jueves, 20 de junio de 2019

Fray José Tuárez, aprenda las tres virtudes

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Este es el discurso de Simón Espinosa Cordero, pronunciado este miércoles 19 de junio en el paraninfo de la Universidad Andina Simón Bolivar, a propósito del lanzamiento de los libros «Julio César Trujillo en sus propias palabras» y «Julio César Trujillo: Misión Cumplida» de la Corporación Editora Nacional.
Muchas gracias al autor por permitr reporducirlo en 4P.
Por SIMÓN ESPINOSA CORDERO
La Divina Providencia protege el par de libros de esta noche de junio de luciérnagas y estrellas. O como dirían los de tercero y cuarto nivel: el timing de estos libros es wow.
Y esto es así, literalmente. Porque ellos son la mejor respuesta a fray José Carlos Tuárez de la Orden de los Predicadores. Él, siguiendo las huellas de su hermano de religión, fray Vicente Ferrer, santo, y maniático perseguidor de los judíos valencianos, quiere, de buenas a primeras, escrutar la obra de un Consejo, imperfecto, es verdad, pero que ayudó a sacar a Ecuador del maniconio Rafaelita. Lea, señor Tuárez, los testimonios de los Siete Samuráis en el libro que esta noche le mandamos y aprenda la virtud de la prudencia.
Fray José Carlos Tuárez. Emula usted, el populismo de su modelos, fray Girólamo Savonarola, dominico, como usted. En plena Plaza de la Señoría de Florencia, Girólamo mantenía chispeantes piras alimentadas con los libros de aquellos que no comulgaban con sus proféticos arrebatos de pan y agua y cilicios y luchas contra la vanidad de las mujeres. Fuego atizado con las obras de arte de la pagana ciudad renacentista. Ya empieza, usté, fray José, a cuestionar la obra de un Consejo Transitorio que puso las bases para reconstruir las instituciones del Estado. Ya pone sus ojos locos en los archivos del Consejo. Ya llama a rendir cuentas a Mendoza, el Pelirrojo. Y en su lugar se presentó Darwin  Seraquive quien, como Dios, está en todas, siempre inteligente, trabajador siempre; se preguntó usted por qué los libros no están en la bodega. Y Seraquive le contestó que los libros están en la Biblioteca, donde suelen estar. Lea usted señor Tuárez, lo que en el libro de esta noche dicen periodistas independientes sobre el trabajo del Cpccs. Y aprenda, del libro que le mandamos, la virtud de la Justicia.
¿Querrá, usted, fray José Carlos Tuárez, seguir las huellas de Tomás de Torquemada, fraile de la Orden de los Predicadores? ¿Importará, usté, fray José, los autos de fe desde la tierra de su santo fundador para quemar en ellos a los marranos o judíos conversos del Transitorio, y a los sodomitas creados por Dios para ser consumidos en el fuego de la fe y salvados por la perversa institución denominada Corte Constitucional? Ojalá, usted, señor Tuárez, lea el ensayo “En rescate de la sensatez” contenido en el libro que presentamos, escrito por Jorge Ortiz, que puso el pecho a las balas y a la maldad de nuestro máximo hambreador. Y aprenda, usted, la virtud de la templanza.
Y tú, Santo Tomás de Aquino, gloria de la Orden de los Predicadores, intercede ante la Virgen del Rosario de Pompeya, para que nuestro fogoso fraile no sea atrapado por el ardiente fuego de su Vesubio interior, y recapacite, pues de seguro sus intenciones son buenas, pero sus vanidades son altas. Esta es mi presentación de la valía del primer libro de esta noche de inquietos luceros.
Respecto del segundo libro, diremos que hemos visto al gran Julio César al borde de tres ataques de apoplejía: el primero, cuando algún majadero dudó del patriotismo de Trujillo; el segundo, cuando Carlos Pólit nos perdonó la calumnia de haberle probado que era el capo de los cuarenta; y el tercero- que le resultó mortal- cuando el lunes 13 de mayo, mes de María, mes de alegría, nuncio de paz, los Siete Magníficos de la Sub20: Dávila, Hernández, Félix, Macas, Mendoza, Trujillo, Zavala desenfundaron sus pistolas y se dirigieron al centro del pueblo de los Quitus. Iban a entregar sus armas transitorias, y a pasar revista de sus combates para liberar la villa tomada por malandrines. Iban a rendir homenaje a Yul Brinner Hernández, por buen pistolero, por buen camarada, por el ascenso al general, por vencedor en la guerra contra los nipones del sur. El evento iba a tener lugar en Cofiec.
Una veintena de idólatras del dios Rafa se habían apostado en las afueras del edificio Cofiec, bajo la luz del tibio sol, a la hora canónica de nona. Eran las tres en punto de una tarde cruel y bruta.
Un anciano de 97 meses de lunas y serpientes se dirigía al mismo lugar en la avenida Patria. La patria de Correa, de Pedro Delgado y de los ochocientos mil dólares regalados a Duzac, el cambalachero argentino.
“Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso o estafador. ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! Lo mismo un burro que un gran profesor”. Cambalache, siglo Rafa. Cambalache, siglo Boy and Girl Scouts. Cambalache caso Pedro el Sinvergüenza. Y a la vera del camino, el cadáver de María Fernanda Luzuriaga, ejecutiva del Banco Cofiec y denunciante del caso Duzac, asesinada, supuestamente por la mafia carondelet-leña en la Simón Bolívar, a la altura del puente de Guápulo, donde desde entonces están tocando a duelo las campanas del olvido.
Un anciano entraba a Cofiec. Se topó de manos a boca con la plebe correísta. “¡Julio César Trujillo, vago, ladrón, devuelve lo robado!”, grita, regrita y vomita una arpía, toda chispa en los ojos, todo furia en la voz, todo babas en la glándula pineal. Y la turba repetía “¡Julio César Trujillo, ocioso, vago, ladrón, devuelve lo robado!”. Acompañaba al anciano el lojano Walter Mena, alto, blanco, rubio. Y la arpía se desgañitaba repitiendo: “Gringo, qué haces aquí. Regresa a tu país”.
Perdió la paciencia el anciano, tomó su bastón y enfrentó a la arpía: “Mama Lucha, devuelva los sánduches”, le dijo, y al darse la vuelta, sintió en su clavícula izquierda el golpe de un huevazo, lanzado por la arpía, primera base del equipo de garroteros del rey Ricardo, Corazón de Ratón.
Esta escena bochornosa fue la gota de agua que derramó el vaso del hemisferio cerebral derecho de Julio César Trujillo, un hombre que jamás hizo mal a nadie, un hijo que jamás se avergonzó de que su madre usara bolsicón, un buen pastor siempre pastor.
En menos de un año, en compañía de sus seis magníficos, Julio César puso las bases para un Ecuador honesto. Ay, doctor Julito, han cantado esta noche Enrique y Ramiro, coeditores, han cantado a dúo: “!Doctor Julito, si tú mueres primero/ yo te prometo/ escribiré la historia/ de nuestro amor/ con toda el alma llena/ de sentimientos/ la escribiré con sangre/ con tinta sangre del corazón”.
Foto: El Telégrafo

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