Durante los últimos días, dos hechos insólitos han sido parte del ajetreo político nacional. Aunque cada uno de ellos es diferente en cuanto a sus actores y seguramente en relación a sus causas, ambos tienen en común el ansia desmedida por el poder y la ausencia de prudencia de sus ejecutores. A la vez, los dos casos sirven como punto de partida para un análisis más general y profundo de la forma cómo se entiende y maneja la política y lo político en el país. Finalmente, a partir de esta experiencia dual, el gobierno estará dotado de suficientes elementos de juicio para reorientar los mecanismos de coordinación que ahora mismo parecen atravesar momentos críticos. Los casos a los que me refiero tienen como protagonistas al artista Juan Fernando Velasco y a la ex asambleísta Ana Galarza.
Uno y otra no han encontrado mejor forma para exponer su deseo de llegar a un espacio de poder en el gobierno, como ministro o gobernadora, que la exposición pública de sus intereses. Basta revisar los principales medios de comunicación del país para hallar declaraciones en ese sentido, tanto de Velasco como de Galarza. Uno y otra aseguran haber recibido la venia presidencial, haber acordado los términos de su llegada al cargo e incluso la agenda de políticas que implementarán en sus respectivos espacios de poder. Casi al unísono, ambos señalan que su posesión es sólo cuestión de días. No obstante, y más allá de que los días pasan y sus rostros no se ven por el Palacio de Carondelet, la actitud asumida por uno y otra dejan una pésima imagen pública de lo que ambos entienden como el espacio de lo político y de la política.
En primer lugar, Velasco y Galarza parecen no tener claro que la posibilidad de designar ministros o gobernadores es una atribución inmanente del presidente de la república y que, como consecuencia de ello, el mensaje hacia la ciudadanía del deseo del gobierno de realizar cambios es una potestad exclusiva también del Jefe de Estado. Así funcionan las formas de gobierno presidencialistas, como la ecuatoriana. Esta idea básica no parece estar del todo comprendida por ambos personajes pues, sin el menor respeto hacia quien ellos dicen que les ha confiado un cargo público, se encargan de alterar el escenario político con declaraciones que, hasta lo que se conoce, no son más que meras expresiones de voluntad y expectativas. Por tanto, las valoraciones que realizan Velasco y Galarza aparecen no solo como inapropiadas en términos políticos sino además como carentes del más elemental respeto hacia el gobierno del que dicen ser ya, “casi, casi” ministro o gobernadora.
En segundo lugar, la posición asumida por los dos sujetos de marras da cuenta de la débil comprensión que tienen sobre el respeto que se merece cualquier sujeto político. En los casos puntuales, el actual ministro de cultura y el gobernador de Tungurahua son los directamente afectados pues, como cualquier ciudadano en su lugar, se sentirán al menos incómodos con declaraciones públicas como las efectuadas por Velasco y Galarza. En política, como en la vida en general, la prudencia y cautela son esenciales y en situaciones como la que nos ocupa, si uno y otro valor estarían presentes en los “casi, casi” ministro y gobernadora, ambos deberían guardar calma, silencio y esperar que las designaciones se den. Más allá del natural deseo humano de adquirir poder, es necesario morigerar tal ansiedad por diversos medios. En ocasiones, es mejor ser paciente y esperar antes que intentar ejercer presión sobre los gobiernos a fin de acceder, a cualquier precio, a un espacio de poder. Aunque ese no sea el objetivo final de Velasco y Galarza, así quedan retratados ante la opinión pública. En política no solo hay que ser sino también parecer, dice un adagio popular.
Finalmente, este ejercicio de auto proclamación en cargos públicos de Velasco y Galarza deben servir como un punto de partida para una reflexión seria desde el gobierno respecto a los mecanismos utilizados para la conducción política del país. No es posible que tanto el Jefe de Estado como el ministro y gobernador sean vapuleados de esta forma. Independientemente de cualquier crítica a la gestión de los funcionarios envueltos en este embrollo, las formas de convivencia política que proponen Velasco y Galarza, y que seguramente serán aupadas por algunos actores en el propio Palacio de Carondelet, no son respetuosas con el gobierno y a lo único que contribuyen es a deslegitimarlo. Es hora pues de que se ponga freno a esta innecesaria incertidumbre generada por la ansiedad de poder de unos y la falta de firmeza para tomar decisiones definitivas de otros. Una declaración tajante sobre la renovación o no del gabinete ministerial y de los principales colaboradores del Presidente de la República pondrían punto final a este inquietante y molestoso juego al que, quizás sin intención directa de provocarlo, nos han llevado Velasco y Galarza.
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