POR: Jaime Cedillo Feijóo
Publicado en la Revista El Observador, edición 106, Agosto de 2018
Fue mi amigo muchos años, desde la juventud, siempre atento, respetuoso, amiguero, un caballerito a carta cabal. Compañeros de trabajo en el Instituto Ecuatoriano de Obras Sanitarias, se desempeñaba como promotor comunitario, es decir, su misión era dialogar con la gente de las comunidades de los cantones de la provincia del Azuay, con quienes organizaba mingas para la construcción de los sistemas de agua potable. Era una tarea extraordinaria, humana, solidaria, llegar con el líquido vital a las casas de los campesinos. Marcelo viajaba, una y otra vez, con los técnicos, haga frío, calor, llueve o relampaguee, había que terminar la obra, esa era la misión, ese el compromiso.
Pasaron los años, cada uno siguió su camino, de vez en cuando un encuentro casual en la calle, el saludo fraterno, el estrechón de manos, y la vida continúa. Hasta que salió a la luz la terrible e inolvidable experiencia que había sufrido en su niñez. Coincidimos en la Curia cuando el Arzobispo Pérez, convocó a la prensa para referirse a las denuncias de violación que pesan en contra del cura César Cordero Moscoso. Marcelo estuvo acompañado de varios de sus familiares, saludamos, le expresé mi solidaridad, traté de darle ánimos, fuerza para que pueda enfrentar lo que se venía. Se atrevió, contra viento y marea, a revelar el secreto que escondió más de cincuenta años. Entiendo que trató de desahogarse, librarse de alguna manera de esa pesadilla que lo acompañó toda su vida. Estoy enfermo repitió una y otra vez, no me encuentro bien, soy un desadaptado (incapaz de enfrentarse a las tensiones de la vida en sociedad). Necesito ayuda psicológica. La solidaridad llegó de la familia, de los amigos, de los periodistas (no de todos), menos del victimario, ni de sus cómplices y encubridores, que nunca se cansaron de llenarle de alabanzas, de homenajes al “gran educador”, al “eximio” que le hicieron monumento, le entregaron preseas, acuerdos, medallas, trofeos, aplausos hasta más no poder, por todas las “hazañas” realizadas. El actual Concejo Cantonal estuvo a punto de entregarle la máxima presea denominada “Santa Ana de los Cuatro Ríos de Cuenca”, pero les falló.
Con Marcelo volvimos a vernos en la marcha que se organizó por las calles céntricas de Cuenca, donde participaron varias de las víctimas del pederasta, sus íntimos, delegaciones de planteles educativos, representantes de organizaciones sociales, para decir basta de agresiones sexuales a niños y jóvenes por parte de sacerdotes, para exigir sanciones ejemplarizadoras para los culpables, de manera particular, para Cordero Moscoso, que desde su lecho de muerte, negó las acusaciones, lanzó advertencias, hasta se fue en contra del jefe de la iglesia católica, por haber perdido perdón a los martirizados. Sin una pizca de remordimiento, con saña y alevosía, respondió “allá ellos (los niños) por no haberse mantenido íntegros.
La Curia de Cuenca puso a disposición de los agredidos una psicóloga profesional para que supuestamente les ayude a librarse del trauma, para que puedan borrar esos malos recuerdos. Marcelo aceptó entrevistarse con Luz María de Luna (peruana radicada en Guayaquil), fueron dos sesiones con la susodicha experta. Me habló “maravillas”, me pidió que escribiera en un papel mi sentimientos, mi sufrimiento, que volviera a recordar las violaciones, para luego proponerme un encuentro con mi victimario, para que le pida perdón. “Creo que no tuvo conciencia de lo que me estaba diciendo”, contó Marcelo, angustiado.
Marcelo partió de este mundo una fría mañana del 12 de julio de este año, el día de su cumpleaños 64.
Sin duda, para mi fue una de las experiencias más duras y tristes que me ha tocado vivir en la actividad periodística. Era un día jueves, la entrevista pactada comenzaría a las 09h00, en mi espacio radial (noticias y entrevistas en vivo ( que mantengo desde hace más de cuatro años con el nombre de Libertad de Expresión) Primero llegó Marcelo, conversamos mientras llegaba la doctora María Palacios, hermana de Jorge, el primero que se atrevió a sacar a la luz lo que era un secreto a voces. Eran aproximadamente las 09h15 cuando empezó la entrevista. Primero intervino María, informando sobre cómo avanzan las investigaciones del caso, tanto en la fiscalía como en la iglesia católica, luego de las entrevistas realizadas por el enviado de Vaticano. El informe tiene que tener una sentencia que no llega. A continuación, le tocó el turno a Marcelo, y volvió a repetir lo que había dicho antes; “por qué la sociedad cuencana permitió que este monstruo siga haciendo de las suyas”. Se le notaba inquieto, angustiado.
Le pregunté; ¿Marcelo concretamente qué pasó cuando se entrevistó con la psicóloga nombrada por la Curia?.
“Monseñor me llamó para invitarme a las sesiones con la Psicóloga. Asistí a la sala parroquial de San Blas. Para mi fue una sorpresa que en la primera sesión, la profesional me habló de su familia acomodada, ella ha sido peruana radicada en Guayaquil, de buenas condiciones económicas, me dijo. En cambio, le respondí, yo no tengo esa situación, esas posibilidades. Me sentí mal. Qué es lo que me está pasando actualmente, volver a recordar lo que me sucedió hace más de cincuenta años”.
“Jaime le agradezco porque tengo la oportunidad de hablar”.
Recuerdo que le dije: “doctora, mi padecimiento no es el sufrimiento, tengo depresión, no me deja hacer nada. La sesión duró más o menos una hora. Insistió en que me quedara más tiempo. Acordamos para una segunda sesión a día siguiente. Me pidió que escriba alguna cosa”.
“En la segunda cita ella reaccionó, me dio a entender que era extremadamente católica. Me propuso un encuentro con el agresor, con el verdugo, con el victimario. Me dijo que debía pedirle perdón. No he podido durante tantos años deshacerme de esa figura, de esa imagen. Él me dijo que soy un niño pervertido y dañado, que iba a avisar a mi familia. Tal vez en mi interior podía yo…. Me siento mal…..”
Esas fueron las últimas palabras de Marcelo. Inclinó su cabeza hacia el lado donde se encontraba María Palacios. Ella trató de reanimarle, pensamos que le había bajado la presión, que sufrió un desmayo, pero no, a Marcelo le llegó la hora de partir. Ni los golpes en el pecho, ni la respiración boca a boca, nada sirvió. El médico que tiene su consultorio en el segundo piso, asistió para brindarle reanimación cardiopulmonar, pero fue inútil, le abrió uno de los párpados, constató que la pupila del ojo estaba dilatada, dijo lo siento, ha fallecido. Cuando llegaron los bomberos, nada pudieron hacer. El dolor y la pesadumbre de sus seres queridos fue conmovedor al ver que su padre, que su hermano, que su tío, que su amigo, yacía inerte en el piso, quieto. Partió con dignidad. Vayan nuestras más sentidas condolencias a los suyos, a todos esos seres humanos que sufrieron a temprana edad la brutalidad del infame en ropa talar. Que la muerte de Marcelo, no sea en vano, que sigan en la lucha hasta que se haga justicia. Paz en su tumba.
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