domingo, 1 de noviembre de 2015

El loco

Francisco Febres Cordero
Domingo, 1 de noviembre, 2015


Con su demanda por doscientos millones de dólares contra el Estado, Abdalá Bucaram volvió de un solo toque a la palestra, con el argumento de que el Congreso, al haberlo destituido por loco, cometió un acto inconstitucional.
Ser recordado como cantante quizás era uno de sus sueños. No perdía ocasión para treparse a la tarima y, micrófono en mano, ponerse a desgranar canciones. Tal parecía que se había abrogado el cargo de primer vocalista nacional para distraer a un pueblo que lo escuchaba entre festivo, avergonzado y atónito.
Tenía también obsesión por la comida. Quería demostrar su insaciable, voraz apetito y pregonaba no solo dónde se alimentaba, sino de qué: caldo de manguera, guatita, bolones de verde, puerco hornado, llapingachos, tortillas de verde, jugos. Pretendía con insistencia demostrar su gula, como si el menú hubiera sido parte de su plan de Gobierno y un asunto crucial en su política de Estado.
Además, estaba insuflado de una verdadera vocación por el insulto. A una guapa política que salió a hacerle frente le dijo que con esa pinta parecía, más que mujer, un travesti brasileño. A un expresidente de la República le diagnosticó que tenía el esperma aguado, luego de descalificarlo porque apenas calzaba 38. A sus enemigos los trataba de narcotraficantes, mangajos, burros, y a los periodistas los calificaba de testaferros intelectuales. Poseía una lengua cargada con el veneno de la injuria, a través de la cual afectaba la honra ajena y la dignidad de quien se le oponía.
Integraba su gabinete una funcionaria que copió su tesis de grado, con lo cual delineó a la juventud un horizonte: ¿Para qué estudiar si el conocimiento es universal y uno puede apropiarse de él sin resquemores ni límites? Y esa funcionaria no era vicepresidenta de la República. No. Era ministra. De Educación, pero ministra.
Otro de sus ministros era tan bravucón que no solo que desafiaba a trompones, sino que arremetía a patadas por igual contra hombres y mujeres, dando ejemplo de que la razón estaba afincada en la punta de los zapatos y en los puños.
No solo que sus hermanos y parientes ocupaban cargos públicos, sino que los funcionarios llenaban los puestos burocráticos tanto dentro del país como en el exterior con sus propios hermanos, padres, cónyuges, hijos y sobrinos, en un acto de nepotismo tan ilegal como impúdico.
Se tomó el club Barcelona, del cual fue elegido presidente.
Prohibió a la ciudadanía beber cerveza los domingos, como una medida para solucionar la violencia y bajar la criminalidad en el país.
En sus delirios, varias veces dijo que habían intentado asesinarlo.
Los cumpleaños de los más connotados legisladores de su partido se celebraban en el Congreso, convirtiendo el Parlamento a veces en una discoteca y otras en un escenario para uno de esos espectáculos en que se mezclan las danzas folclóricas con el himno nacional, entre baladas, pasillos y rock.
Sí, fue la de Bucaram una época de horror y de vergüenza, independientemente de que los diputados diagnosticaran la locura del presidente de la República sin más pruebas que las de sus actos. Esos mismos actos que, años más tarde, fueron calcados fielmente por otro insigne tarimero, que ha sido capaz también de convertir la realidad del país en una astracanada. (O)

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