poesía no es – aunque puede serlo - tortura y desasosiego. La poesía puede ser sencilla, cándida y alegre transparencia. Y, al decir, candidez decimos pureza. Y, al decir alegría, decimos amor a la vida. Estas reflexiones vienen luego de la lectura de Viento dorado, un poemario ilustrado escrito por CARMEN LUCÏA CORDERO LÓPEZ quien ve, en la poesía, la posibilidad máxima de comunicación, de tender puentes, de llegar a la plenitud del ser: Yo he nacido para dos cosas: / acercar distancias / y amar la vida, dice la poeta. Pese a su juventud o quizás precisamente gracias a ella, Lucía Cordero asume los riesgos de escribir micro poemas – mientras más reducido es el espacio, más delicada es la tarea poética - pues, encapsular en ellos, la belleza íntima de las cosas cotidianas, junto a una penetración en las realidades simultáneamente fugaces y eternas – el tiempo, el amor - de la condición humana, resulta labor compleja. Por otra parte, “vinos nuevos en viejos odres”, la joven autora revitaliza tópicos – el carpe diem horaciano, la rosa, la mariposa, que nos recuerda a la Autobiografía de Alfonso Moreno Mora, el gran modernista, bisabuelo de la escritora, para producir su ópera prima, un mínimo y luminoso libro, que anuncia nuevas y jugosas cosechas, si es que persiste en el duro oficio de escribir.”
Esto escribíamos en el año 2015, para saludar, con entusiasmo, la presentación de Carmen Lucía Cordero en la poesía y el arte ecuatoriano. Hoy, este precioso – no encontramos otro adjetivo – libro, alcanza su segunda edición y quien la hace es, ni más ni menos, que la Casa de la Cultura matriz. Habrá entonces que felicitar, en primera instancia, a los editores por su acertada selección y a Carmen Lucía por continuar en la ruta de sus sueños y por su amor, indeclinable e invencible, por la vida y por la poesía. Un libro debe ser leído con la misma cautela y con la misma devoción con la que fue escrito. Hoy, cuando hemos hecho una nueva lectura, más meticulosa y con un intento de usar la pedante lupa del crítico, comprendemos que es inútil pues, no podemos sustraernos del cálido, emotivo y optimista mensaje que trasmite, cada verso, cada reflexión o cada trazo de los mágicos y luminosos dibujos. Por eso, la evaluación – si es que tenemos que utilizar este antipático término - se mantiene en un nivel muy alto. Es verdad que algunos ven en la literatura una especie de ajedrez lingüístico y hacen una serie de maromas fono semánticas. Allá ellos y hay que respetarlos, porque los caminos hacia la belleza son múltiples y las palabras son tránsfugas. Carmen Lucía, en cambio, ha tomado el sendero más difícil, el de la sencillez, la transparencia y la concisión, porque, ella sabe que, como decía Quevedo, más fácil es añadir lo que falta, que quitar lo que sobra, y, por ello, sus primeros versos son verdaderas obras de filigrana, en la que se ha ido podando todo lo superfluo y lo accesorio, para quedarse solo con lo medular.. Y siguiendo al Maestro del aforismo, los que se quieren con el corazón, con el corazón se hablan, Carmen Lucía confiesa: antes que guiarme por mi cerebro // me he dejado llevar por el corazón // y no me arrepiento. No tiene, en verdad, de qué y por qué arrepentirse, pues sus diáfanos versos y sus mágicas mariposas, sugestionan, seducen, propician reflexiones y, sobre todo, motivan deleite estético, el más noble de los deleites. Los que ya estamos en la vejez, aunque se sorprendan nuestros nietos, vivimos muchos años, sin televisión. Y, sin celular. Y, sin puertas inteligentes. Y, sin internet. Pero, definitivamente, sería imposible vivir sin los libros. Por eso, siempre habrá que agradecer a los que escriben y publican buenos libros. Gracias, Carmen Lucía. Y, gracias también por presentarlo en un acto que nada tuvo de solemne, pero que estuvo lleno de colorido y alegre armonía. Su descripción hay que hacerla, pero por hoy basta, no ahuyentemos a nuestros amigos lectores, ya que – otra vez Quevedo – debo confesarme, así, en primera persona: soy un FUE y un SERÉ y un ES cansado. |
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