¿Quieres cambiar a Correa? ¿Y cómo piensas vencerlo?
Por José Hernández
Mucha bronca corre por las redes sociales. Los sondeos muestran que el teflón que protegía al Presidente, además de la voluminosa piel que lo recubre, se rayó. Las manifestaciones hablan de ciudadanos decepcionados y cabreados. Las consultas hablan de comunidades movilizadas. Hay frentes de auto convocados… Sí, todo eso es verdad. Pero si hoy hubiera elecciones y Rafael Correa se presentara, volvería a ser elegido.
Esa es la realidad.
Por supuesto, la política es caprichosa y nadie, entre sus actores y estrategas, puede pretender controlar todos los factores. El caso de Dominique Strauss-Kahn, en Francia, recuerda que un evento, incluso íntimo, puede cambiar en forma radical el tablero político. De aquí a la elección de 2017, algunas cosas pueden ocurrir en el país…
No obstante, hoy la situación de la oposición, luce poco auspiciosa. La matemática electoral puede ayudar a vislumbrar ese panorama. Rafael Correa tiene un 35% de intenciones de voto. Si se agrega, en promedio, 10% de indecisos, el horizonte se reduce para la oposición para forzar una segunda vuelta. Y tener los aliados necesarios para ganar la Presidencia y la mayoría de la Asamblea. Además, no hay una oposición sino algunas y no se ve qué pudiera juntarlas para poner las cifras a su favor.
La izquierda tradicional, tras haberse prestado de escalera y haber forjado el marco autoritario para Correa, vuelve a su peor etapa: un radicalismo y un purismo ideológico propios de la guerra fría.
Del centro a la derecha, la división es evidente entre Guillermo Lasso –que es el único que en forma manifiesta está caminando por el país–, las tres autoridades locales (Jaime Nebot, Mauricio Rodas y Paul Carrasco) que anunciaron un acuerdo en Cuenca y otras franjas; la de Lucio Gutiérrez, por ejemplo. En cada campo también hay candidatos chimbadores listos a despegar.
Un sobrevuelo de tendencias y lógicas muestra que Correa, si se presenta en 2017, tiene, por ahora, asegurado el cargo:
1. La vieja izquierda, en vez de redefinición y renovación profunda, vota por el suicidio político: una parte con Correa; otra con los defensores del castrismo y el chavismo. En las elecciones de 2013, la tendencia que está fuera del gobierno apenas sumó 3.5%. Ahora, esos amigos de Alberto Acosta quieren volver a la política–testimonio y de obstrucción que consiste en atrincherarse en su agenda e imponerla, como sea, al gobierno de turno. No exhiben programa alguno que concierna la sociedad del siglo XXI en su conjunto. Tampoco dan muestras de haberse reconciliado con la democracia, sus valores y el respeto esencial e innegociable de los derechos humanos. Todo ello ha sido tradicionalmente considerado como elementos liberales, herramientas de uso burgués y no como concepciones estructurales y básicas de la nueva convivencia ciudadana.
Eso explica por qué no consideran clave, frente al correísmo, hacer un acuerdo para desmontarlo y reinstalar el país en la democracia. Esto, como un primer paso hacia la expresión rica y contradictoria de todas las tendencias políticas. No ven el cambio cualitativo que sufrió el poder político en el país, con la concentración desmesurada que ellos ayudaron a propiciar. No les molesta ese poder vertical, autoritario, controlador de la sociedad: les mortifica el rumbo que Correa le dio. Quieren ese tipo de poder pero con otro operador. Y para no hacerse cargo de lo que contribuyeron a estructurar, quieren mantener la Constitución de Montecristi aludiendo a que el correísmo es un gobierno más; uno de los tantos gobiernos mediocres –dicen– que ha tenido el país.
Esa izquierda prefiere a Correa tal como se lo declaró Alberto Acosta aFrank Gaudichaud en 2013. Entrevistado para la revista Viento Sur dio una respuesta de antología, como candidato presidencial: “Primero, esperemos que Correa gane las elecciones frente a la derecha…”.
Esa izquierda que según Iván Carvajal “aprendió con el estalinismo la sumisión y la violencia autoritaria”, considera que Correa representa un peldaño más arriba que cualquier otro candidato de centro o de la derecha democrática. Un peldaño más hacia el mismo poder autoritario y concentrador, pero dirigido por ellos. Por eso son amigos del castrismo y defensores de ese otro bodrio histórico llamado chavismo. Esa izquierda votará por Correa o llamará a anular el voto. Es decir, restará en forma irremediable en la matemática electoral que busca una alternativa.
2. La realidad aún no atrapa al centro y a la derecha: Lucio Gutiérrez es un trabajador incansable. La leyenda según la cual no hace olas pero suma votos, fue real. Incluso cuando le prohibieron participar en la elección de 2006, su hermano Gilmar logró el tercer puesto. Esa buena estela se le terminó en 2013, pues solo logró 6.73%; la tercera parte del resultado obtenido por Guillermo Lasso. Los sondeos no lo favorecen, pero Gutiérrez no ha dado muestras de querer asumir el rol de artista secundario…
Nebot, Rodas y Carrasco hablaron de una alianza dinámica de la cual, camino andando, saldrá posiblemente un candidato. En esta lógica hay un retorno al primer quinquenio del 2000 cuando el mismo Nebot, Auki Tituaña, Bolívar Castillo, Fernando Cordero y Paco Moncayo se paseaban juntos por sus ciudades exhibiendo los logros municipales. El Estado prácticamente colapsaba y surgió, teorizado sobre todo por Nebot, la alternativa desde lo local.
Resucitar esa tesis ante el régimen hiperpresidencialista de Correa parece una estrategia inviable. De hecho, los tres líderes han reconocido, en charlas y entrevistas, que parte de su electorado no entiende que aborden temas nacionales. ¿Cuándo podrán, en circunstancias parecidas, erigirse polos de atracción nacional? En los sondeos con sesgo presidencial, Rodas baja, Carrasco no sale de porcentajes nimios y Nebot, que ya convenció a muchos que nunca más será candidato, aparece con porcentajes menores a los que posiblemente merezca. El hecho cierto es que tras la foto de Cuenca, esta alianza no logra cuajar en el paisaje político como una alternativa cierta. No se entiende tampoco cómo pudiera parir un candidato que –aún en el caso de llamarse Nebot– pudiera, en solo 40 días de campaña, recorrer el país y voltear la tortilla. Ese posible candidato encara un Presidente-candidato que, desde que llegó al poder, se declaró en campaña eterna.
¿Puede esta alianza animar una corriente de unión en torno a listas más o menos comunes para competir por las curules en la Asamblea? En eso insisten sus defensores. Pero esa decisión depende de un acuerdo alrededor de un candidato a la Presidencia que, por ahora, parece lejano.
Guillermo Lasso no fue invitado a Cuenca. Un hecho inexplicable cuando se sabe que en los sondeos figura como el mejor posicionado tras el presidente Correa. Y como el candidato que pudiera ganar en caso de que Correa decidiera no correr por la Presidencia.
Lasso parece decidido a llevar su candidatura hasta el final. Y decidido a renovar el perfil de la derecha en el país. Esto lo ha dicho hasta en la prensa oficialista. ¿Qué diferencias irreconciliables hay entre las dos corrientes? Por ahora las conversaciones que se dieron, en algún momento, entre Lasso y Nebot no son públicas. En los rangos de Nebot, Carrasco y Rodas se habla del techo que tendría Lasso, pero nada exhiben para probarlo. Lo más seguro es que ahí se esté jugando el liderazgo de la tendencia.
En cualquier caso, la matemática electoral milita a favor de una alianza entre esas fuerzas, si quieren ser alternativa ante Correa. No parece haber prisa en lograrla, a pesar de que el reloj gira en su contra. ¿Hay más oposiciones? Presumiblemente. Pero ninguna con oxígeno propio para erigirse en alternativa real de poder. Queda, entonces, la pregunta para todos aquellos que desean que Correa pierda, aún si se presenta a las elecciones de 2017: ¿cómo piensan ganarle?
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