Estimado Jaime:
El Observador, la revista que usted dirige con talento, dinamismo
y honestidad Intelectual, ha cumplido ya 21 años de vida. Esta es
una cifra insólita en un medio tan precario como el nuestro, en el
cual, este tipo de publicaciones, suelen tener existencia efímera.
Recordamos, incluso, que, alguna vez, una revista, con mucho
sentido del humor, se bautizó: Número 0. Y hasta allí llegó.
Una conmemoración, de la índole que sea, no es solo para el
festejo o la vanagloria, debe servir también, para el ejercicio de
una rigurosa autocrítica. Supongo que usted y sus colaboradores
ya la han hecho, con valentía y sin concesiones.
Es verdad que la vigencia de la revista ha tenido sus
intermitencias y declives, pero también es verdad, que esas
crisis las venció con la admirable voluntad de servicio que ha
caracterizado a usted y sus colaboradores y sin renunciar jamás,
a sus principios éticos y la coherencia entre el pensar y el decir.
Entiendo, por otra parte, que la revista ha tenido un camino
lleno de vicisitudes que ha sabido superarlas con el arma
invencible e insobornable del apego a la verdad. Y, eso es lo que
debo destacar en esta nota, El Observador ha defendido, sin
temores y con entereza, el derecho a la libertad de expresión.
Posiblemente, eso ha creado detractores y enemigos, pero, el
periodismo no está para complacer, sino para informar con
veracidad y opinar sobre hechos, personajes y situaciones que
merecen elogios o motivan críticas. En definitiva, creo que el
periodismo, como forma de conocimiento de la realidad, no
debe fungir como líder de la opinión pública, pero si desbrozar el
camino y separar la hojarasca, para que el lector encuentre su
propia verdad.
En tiempos tan vertiginosos y convulsionado en los que, las redes
sociales nos golpean sin piedad día a día y la tecnología nos
avasalla, revistas que se mantengan en la línea de la veracidad y
la verificación, sin sensacionalismos, serán siempre útiles.
Ya en un plano personal debo agradecerle por la oportunidad de
permitirme colaborar con artículos en torno a lo que ha sido mi
forma de vida: la lectura y la valoración de la obra de nuestros
escritores o mis nostalgias por otra de mis pasiones, el deporte.
Aunque el ¡ADELANTE¡! quedó muy devaluado desde que
apareció en boca de un pobre ser dueño de muchos millones,
hay que recurrir a él y decirlo nuevamente, ¡Adelante!, pues es la
única dirección que nos conviene y todavía hay mucho que decir
y mucha tela que cortar. Adelante pues y felicitaciones por una
labor llena de méritos que, en el balance de 21 años, deja réditos
positivos.
Con el afecto de siempre, su amigo,
Felipe Aguilar A.
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